sábado, 11 de mayo de 2019

Todos los seres humanos somos perfectibles

Séptimo y último fragmento del capítulo VII: Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Querer mejorar requiere reconocer insuficiencias


Hay personas que tienen más perspicacia que otras; en alguna circunstancia, deben dar a los demás un buen consejo. Otras tienen un sentido muy bien educado de los valores, y lo que quizás a otras no se les puede reprochar, ellas no pueden hacerlo u omitirlo sin incurrir en falta. Hay quienes, sin que nadie les obligue a ello, deben tomar la responsabilidad de otros, por la única razón de que ellos ven lo que los demás no alcanzan a ver.


(continuación)


El obrar sigue al ser. Sin duda que existen diferencias de rango, incluso entre los hombres. Hay hombres que tienen más altura moral que otros; y no es que les estén permitidas más cosas que a los demás; más bien tienen más obligaciones porque pueden, ven y entienden más que los demás. En general no aparecen como mejores que los demás, sino que la discrepancia entre lo que ven y lo que hacen es tan grande que más bien les hace sufrir. Sencillamente, ellos tienen una conciencia delicada.

Siempre se le objeta al cristianismo el haber inculcado a los hombres el sentimiento de culpa. Esto es tan verdadero como falso. La verdad es que el cristianismo ha acrecentado el sentido de los valores, nos ha hecho más perspicaces para la realidad, y con ello ha limitado naturalmente las posibilidades de hacer algo injusto, o de omitir, sin culpa, algo bueno. Donde hay más luz, se destacan también más claramente las sombras. Todos rechazamos las sombras. “Nadie es justo sino sólo Dios” (1), se dice en el Nuevo Testamento. Pero esto ya lo sabía el filósofo griego Anaximandro, que vivió siglos antes, cuando escribía: “las cosas desaparecen en el lugar de donde proceden, según el orden del tiempo; mutuamente penan su culpa”. Lo que quería decir es que cada cosa ocupa el sitio que otra deja. Su simple existencia es ya culpable; y, tras un cierto tiempo, paga por su culpa dejando su lugar a otra. 


Anaximandro
Si no podemos secundar el pensamiento mítico de una culpa de todas las cosas por el simple hecho de su existencia, sigue siendo verdad que ningún hombre logra alzarse por completo por encima de su visión egocéntrica del mundo. Todos tenemos nuestros puntos flacos, una especie de inadvertencia constitucional; de alguna manera, nos pisamos todos unos a otros. Nadie puede trazar con claridad la línea entre lo que es culpable e inocente, porque la inadvertencia que fundamenta el mal descansa precisamente sobre la no consideración de algunos aspectos de nuestra acción. ¿Se trata de un olvido voluntario o involuntario? En cualquier caso cada uno es deudor de su prójimo. 

Pero hay algo más que la inexorable rueda de la justicia que hace pagar a los hombres y a las cosas. Existe la posibilidad de que el hombre reconozca la culpa de su propia limitación, apunte la de los demás a su ignorancia y los perdone. No sólo existe la justicia, existen también la reconciliación y el perdón. Todas las buenas acciones juntas no pueden cambiar el que no haya una sola vida humana que merezca, como un todo, ser denominada sin más como buena. Todos necesitamos indulgencia, e incluso quizás, perdón. Pero sólo puede exigirlo quien, sin cerrar los ojos a la injusticia, está dispuesto a perdonar sin reservas. Indulgencia, perdón y reconciliación son algo más alto que la justicia. A eso se refieren las palabras de Hegel: “Las heridas del espíritu curan sin dejar cicatriz” (2).

(1) Confrontar Evangelio San Marcos capítulo 10, versículo 18
(2) Extraido de Fenomenología del espíritu

martes, 7 de mayo de 2019

Generosidad benevolente

Sexto fragmento del capítulo VII: Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Cualidades al servicio del prójimo


...hay acciones que lesionan la dignidad del hombre, que afectan a su carácter de fin, y que no pueden ser justificadas por deberes más altos, o responsabilidades más amplias. Esto se debe a que la persona humana no es meramente un ser espiritual, sino que se manifiesta de modo natural gracias a su cuerpo y a su lenguaje. Cuando no se los respeta como representaciones de la persona, sino que se los utiliza como medios para alcanzar otra cosa, entonces la persona resulta utilizada sólo como un puro medio.... 


(continuación)


Las fronteras inferiores de lo permitido no definen el proceder bueno. No todo el que dice la verdad actúa ya por eso bien. Puede decirla con amor, con benevolencia, o puede utilizarla como un arma, con una intención infame. Ya vimos que la buena intención no basta para hacer buena una acción, aunque ésta no es posible si no hay buena intención. Efectivamente se dan buenas acciones, buenas sin limitación, en mucho mayor grado de lo que pensamos. Debemos agudizar la vista para verlas, ya que nada anima más que tales ejemplos. Y no se piense sólo en ejemplos heroicos. Pensemos en cosas sencillas: en el joven a quien pregunto por un camino que no es fácil de encontrar, y que interrumpe sus planes para acompañarme cinco minutos y mostrarme el camino. Es una pequeñez de la que no vale la pena hablar, pero es algo bueno sin restricción. Y cada uno de esos comportamientos justifica la existencia del mundo. Ese joven no ha hecho ninguna gran reflexión moral; ha hecho lo que sentía; pero eso le vino a la cabeza porque es como es.

Hay una vieja máxima de los filósofos antiguos: agere sequitur esse, el obrar sigue al ser. A fin de cuentas, lo que hay son hombres buenos y no buenas acciones. Lo que hace bueno a un hombre tiene un nombre en la tradición cristiana: amor. Es una actitud de fundamental afirmación de la realidad; de ahí brota una universal benevolencia que ya no nos pone en el centro del mundo, pero que se extiende también hasta nosotros: para poder vivir bien, es necesario habérselas bien con uno mismo. Medidos por esta medida del amor, sólo somos, con todo, condicionalmente buenos. 

Ya antes dijimos que lo que en una determinada situación es bueno depende, entre otras cosas, de las peculiaridades de quien se encuentra en ella. Cuando hay un herido en un barco se pregunta: “¿hay un médico a bordo? Y si hay un médico debe prestarle ayuda. Y lo mismo vale para otras cualidades humanas. Hay personas que tienen más perspicacia que otras; en alguna circunstancia, deben dar a los demás un buen consejo. Otras tienen un sentido muy bien educado de los valores, y lo que quizás a otras no se les puede reprochar, ellas no pueden hacerlo u omitirlo sin incurrir en falta. Hay quienes, sin que nadie les obligue a ello, deben tomar la responsabilidad de otros, por la única razón de que ellos ven lo que los demás no alcanzan a ver.

miércoles, 1 de mayo de 2019

Conflictos de deberes

Quinto fragmento del capítulo VII: Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Acciones y decisiones complejas


A la naturaleza de una promesa pertenece el deber de mantenerla. La otra persona descansa en ella. Y justamente para eso se ha hecho la promesa... 


(continuación)


Dijimos que en la mayoría de los casos se comprende por sí mismo lo que hay que hacer. Pero se dan casos conflictivos, conflictos de deberes. Hay ocasiones en que es correcto no mantener la palabra dada porque lo justifica algo más urgente o más importante. En algunas sencillas situaciones-tipo es fácil saber lo que hemos de hacer. Pero la mayoría de las situaciones en las que nos encontramos son complejas: las diferentes exigencias se superponen, lo mismo que las diversas responsabilidades que uno tiene. A una persona con capacidad de juicio y de recto pensamiento, le resulta evidente, también aquí, la jerarquía de importancias y apremios. Pero no siempre.

Entendemos ante todo que el ámbito en el que tenemos verdadera responsabilidad no está fijado de una vez por todas, y ya vimos que es de locos identificar ese ámbito con el mundo y con el género humano, y responsabilizarnos de todas las consecuencias de nuestros actos y omisiones. Aquello de lo que efectivamente debemos dar cuenta depende de múltiples circunstancias; depende entre otras de lo que uno es para otro. De manera que no se puede fijar definitivamente el límite superior de lo que hace buena una acción. Casi siempre es posible algo mejor que lo que uno hace. Y sería falso decir que estamos obligados siempre a hacer lo mejor de lo posible. Esto, en general, no es verdad. 

Pero seguramente se puede dar un límite inferior, y es que hay acciones que lesionan la dignidad del hombre, que afectan a su carácter de fin, y que no pueden ser justificadas por deberes más altos, o responsabilidades más amplias. Esto se debe a que la persona humana no es meramente un ser espiritual, sino que se manifiesta de modo natural gracias a su cuerpo y a su lenguaje. Cuando no se los respeta como representaciones de la persona, sino que se los utiliza como medios para alcanzar otra cosa, entonces la persona resulta utilizada sólo como un puro medio.

De ahí deriva, en concreto, que son siempre malos la muerte directa e intencionada de un hombre, la tortura, la violación, o el uso de la sexualidad como medio para determinados fines. Tampoco puede justificar su acción quien engaña a un hombre que confía razonablemente en él: instrumentaliza el lenguaje y desaparece como persona que se revela en él; quita además al otro la posibilidad de hacer justicia a la realidad puesto que voluntariamente rompe ese contacto con la realidad. Así, por ejemplo, nadie tiene el derecho de mentir a un enfermo, que seria y confiadamente pregunta por su estado, quitándole así la posibilidad de enfrentarse con su muerte.