viernes, 31 de marzo de 2017

Evolución y autocomprensión (y 4)

Del libro de Robert Spaemann LO NATURAL Y LO RACIONAL. ENSAYOS DE ANTROPOLOGÍA. Título original: Das Natürliche und das Vernünftige. Aufsatze zur Anthropologie, Piper, München-Zürich, 1987. Traducción: Daniel Innerarity y Javier Olmo. Segundo ensayo: Ser y haber llegado a ser. ¿Qué explica la teoría de la evolución?

5. Evolución y autocomprensión

continuación

Hoy se intenta subsumir el originarse y perecer bajo el concepto de transformación. Si la existencia no se entiende ya temporalmente, sino que el tiempo se añade como índice al respectivo predicado real del se enuncia la existencia, entonces no se origina ya absolutamente nada. Cuando Aristóteles, en lugar de eso, dijo “vivere viventibus esse”, señaló precisamente aquella experiencia que expresó Matthias Claudius con su alegría por ser, y que Bertrand Russell tuvo dificultades de expresar a causa de su diferente lógica. Al preguntarle en una ocasión uno de sus muchos interlocutores si no tenía miedo a la muerte, Russell respondió: “¿por qué habría de preocuparme dejar de vivir? Durante todo el tiempo anterior a mi nacimiento tampoco vivía y esto no me causa preocupación”. Naturalmente esto es sólo una salida graciosa; sin embargo, en Russell se reviste de una lógica que ignora el sentido temporal de la orientación de la existencia, porque ignora que para el hombre vivir es sinónimo de existir. Según la lógica de Russell, Russell existe siempre. Existe como alguien que vive en un periodo de tiempo completamente determinado.

Para el evolucionismo no hay una terminación del ser de algo, sino sólo una transformación. Nosotros somos monos transformados, lo que, naturalmente, plantea dificultades a nuestra autocomprensiónt. Los monos, a su vez, son sus predecesores transformados, etc; nunca topamos con algo como seres. Lo único que hay es el proceso del devenir. Sólo hay el continuo de este proceso, no unidades discretas que sean idénticas consigo mismas y diferentes de otras. La aplicación de expresiones de este tipo es, pues, una mera manera de hablar. Sólo designa un modo determinado de percibir la realidad. También se puede ver esto si consideramos el asunto desde el punto de vista del análisis del lenguaje.

En sí, un farol del alumbrado público no tiene más identidad que cualquier acumulación casual de objetos. Aristóteles opinaba que hay objetos a los que sólo nos podemos referir con expresiones que aludan a su identidad. El paradigma de tales realidades somos nosotros mismos. Nosotros no nos podemos entender como propiedades de algo diferente. Pero tenemos buenas razones para considerar a otros organismos como semejantes a nosotros en este aspecto. Expresiones de este tipo tienen, además, la peculiaridad de hacer delimitables entre sí los objetos a que se aplican. La palabra “rojo” no nos ofrece ningún criterio para distinguir un trozo de rojo de otro. En cambio, quien dice que ha entendido la palabra “manzana” y, sin embargo, no sabe dónde termina una manzana y comienza otra, muestra precisamente que no la ha entendido.

Por supuesto que no se puede forzar a nadie a la opción a favor de una visión del mundo que admite las sustancias y en contra de una que no lo hace. Esta es, ciertamente, la visión natural del mundo, pero hay incluso una gran religión que rechaza como ilusión esta visión natural del mundo: el budismo. Lo que nos condujo a la suposición de sustancias individuales fue la experiencia de la negatividad de forma triple: como el dolor, como experiencia del otro y como pensamiento de lo incondicionado. Las tres experiencias o pensamientos son considerados por el budismo como ilusiones. El budismo, como es sabido, no tiene un concepto de Dios. El budismo rechaza la idea del otro como otro. La ilusión del ser otro, la ilusión de la identidad como distinta de la no identidad, debe ser superada por la compasión, y el impulso decisivo para ello es el dolor, el sufrimiento. Éste sólo puede ser superado porque el presupuesto del sufrimiento -el sujeto que sufre- se reconoce como ilusión y se supera.


No puedo ni quiero entrar aquí en una discusión sobre el budismo. Esta religión sería bastante compatible con una concepción evolucionista del mundo; sin embargo, estaría también por encima de ella. Pues el evolucionismo no reconoce la contradicción que hay en suponer una sucesión de estados que, en último término, no son estados de nada, que es como lo ve el budismo. Desde la perspectiva budista, el evolucionismo sería sólo un estadio de paso en el camino desde el sustancialismo hasta la comprensión de la inanidad de todo el mundo objetivo. Si queremos seguir pensándonos como sujetos y si queremos dar algún sentido al concepto de la dignidad humana, la tarea de una Ontologia correspondiente tendría que ser entonces formulada -dando un giro a unas conocidas palabras de Hegel- de la siguiente manera: “pensar los sujetos como sustancias”. También podemos decirlo más sencillamente -en inglés- con Michael Dummett: “Man is a self-subsistent thing”.

domingo, 26 de marzo de 2017

Evolución y autocomprension (3)

Del libro de Robert Spaemann LO NATURAL Y LO RACIONAL. ENSAYOS DE ANTROPOLOGÍA. Título original: Das Natürliche und das Vernünftige. Aufsatze zur Anthropologie, Piper, München-Zürich, 1987. Traducción: Daniel Innerarity y Javier Olmo. Segundo ensayo: Ser y haber llegado a ser. ¿Qué explica la teoría de la evolución?

5. Evolución y autocomprensión

continuación

Mientras que desde el punto de vista de la autocompresnsión humana el paradigma científico de la evolución es neutral, no lo es cuando se vincula con aquella interpretación filosófica que, siguiendo a Hans-Eduard Hengstenberg, llamaré “evolucionismo”. En el debate actual lo que se discute propiamente es esta interpretación. De otra manera no sería comprensible por qué la teoría de la evolución se propaga desde hace algún tiempo con tal énfasis, en lugar de avanzar tranquilamente como programa de investigación y probar su rendimiento. Detrás de la propagación del evolucionismo tiene que haber un motivo ideológico.

Se puede resumir todo el problema en un único punto, a saber, en el uso de la palabra “evolución” en lugar de la más antigua “descendencia”. La palabra “evolución” es una metáfora que, casi inevitablemente, sugiere una interpretación errónea, es decir, incompatible con lo que sabemos de nosotros mismos. La palabra está tomada de las transformaciones que se efectúan en un organismo desde su comienzo hasta su madurez. Esta palabra se transfiere al origen de los organismos. La aplicación a la serie de los seres vivos sugiere, en primer lugar, una interpretación lamarckiana de esta serie. Pero, sobre todo, sugiere que la historia natural consistiría en una modificación de los estados de un sustrato idéntico. Sugiere que habría un “algo” que “se desarrolla”.


Pero esto es incompatible con nuestra experiencia de la identidad. Ninguno de nosotros se expresaría diciendo: “mi padre se ha transformado en mí”. Tal modo de hablar sería admisible, a lo sumo, para organismos unicelulares, que se multiplican por división de la célula. De hecho, mi padre y yo estamos uno frente al otro como individuos autónomos. Y esto tiene incluso una significación esencial para la realización del hombre. El hombre sólo se realiza por la comunicación con alguien personal frente a él, con el que entra en trato recíproco. Los estados de un sustrato homogéneo siguen el uno al otro, pero no actúan recíprocamente. Su sucesión se modifica, más bien, por efectos externos.

Sin embargo, el evolucionismo sólo entiende las cosas, las unidades sustanciales, como estados de algo diferente. ¿De qué? De un sustrato que está en el fondo. Me parece que aquí está la cuestión decisiva. Esta cuestión se puede abordar también desde el análisis del lenguaje, preguntando si a la distinción entre expresiones de este tipo y diferentes predicados corresponde algo prelinguístico. La traducción de la frase “los leones rugen” por la frase “para algunos x, es verdad que x es un león y que x ruge” no permite destacar la diferencia entre los dos predicados que aquí se enuncian con una x. Aristóteles expresó esta diferencia así: cuando el león deja de rugir hace algo diferente en lugar de eso. Cuando deja de ser león no es algo diferente en lugar de eso, sino que ya no es, ha dejado de existir. En lugar de él existe algo diferente. En un caso se trata de transformaciones (alloiosis), de las que depende el ser así o de otra manera; en el otro se trata del originarse y perecer (genesis), en lo que está en juego el ser o no ser. La lógica de ambos procesos, la lógica del ser así o de otra manera y la del ser o no ser, no es la misma.

viernes, 24 de marzo de 2017

Evolucion y autocomprension (2)

Del libro de Robert Spaemann LO NATURAL Y LO RACIONAL. ENSAYOS DE ANTROPOLOGÍA. Título original: Das Natürliche und das Vernünftige. Aufsatze zur Anthropologie, Piper, München-Zürich, 1987. Traducción: Daniel Innerarity y Javier Olmo. Segundo ensayo: Ser y haber llegado a ser. ¿Qué explica la teoría de la evolución?

5. Evolución y autocomprensión

continuación

El pensamiento metafísico de que el hombre, cada hombre particular, sea una criatura de Dios querida expresamente en su peculiaridad, no prejuzga nada sobre el modo como esta voluntad divina realiza su fin. Desde siempre, la consideración religiosa del mundo ha admirado precisamente en el azar la mano de Dios. El sentido de un texto escrito a máquina no radica en que la máquina de escribir esté, por así decir, programada para producir precisamente ese texto. Visto por aquel que ha resuelto dejar a un lado todo lo sobrenatural -es decir, en este caso, el punto de vista por encima de la máquina de escribir-, que ha resuelto considerar el texto en relación a la máquina de escribir, el texto es completamente casual.
Carsten Bresch

Lo menos plausible es un tipo de pseudoteoría como la formulada recientemente por Carsten Bresch en conexión con Teilhard de Chardin. Bresch propone contemplar el proceso de formación de estructuras cada vez más complejas y amplias como algo en sí digno de respeto, también y precisamente allí donde el proceso va más allá del hombre y le integra sólo como un elemento en una unidad más amplia.

El error de esta visión yace en una extrapolación ilícita. En primer lugar, se confiere un valor positivo al proceso que ha conducido al origen del hombre. Esta valoración retrospectiva obedece a que el resultado de dicho proceso ha sido la subjetividad. Pero como este proceso es indiferente frente a su resultado casual, se pregunta ahora por la legalidad que conduce a este resultado, y esta legalidad se valora ahora como un elevado desarrollo y progreso. ¿En qué consiste esta legalidad? Consiste en una tendencia a la construcción de estructuras cada vez más complejas. Y ahora se transfiere a esta tendencia la valoración positiva, pero no porque produzca la subjetividad, sino porque produce la complejidad, que es una perfección desde un punto de vista diferente, y que es una condición de la subjetividad.

Paradójicamente, se presenta ahora esta tendencia como digna de admiración en la medida en que conduce a grandes estructuras que, sin tener ellas mismas conciencia, contienen personas conscientes como meros elementos de la estructura. Un proceso semejante, que supera al hombre y lo mediatiza, tendría que ser valorado negativamente, o sustraerse a toda valoración. Todas las extrapolaciones de la idea de la evolución con acento positivo más allá del hombre contienen esta paradoja. Pero no sabemos si con el hombre desaparecen también las pautas de valor, sobre la base de las cuales se valora positivamente esta superación del hombre. Esta teoría del progreso que quiere sobreponerse al hombre recuerda al judío berlinés que -según el chiste contado por Adorno- salió a la calle en 1933 con una pancarta en la que estaba escrito: “¡Fuera nosotros los judíos!”.

lunes, 20 de marzo de 2017

Evolucion y autocomprensión (1)

Del libro de Robert Spaemann LO NATURAL Y LO RACIONAL. ENSAYOS DE ANTROPOLOGÍA. Título original: Das Natürliche und das Vernünftige. Aufsatze zur Anthropologie, Piper, München-Zürich, 1987. Traducción: Daniel Innerarity y Javier Olmo. Segundo ensayo: Ser y haber llegado a ser. ¿Qué explica la teoría de la evolución?

5. Evolución y autocomprensión


La cuestión de partida era: ¿Afecta la teoría de la evolución a la autocomprensión de la vida humana? Ahora podemos precisar la pregunta del siguiente modo: ¿Permite la teoría de la evolución la reconstrucción de la negatividad? Si no es así, ¿necesita esta teoría interpretar de manera reduccionista toda experiencia de la negatividad que es incompatible con su propia interpretación?

La primera de estas dos preguntas ya ha sido respondida negativamente. Pero deberíamos advertir que esta respuesta negativa es trivial. La teoría de la evolución intenta hoy reconstruir el origen de las células vivas (un intento del que ahora no vamos a ocuparnos). No intenta explicar el origen de determinadas propiedades nuevas, sino sólo su conservación. Por eso no necesita interpretar los fenómenos nuevos fundamentales, las “fulguraciones(1), como meras modificaciones de estructuras precedentes, sino simplemente tomar nota de su existencia (la cuestión de hasta qué punto existen efectivamente mutaciones transespecíficas, es una cuestión todavía discutida en la Biología). En esa medida, la teoría de la evolución es, por así decir, ontológicamente neutral, pues no dice absolutamente nada sobre las mutaciones en que se apoya la evolución. Y cuando dice que ésta no tiene dirección, con ello sólo hace un uso excesivo de la navaja de Ockham. (2) Lo que viene a afirmar es que la selección basta para la ulterior explicación de la dirección. 

Muchos opinan que la falta de dirección de las mutaciones implica una ofensa a la autoconciencia del hombre. Pero esto no se puede decir. Es propio de esta autoconciencia que el hombre considere al hombre como fin en sí, y no sólo en el sentido de que necesariamente tiene que hacer a su propia especie fin para sí mismo, sino en el de que él es absoluto fin en sí, es decir, que tiene derecho a ser considerado como fin en sí por los seres que son capaces de establecer fines. No discuto aquí esta forma de autoconciencia, ni el fundamento de esta pretensión. Lo que quisiera decir es esto: el carácter de fin en sí del hombre es completamente independiente de si él se considera como fin de la naturaleza, es decir, como resultado de un proceso de evolución que, por así decir, está orientado entelequialmente a su producción. Si lo fuera, esto no sería, de todas formas, una fundamentación suficiente para la idea de la dignidad humana, es decir, del carácter de fin en sí mismo del hombre. Pues lo peculiar de la capacidad humana de reflexión es, precisamente, distanciarse de los fines de la naturaleza y poder comportarse con ellos afirmativa o negativamente. En este acosmismo radica la idea de la dignidad humana.

(1) fulgurar
Del lat. fulgurāre 'relampaguear'.
1. intr. Brillar, resplandecer, despedir rayos de luz.
2. intr. Destacar por su brillantez.
(2) La navaja de Occam (o de Ockham) es un principio de razonamiento formulado al final de la Edad Media, y conocido bajo varios nombres: principio de economía, principio de parsimonia o de simplicidad. Es atribuido al monje franciscano y filósofo Guillermo de Ockham, aunque era conocido antes de él. En su formulación original del siglo XV, en latín, dice «pluralitas non est ponenda sine necessitate», es decir que las cosas esenciales no se deben multiplicar sin necesidad. En lenguaje moderno significa que no se deben multiplicar las causas, es decir las hipótesis en un razonamiento: Un raciocinio basado en premisas menos numerosas y más sencillas es más verosímil. Cuanto menos se supone, mejor.
(http://enciclopedia.us.es/index.php/Navaja_de_Ockham)

(3) acosmismo

De a-, cosmos e -ismo.
1. m. Fil. Teoría filosófica que infravalora la existencia del mundo sensible o solo la admite de un modo hipotético.

jueves, 16 de marzo de 2017

Lo incondicionado y la negatividad

Del libro de Robert Spaemann LO NATURAL Y LO RACIONAL. ENSAYOS DE ANTROPOLOGÍA. Título original: Das Natürliche und das Vernünftige. Aufsatze zur Anthropologie, Piper, München-Zürich, 1987. Traducción: Daniel Innerarity y Javier Olmo. Segundo ensayo: Ser y haber llegado a ser. ¿Qué explica la teoría de la evolución?

4. El carácter no derivable de la negatividad


El pensamiento de lo incondicionado (1) sólo aparece en una teoría de la validez (2), pero queda todavía por resolver el problema que está en el fondo. Se llega a un empate teórico entre el pensamiento cientificista que sólo se pregunta por la condición, y el pensamiento de la
incondicionalidad que pretende establecer la validez teórica. El que se pregunta por la validez siempre puede poner de manifiesto que el reduccionismo destruye la validez, pues no puede lograr nunca una traducción adecuada de las proposiciones de validez, es decir, la reducción del deber al ser (a lo que existe de hecho).

El cientificista que se pregunta por la génesis puede mostrar, sin embargo, que la validez incluye la referencia al sujeto para el que algo tiene validez, que la validez representa un momento en la realización de la vida de este sujeto. Toda hipostatización (3) de un reino de valores queda afectada por la objeción que ya hizo Aristóteles contra la hipostización de la torcedura de nariz: no la hay sin nariz. Y toda necesidad meramente ideal es una necessitas ex suppositione. Toda refutación del psicologismo en la Lógica
no puede remediar el hecho de que las leyes lógicas sólo tienen validez en tanto que existen sujetos pensantes que se pueden atener a ellas. 

¿Es entonces la lógica bivalente sólo un producto específico de la adaptación de nuestro cerebro al mundo externo? La pregunta nos conduce de nuevo a un círculo del que ya hemos hablado. Pues si respondiéramos con un "", esta respuesta sería también sólo un producto de la adaptación. Y esto puede ser ciertamente así. Hay una conocida teoría sobre la extinción de los monos que tienen una imagen errónea de la rama a la que saltan. Pero esta teoría manifiesta un completo desconocimiento del problema.

El hecho de que un ser que tenga la imagen de algo, tenga la imagen correcta, puede muy bien ser entendido como resultado de la adaptación. Ahora bien, la cuestión es cómo podemos, partiendo de un mundo de mera facticidad (4) de estados materiales, reconstruir lo que significa en general tener una imagen de algo (sea esta imagen correcta o errónea). Ninguna doctrina del reflejo condicionado puede dar el salto del mecanismo de asociación a la representación de algo que no es esta representación.

Un ser vivo puede pasar por una serie de estados que representen una reacción adecuada a las condiciones cambiantes del medio. Pero, ¿por qué tienen que ser aquellos estados imágenes de estas condiciones, es decir, de algo que ellos mismos precisamente no son? Podemos formular la pregunta más abstractamente, a saber: ¿Cómo es
reconstruible, sin petitio principii *, el origen evolucionista de la negatividad? Como es sabido, una afirmación lógica se puede construir siempre como doble negación, pero la negación no se puede reconstruir desde operadores que no contengan ya la negación. Podemos reconstruir la bivalencia de la Lógica como resultado de la adaptación funcional, análogo a sistemas digitales. Pero en un sistema digital los valores "verdadero" y "falso" son, respectivamente, estados positivos, uno de los cuales puede ser interpretado como negación por un observador vivo en la medida en que éste dispone del concepto de lo negativo. 

Cuando Russell fundamenta la verdad de una proposición como "no hay ningún hipopótamo en esta habitación" considerando que la ausencia de todo hipopótamo es algo real, este intento de eliminar la negatividad corresponde a su intento paralelo de eliminar las afirmaciones de existencia. Sólo que la negatividad emerge de nuevo cuando se trata de 
explicar la palabra "ausencia". Russell podría decir: todos los hipopótamos están en otros lugares. Pero entonces tenemos de nuevo la palabra "otros", para la que no podemos dar una definición naturalista.

La negatividad aparece en tres órdenes
1. Como dolor
2. Como alteridad, como no-yo
3. Como pensamiento de lo absoluto.

Es indudable que la aparición del dolor es extremadamente útil para la vida y favorece la conservación de los organismos que son sensibles a él. Esto es suficiente para el teórico de la evolución y para el experimentador que investiga la conducta de los animales ante el dolor. Pero para un ser que sufre dolores, el dolor tiene esencialmente la 
significación de lo negativo, de algo que no debe ser. Y en la medida en que esta significación pertenece a la esencia de la conducta de dolor, no puede ser definido el dolor ni de modo conductista (como conducta de dolor), ni -así lo ha mostrado Kripke recientemente- como un estado neurofisiológico. 

Aquí naufraga todo reducionismo naturalista. Y naufraga sobre todo en la negatividad del conocer, por tanto, del fieri aliud inquantum aliud. ** Lo que señalamos cuando nos referimos a algo real distinto de nosotros, no se puede entender de manera naturalista, es decir, como estado o propiedad de ese acto de referirse a algo. La excursión soñada con el amigo soñado y la real con el amigo real no se diferencian por ningún predicado, ni por la intensidad de la experiencia, etc. La existencia no es un predicado real. La diferencia está sólo en que en un caso el amigo también ha hecho la excursión conmigo, y en que ésta no vale sólo para mí. La posición de un otro como otro, es decir, de uno que no es porque es para mí, el ser-para-mí del hecho de que yo también soy para él, puede presentar a su vez a este acto de reconocimiento como funcional en orden a la conservación. Pero dicha presentación es completamente extrínseca a lo señalado en ese acto. Lo señalado no puede traducirse a un lenguaje evolucionista sin que se pierda algo.

Para el concepto de lo incondicionado no es necesaria una prueba específica de la imposibilidad de construirlo genéticamente. Bajo el supuesto de que lo poseemos, podemos incluso mostrar -y el intento ya ha sido hecho- en qué medida lo incondicionado es también positivamente funcional, en el sentido de funcional para la conservación de la especie homo sapiens. Pero decir que no es definible por esta funcionalidad es, en cierto modo, tautológico: implica precisamente la negación de aquella condicionalidad y se refiere a un tipo de sentido que precede a todo posible objetivo, como, por ejemplo, al de la conservación de la vida humana, etc. 

Las reflexiones precedentes sirven sólo como preparación de la tesis a la que quisiera llegar ahora. 
(1) Lo incondicionado : Se denomina así, en el pensamiento kantiano, al fundamento último de todo el conocimiento. Fundamento que tiene que estar libre de las condiciones que la sensación, la sensibilidad y el entendimiento imponen a los objetos del conocimiento teórico. Lo incondicionado es inalcanzable por la razón teórica, por mucho que ella se empeñe, ya que no puede ser fenoménico sino nouménico. Lo incondicionado se expresa en las tres ideas trascendentales: yo, mundo y Dios. 
http://recursostic.educacion.es/bachillerato/proyectofilosofia/web/glosario.php?glosario=924


(2) En epistemología, la validez de un conocimiento es el hecho de ser reconocido como un conjunto consistente de proposiciones verdaderas por una comunidad determinada.
(https://es.wikipedia.org/wiki/Validez_(epistemolog%C3%ADa))

(3) hipóstasisDel lat. tardío hypostăsis, y este del gr. ὑπόστασις hypóstasis.
1. f. Consideración de lo abstracto o irreal como algo real.

(4) facticidad :
1. f. Cualidad de fáctico.
2. f. Fil. Carácter contingente de algunos hechos.


*La petición de principio (del latín petitio principii, "suponiendo el punto inicial") es una falacia que se produce cuando la proposición por ser probada se incluye implícita o explícitamente entre las premisas.
**Cognoscere, dice S. Tomás, est fieri aliud in quantum aliudConocer es hacerse otro en cuanto otro, intencionalmente, no materialmente.

domingo, 12 de marzo de 2017

Desafío evolucionista (y 4)

Del libro de Robert Spaemann LO NATURAL Y LO RACIONAL. ENSAYOS DE ANTROPOLOGÍA. Título original: Das Natürliche und das Vernünftige. Aufsatze zur Anthropologie, Piper, München-Zürich, 1987. Traducción: Daniel Innerarity y Javier Olmo. Segundo ensayo: Ser y haber llegado a ser. ¿Qué explica la teoría de la evolución?

3. La provocación de la teoría de la evolución. Génesis versus validez

(continuación)

La teoría de la evolución puede muy bien construir, en gran parte, los contenidos elementales de la ética humana. Puede, incluso, contribuir a la corrección de las formas del ethos, mostrando la disfuncionalidad de algunos modos de conducta que en otro tiempo eran funcionales. Este es, por lo demás, uno de los objetivos principales de las recientes publicaciones en el ámbito de la Etología humana. Lo que la teoría, sin embargo, no puede en absoluto realizar es una derivación de la forma específica de la ética humana, de la forma de la incondicionalidad que se expresa en el uso de la palabra "bueno" en un sentido no relacional.

El evolucionismo tiene que relativizar todo entusiasmo moral ante una bella acción y toda condena de una atrocidad. Tales aprobaciones y desaprobaciones lo único que dicen es que esos modos de actuar son funcionales o disfuncionales con referencia a un estado en sí indiferente, el cual, por causas de nuevo indiferentes, les aparece como digno de ser deseado a aquellos que expresan el entusiasmo o la condena. Todas las apelaciones morales -tan abundantes en los libros sobre teoría de la evolución- no pueden remediar el hecho de haber privado previamente de su fuerza a dichas apelaciones.

La reconciliación entre un modo de consideración genético y uno dirigido a la validez teórica sólo sería posible bajo un supuesto platónico, a saber: si entendemos la teoría de la evolución de manera que el ejercicio funcionalmente condicionado de una determinada conducta sea sólo la condición para que súbitamente se presente una dimensión de la experiencia completamente nueva, la dimensión de la incondicionalidad de lo bello. Así lo han visto Platón y Aristóteles cuando coinciden al escribir que el Estado surge para las meras necesidades de la vida, pero una vez que ha surgido, existe para la vida buena. Y lo que sea la vida buena, no se puede ya derivar de esas condiciones de origen. Es propio de los pensadores modernos antiteleológicos -como Hobbes- el que para ellos la legitimación del Estado nunca se desliga de las funciones definidas por sus condiciones de origen. 

En cuanto al descubrimiento de la dimensión de la incondicionalidad, podemos incluso reconstruir sus condiciones de origen: para los animales, los imperativos del instinto son subjetivamente incondicionados, en el sentido de que no son en absoluto capaces de reflexionar sobre su posible condicionalidad. Sólo nosotros, cuando 
reflexionamos, podemos constatar su condicionalidad y entenderlos como meros resultados de las leyes de la naturaleza, de las condiciones de origen y de las condiciones del entorno. Pero como los animales no reflexionan sobre la condicionalidad, no hay tampoco para ellos una incondicionalidad.

Sólo en la medida en que reflexionamos sobre la condicionalidad de nuestros propios impulsos, surge para nosotros la alternativa de lo relativo y lo absoluto. Antes de la reflexión teórica no puede existir lo incondicionado como un "incondicionado para nosotros, por tanto, relativamente incondicionado", sin convertirse en un mero como-si. La dimensión de la experiencia de lo incondicionado sólo se puede reconstruir ulteriormente en sus condiciones de origen, pero es per definitionem algo para lo que sus condiciones de origen son irrelevantes en el momento en que se origina. 

martes, 7 de marzo de 2017

Desafío evolucionista (3)

Del libro de Robert Spaemann LO NATURAL Y LO RACIONAL. ENSAYOS DE ANTROPOLOGÍA. Título original: Das Natürliche und das Vernünftige. Aufsatze zur Anthropologie, Piper, München-Zürich, 1987. Traducción: Daniel Innerarity y Javier Olmo. Segundo ensayo: Ser y haber llegado a ser. ¿Qué explica la teoría de la evolución?

3. La provocación de la teoría de la evolución. Génesis versus validez

(continuación)

Con el intento de ser científicamente reconstruída, la autoafirmación de la subjetividad parece condenada a aquel mutismo que el primer Wittgenstein constató y proclamó en su famosa sentencia sobre lo decible y lo indecible. (1) Pero en nuestro lenguaje cotidiano no nos resignamos a este mutismo. Sin embargo, en nuestra civilización se ha extendido mucho la idea de que el lenguaje cotidiano sólo es, por así decir, una forma intuitiva previa del lenguaje cientifico. Como tal, se cultiva también por los intelectuales con el supuesto tácito de que hay una tradición cognitiva adecuada.

Pero este supuesto tiene que ser abandonado cuando se trata de aquel modo de hablar en el que el discurso trata acerca de lo incondicionado, es decir, aquel en el que las expresiones "bueno" y "malo" son usadas en otro sentido que el de "bueno para x, si x quiere A" o "bueno, adecuado para la consecución o conservación de un determinado estado". La interpretación evolucionista de la ética entiende el uso de la palabra "bueno" en este último sentidoY también aquí vale, otra vez, lo anteriormente dicho: no rechaza la aplicación de la palabra "bueno" en el sentido de lo incondicionado, pero tampoco ofrece una traducción científica adecuada de ese modo de hablar, sino una interpretación funcional del mismo.


Al igual que las danzas de la lluvia de los indios hopi que -como reconocen casi todos- no provocan la lluvia, pero cumplen la importante función de mantener unida a la tribu, así también al hablar de "bien" no corresponde en cuanto tal nada objetivo, pero se podría mostrar cómo ha surgido este modo de hablar y para qué es bueno: para un ser que reflexiona, la motivación para el cumplimiento de funciones supra-individuales no obedece, generalmente, al instinto sino a imperativos conscientes. Dado que la reflexión suspende o relativiza el contenido de esos imperativos -que no siempre están a favor de la satisfacción inmediata de los impulsos- están dotados del equivalente instintivo de la "incondicionalidad", que compensa la potencial infinitud de la reflexión relativizante.

Vistas así las cosas, la teoría de la evolución tendría que ser entendida precisamente como la victoria de esta reflexión relativizante. Al afirmar la funcionalidad de lo incondicionado para la conservación de un fenómeno absolutamente condicionado -como, por ejemplo, el de la vida humana sobre la tierra- suprime su incondicionalidad. Al explicarla como útil y útil para su ser, suprime este ser. La afirmación de que es bueno conservar la vida humana sólo significa entonces que hacer esto conserva la vida. Pero, como ha mostrado G.E.Moore, esa no es una traducción adecuada.


(1) En síntesis el Tractatus trata de lo que se puede decir y de lo que no se puede decir. Es el intento de hallar una explicación satisfactoria del modo en que significan las proposiciones elementales. Para Wittgenstein una proposición es una representación lógica y sólo como representación puede expresar su sentido. El sentido de una proposición es independiente de que lo representado sea verdadero o falso, es más bien la posibilidad de la verdad o de la falsedad. Lo importante es la existencia de una correlación entre los distintos elementos de la representación y la realidad; estos vínculos con la realidad, no obstante, no son establecidos por la misma representación, sino por la persona que la usa ya que la proposición no puede decir qué es y qué hace cuando representa la realidad. Eso sí, puede mostrarla o ponerla de manifiesto. 
(https://opusprima.wordpress.com/2009/12/30/lo-decible-y-lo-indecible-en-wittgenstein-i-la-ciencia/)