viernes, 5 de febrero de 2021

Respeto unido al rito

Décimo y último fragmento de la Conferencia titulada Lo ritual y lo moral, presentada en las XL Reuniones Filosóficas, que bajo el título De la ley a la virtud. Proyecciones de la filosofía moral de Cicerón en el pensamiento europeo * tuvieron lugar en Pamplona los días 2, 3 y 4 de mayo de 2001. Publicado en Anuario Filosófico de la Universidad de Navarra, volumen 34, número 3 (2001), páginas 655 a 672. 

Autorrepresentación de la naturaleza

...tenemos una visión intuitiva inmediata de la belleza de una acción y de la belleza interior y exterior de una persona. La belleza de una actuación no depende exclusivamente de su tipo. Puede ocurrir que una actuación que nos gusta por su tipo se pervierta por un motivo interesado o por el hecho de que las circunstancias del momento la hagan inoportuna. Sin embargo, hay acciones que son reprobables de por sí y, por tanto, resultan siempre inoportunas sea cual sea el motivo que las inspire.

continuación

En el concepto de la belleza moral se incluye el elemento ritual, del cual no se puede emancipar ningún
ethos sin convertirse en tecnología. El ritual como tal es éticamente ambivalente. Existen los rituales del mal y también los rituales de bendición son contingentes en su forma, es decir, convencionales, a pesar de que sus condiciones de validez representan precisamente lo no contingente. El cristianismo ha filtrado, por así decir, lo ético del ritual judío; esta sustancia ética era aproximadamente lo que la tradición platónica de la filosofía había designado como lo natural inscrito en el corazón de todos los hombres. Pero a esta naturalidad pertenece precisamente también la formación de rituales que en su contingencia son, sin embargo, transparentes para lo incondicionado. Para serlo tienen que ser bellos. Y los estándares de lo bello son ciertamente variables pero de ningún modo ilimitados. El sentido de belleza se arraiga profundamente en nuestra animalidad y nos vincula con muchos seres vivientes no humanos. Todos los intentos de explicar esto funcionalmente han fracasado hasta ahora. Presuponen siempre lo que quieren explicar.
 
Así los biólogos apuntan al hecho de que los bellos dibujos de los pájaros machos ofrecen una ventaja de selección porque las hembras recompensan esta belleza. Pero esto no explica la belleza, sino que solamente desplaza la cuestión que sería ahora: ¿por qué existe el sentido de belleza en las hembras? ¿Por qué las largas plumas de cola del faisán? Darwin ya observó que la hembra del faisán de argos dispone de un sentido de lo bello que se acerca al humano, pero renunció a explicar este hecho en términos darwinistas. Lo bello no parece ser para él el resultado de la evolución sino su condición limitadora. Algo sólo tiene probabilidades de imponerse en la evolución, así lo creyó, si no contradice ciertos estándares de belleza apriorísticos. Y esto no se refiere exclusivamente al esplendor óptico, sino también a tipos de comportamiento.

 
Adolf Portmann
Los rituales de celo del urogallo (1) son ciertamente rituales auténticos; sirven a un fin, pero indirectamente y por rodeos. La superioridad biológica no se manifiesta directamente sino hay que impresionar a la hembra a través de movimientos complejos que, al parecer, tienen un carácter puramente expresivo y representativo. ¿O qué pensar de los avestruces que se mostraron recientemente en la televisión que después de un largo caminar en búsqueda de agua la encuentran finalmente, medio muertos de sed, y lo primero que hacen no es beber, sino llevar a cabo un baile alrededor del agua antes de beber? El gran zoólogo basilense Adolf Portmann ha reunido importantes materiales para reforzar su tesis de una tendencia a la autorrepresentación de la naturaleza que no se puede explicar como mera función selectiva. La circunstancia de que en el fondo Portmann haya tenido sucesor no se debe al hecho de que sus ejemplos hayan encontrado mientras tanto explicaciones funcionalistas; se debe más bien al hecho de que la biología actualmente se define en gran medida por la búsqueda de explicaciones de esta índole, de modo que cualquier referencia a hechos que no se pueden explicar así y, por tanto, acaso ni son explicables, se considera un contratiempo que hay que ignorar porque no se atiene a las reglas del juego. Ahora bien, para el filósofo el fenómeno como tal resulta interesante.
 
El sentido de belleza y los rituales en el reino animal no deben contemplarse como indicios de que estos fenómenos, considerados por regla general como específicamente humanos, son en realidad productos funcionales de la evolución. La lectura contraria es más plausible: la belleza es una determinación transcendental que al igual que las leyes de la matemática precede a toda evolución. El hecho de que hexágonos regulares pueden entramarse entre sí como ocurre en los panales no es un resultado de la evolución como lo son las abejas, sino que las abejas construyen sus panales de la manera que presuponen las leyes de la geometría.
 
Pero los rituales de la fauna no demuestran que la ritualización humana de la vida cumple con una función biológica oculta; pueden entenderse perfectamente como indicios de que la vida misma está organizada de manera tal que se expresa y que esta representación se malinterpreta si se comprende como mera función de la autoconservación y de la conservación de la especie. Esta autoexpresión se convierte entonces en el hombre, precisamente porque no cumple con ninguna función de conservación, es portadora de significaciones transcendentes. Ya no representa solamente al que representa sino que se convierte en la representación de su origen. Cuando la ley moral ordena respetar al hombre siempre como fin en sí mismo, es decir, como algo incondicionado, esto contradice evidentemente el hecho de que el hombre es un ser contingente y finito con múltiples condicionantes. Sólo se le puede respetar incondicionalmente en cuanto que es símbolo, representación de lo incondicionado.
"Imagen de Dios", como reza la Biblia. Sin embargo, esto se actualiza en actuaciones simbólicas, rituales. El hombre es un ser que se mueve entre ritos, y un hombre no es respetado si no se respetan sus ritos, del mismo modo que no es posible el respeto que no se expresa en formas rituales.


martes, 2 de febrero de 2021

Educar sin instrumentalizar

Noveno fragmento de la Conferencia titulada Lo ritual y lo moral, presentada en las XL Reuniones Filosóficas, que bajo el título De la ley a la virtud. Proyecciones de la filosofía moral de Cicerón en el pensamiento europeo * tuvieron lugar en Pamplona los días 2, 3 y 4 de mayo de 2001. Publicado en Anuario Filosófico de la Universidad de Navarra, volumen 34, número 3 (2001), páginas 655 a 672. 

Socializar no es el fin primordial

La ritualización de la lucha crea siempre una simetría entre los adversarios, un reconocimiento mutuo que es incompatible con la constante proyección de la oposición entre lo bueno y lo malo sobre la enemistad actual. La ritualización de la lucha prohibe la equiparación del enemigo con el criminal.

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La ética filosófica, dije, no absolutiza ni lo ritual ni el buen fin. Intenta que los dos se recubran mutuamente. Ella relativiza cualquier buen fin, en la medida en que consiste en el hecho de que siempre sea un fin humano y finito y como tal nunca lo absoluto. Comprende la significación simbólica de lo ritual como representación de lo incondicionado. El concepto intermedio, al que no puede renunciar, es el concepto de lo bello, de la acción bella y del hombre bello. Sin los conceptos de lo bello y de lo feo cualquier intento de operacionalización (¿determinación?) de lo bueno y lo malo desemboca en lo indeterminado, apeiron.


Desde G. E. Moore se ha hecho usual distinguir entre valores morales y extramorales. Según esto son moralmente valiosas las acciones que se orientan hacia la realización máxima de valores extramorales. Y no podía ser de otro modo, porque si así fuera la definición de lo moralmente bueno se volvería circular. Pero si adoptamos esta visión consecuencialista, ¿dónde situar por ejemplo la acción educativa? Es propio de este tipo de acción fomentar en el hombre joven aquello que alguna vez se designó como virtudes morales. Sólo puede comprenderse realmente mediante el concepto de virtud la dimensión ética de la educación.
 
Si adoptamos ahora la definición de lo ético de Moore, tal como se estila también entre los moralistas, ¿la educación moral es moral ella misma? No está apuntando a valores extramorales, sino a valores éticos. A los consecuencialistas sólo les queda una salida del dilema: el objetivo de la educación moral es la realización de valores extramorales que llevará a cabo la persona educada para la virtud. Pero de esta forma el joven es instrumentalizado por su educador. No es él mismo el fin de la actividad educativa sino otras personas, la sociedad, el estado, la humanidad. Pero ningún educador auténtico se ve a sí mismo de esta manera y una educación de esta índole no podría subsistir ante el imperativo de tratar al hombre como finalidad en sí misma.

El objetivo de la educación no son los hombres buenos en el sentido del consecuencialismo sino hombres bellos, es decir, hombres bien educados cuyo aspecto y cuyas actuaciones nos agradan porque están constituidos correcta y bellamente. El concepto de lo bello se resiste a la dicotomía de valores morales y extramorales. Pero si renunciamos a él, se priva de su sustancia al concepto de lo bueno y en el fondo ya no podremos saber lo que es bueno, pues, como escribe Moore acertadamente, ni siquiera podemos prever con probabilidad las consecuencias a largo plazo de nuestra actuación.
 
Sin embargo, tenemos una visión intuitiva inmediata de la belleza de una acción y de la belleza interior y exterior de una persona. La belleza de una actuación no depende exclusivamente de su tipo. Puede ocurrir que una actuación que nos gusta por su tipo se pervierta por un motivo interesado o por el hecho de que las circunstancias del momento la hagan inoportuna. Sin embargo, hay acciones que son reprobables de por sí y, por tanto, resultan siempre inoportunas sea cual sea el motivo que las inspire.