sábado, 3 de diciembre de 2022

Hechos y circunstancias

Noveno y último fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Einzelhandlungen, publicado en Zeitschrift für philosophische Forschung, 54 (2000), nº 4 . Publicado en Límites: Acerca de la dimensión ética del actuar, capítulo 4.

Del fragmento anterior

...existen también universales culturalmente invariantes que determinan la identidad de las acciones y que excluyen moralmente su redefinición por la sociedad. La crítica a los estándares morales sociales que no respetan esos universales es uno de los motores más importantes del progreso moral.

Acciones con significado propio

IV (b)

Un ejemplo de esos tipos de acción culturales es, antes que cualquier otro, el hablar. Qué clase de acción sea expresar proposiciones depende por un lado del significado de las palabras, y por otro del significado convencional de la respectiva expresión de esas palabras: puede tratarse, por ejemplo, de un saludo, de una exhortación, de una promesa, de una oración, de un elogio o de un reproche. Las acciones de hablar siguen siendo lo que son también cuando el agente, por ejemplo, las redefine mediante una
restrictio mentalis y privadamente da a las palabras para sí un significado con arreglo al cual una mentira no sería una mentira.

Los mártires cristianos murieron durante tres siglos porque rechazaban el recurso de dar a la dispersión de granos de incienso ante una imagen del emperador un sentido distinto del convencional, y porque consideraban el significado convencional incompatible con el orden natural de las cosas, conforme al cual solo a Dios corresponden honores divinos. Un recurso de ese tipo habría sido dar a sus palabras secretamente un significado distinto del previsto en el lenguaje al que pertenecen esas palabras. No se consideraban facultados a modificar ese significado, sino obligados a omitir la acción.

A los universales culturales les subyacen universales «naturales», esto es, antropológicamente invariantes. Saludar, exhortar, elogiar, reprochar y rezar con esas invariantes que encuentran su respectiva expresión concreta en tipos de acción culturalmente determinados. Hay acciones tales que el «objeto» que las define no es realizado por ellas de modo mediado simbólicamente, sino inmediatamente, por más que esa realización inmediata casi siempre esté inserta en ritualizaciones culturales. Como ejemplo cabe mencionar comer, beber, las relaciones sexuales y matar. Es interesante que Tomás de Aquino no cuente la inserción cultural de esas acciones entre las circunstancias concomitantes que sirven para determinar la calificación moral de la acción, sino entre las circunstancias que modifican el tipo mismo de acción, el «objeto» de la acción. Así, para él las relaciones sexuales conyugales son un tipo de acción distinta que el adulterio, y el robo en una iglesia es un tipo de acción distinto que el robo profano, a saber, es un sacrilegio.

La «naturaleza de una acción» -es decir, aquello en virtud de lo cual es identificable a la vez como esta acción y como una acción de este tipo- es lo que respondemos a la pregunta «¿qué estás haciendo?». Se trata siempre de un contenido significativo intencional de naturaleza teleológica. Toda acción versa directamente sobre algo que por regla general es distinto de aquello por lo que se efectúa la acción, esto es, del «motivo». Ese contenido directo que define la acción se distingue del «aquello por mor de lo cual», esto es, del motivo, no solo en virtud de su mayor o menor cercanía, sino también cualitativamente. El motivo es algo que el agente mismo quiere y por mor de lo cual quiere lo otro que quiere. Puede suceder que en realidad el agente no quiera en modo alguno el «objeto» de la acción, sino que solo lo considere como un precio que tiene que pagar para conseguir lo que realmente quiere. Quien entrega su billetera a un atracador no quiere deshacerse de su dinero, sino salvar su vida. Pero esto no cambia nada el hecho de que se trata de la acción de entregar el dinero, pues el agente quiere entregar el dinero para salvar su vida. Y la acción de quien mata a una persona, o contribuye a darle muerte, para salvar la vida de otras muchas personas no puede ser descrita como una acción de salvar vidas, por más que obedezca al motivo de salvar vidas, sino solo como un homicidio. Igualmente, quien para ganar una apuesta u obtener una condecoración salva la vida a alguien que se está ahogando, ha efectuado la acción de salvar una vida, sean cuales sean sus motivos.

Que la acción mala no sea rehabilitada por el motivo bueno, mientras que el motivo malo reduce el valor moral de la acción buena, o incluso la corrompe, no cambia nada el hecho de que la identidad de la acción en cuestión, una identidad que se funda en un contenido significativo universal, no se ve afectada por la calidad del motivo. De lo contrario, el actuar humano perdería su transparencia análoga a la del lenguaje, se tornaría irremisiblemente monológico y se sustraería al entendimiento intersubjetivo.