lunes, 30 de noviembre de 2015

Ordo amoris * (1)

Fundamento de la identidad moral del hombre es toda relación incondicionada, que es siempre simbólica. Por eso, toda acción moral es ritual, es decir, no está ordenada racionalmente a fines; es una representación de la benevolencia que rompe su universalidad.

De ordinario nadie da sin recibir algo a cambio: tiempo, fuerza, atención o bienes materiales, pero esta condición puede ignorarse por el culto a la pura espontaneidad, cuando  alguien vuelca voluntariamente en un ser toda la benevolencia de que es capaz. Dicho ser absorbe en el individuo la inconmensurabilidad, transformándose en símbolo absoluto, es decir no es relativizado ni en atención a los intereses de un tercero, ni como consecuencia de los efectos secundarios previsibles, ni debido al carácter preferencial propio de las acciones.

Esta benevolencia exclusiva no es aquel despertar a la realidad conforme al cual se entiende el amor benevolentiae. La arbitrariedad subjetiva en la elección del objeto de ese amor  hace que el otro no sea representación de lo incondicionado, sino un sustituto, se tematiza como objeto de la inclinación. No reside en último término en el otro la razón de esa entrega, sino en el propio individuo, de otro modo no sería un motivo para abstraer a todos los demás, que comparten con el otro la inconmensurabilidad de su propia identidad.

*Ver Robert Spaemann: Felicidad y benevolencia (1989) - Ediciones Rialp (1991) – Ordo amoris. I. Páginas 167-168

domingo, 29 de noviembre de 2015

Benevolencia (y 4)

La benevolencia no es ni función del instinto ni de la autoconservación o de la conservación de la especie, pues lo propio de ella es relativizar ambas cosas: es tan universal como el horizonte que abre.

La benevolencia vale para todo ente como algo único e inconmensurable. Sin embargo, en el momento mismo de empezar a obrar, el benevolente debe, como ser finito, producir conmensurabilidad y relativizar aquello con lo que se encuentra, pues como agente es esencialmente infinito.

El obrar es selectivo. El agente debe someter a sus «puntos de vista» todo aquello con lo que se encuentra: no lo deja ser, sino que se interfiere en ello y lo transforma bajo perspectivas finitas y con consecuencias también finitas. El agente ordena unas cosas al servicio de otras, distingue ciertas consecuencias como fines y reduce las demás a la condición de consecuencias complementarias o costes.

La universalidad de la benevolencia es, en principio, solamente contemplativa, no activa. Siempre que la universalidad de la benevolencia sea meramente abstracta, es decir, se refiera a «todos los hombres», no existe propiamente nadie para quien la benevolencia fundamental tenga un valor efectivo. De ahí se sigue que el amor -el amor benevolentiae- no se transforma en algo verdaderamente real. Mientras permanezca siendo general, la opción fundamental, la buena voluntad es meramente abstracta, y cuando se transforma en algo concreto deja de ser lo que en sí mismo era. (1)


El choque entre la apertura al infinito, a la que nos lleva la benevolencia, con las limitaciones propias de finitud del ser humano abre el camino a tratar del ordo amoris como aplicación práctica de la benevolencia.



(1) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, Segunda parte, Ordo amoris, páginas 165 y 166.


sábado, 28 de noviembre de 2015

Benevolencia (3)

En la benevolencia se manifiesta la constitución teleológica de la vida humana. Las acciones tienen una finalidad rectora que va más allá del efecto inmediato que producen. Es un motivo sin ningún valor y, por ello, es lo absolutamente real. Se puede hablar así de un fin último que se constituye como fundamento de toda realización. La manifestación del fundamento es el despertar a la realidad (1).

La benevolencia supone la percepción del ser. Si la ética debe tratar sobre lo que procede al ser humano, su fundamento debe radicar en su realidad más íntima, el ser. Pero este ser no debe ser contemplado como objetualidad, como lo entendía Emmanuel Lévinas, sino como identidad, aquello que está más allá de cualquier objetualidad. En virtud de la intuición de la identidad, la ética y la metafísica son interdependientes. (2)

La benevolencia precede y sustenta todo imperativo moral. No es una opción sin fundamento, sino el resultado inmediato de una percepción: de la percepción de la realidad como identidad. Quien tiene esa percepción se halla en una situación paradójica característica. Por un lado, entiende que el fundamento de esa su percepción no es él mismo. Parece más bien como si estuviera precedida por algo semejante a una resolución moral, aun cuando toda percepción moral sólo pueda fundarse en esa percepción. Por otro lado, es característico del despertar considerar que es uno mismo el que tiene la culpa de no haber percibido hasta ahora.

Percibir la realidad de lo real no es sólo un asunto nuestro, sino también una exigencia que se nos hace y de cuya satisfacción somos responsables. Nuestras acciones son correctas o falsas según que respondan o no a esa responsabilidad (3).

(1) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, obra citada, Benevolencia, I, páginas 147-148.
(2) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, Prólogo, páginas 27-28.
(3) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, Responsabilidad, I, páginas 252 i 253.



viernes, 27 de noviembre de 2015

Benevolencia (2)

El paradigma de acción benevolente es cualquier acción con la que acudamos en socorro de la vida humana necesitada de ayuda. No es evidente por sí mismo pues es posible optar por otros paradigmas de lo moral: renunciar a perseguir los fines propios sin considerar a los demás seres vivos, o la disposición a entenderse con los demás sobre los criterios para resolver los conflictos de intereses, o las medidas que alguien adopta para configurar más agradable o humanitariamente la situación general del mayor número posible de hombres. 

Todos estos paradigmas reposan sobre una circunstancia fundamental: la constitución teleológica de la vida, para la que siempre hay algo en juego, y la indigencia de la vida, que se halla amenazada permanentemente por la posibilidad de malograr su telos, y que no dispone por sí sola de los medios para asegurar su propia autoconservación y el logro de sus fines esenciales. De ahí que benevolencia signifique, sobre todo, la disposición a acudir en socorro de la vida amenazada. (1)

En este sentido se puede interpretar lo que Hans Jonas ha señalado como el paradigma fundamental del comportamiento moral: la conducta del ser humano con un niño desamparado. (2)

Se puede considerar que esta ayuda se puede producir de forma instintiva, como analogía del propio instinto de conservación, sin embargo, el instinto no expresa benevolencia, porque en esta situación no se ha abandonado la centralidad. Por ello, la ayuda no puede sustituir la propia realización, sino que la ha de hacer posible. Sin embargo, la disposición a ayudar puede ser un motivo para despertar a la realidad. La importancia, el significado, que puede tener mi vida para el otro puede ser un motivo para tomarme en serio.

Muchas veces, el hecho de tener que hacer algo por los demás nos estimula a hacerlo con más perfección. Sin embargo, sólo a través de la reflexión se revela el verdadero motivo de nuestra voluntad.

Toda acción específicamente moral se distingue tanto de la condición inmediata de la manifestación espontánea de la vida como de la acción técnica o artística. El verdadero querer no se identifica con el fin inmediato del instinto (3).

(1) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, obra citada, Benevolencia, III, páginas 161-162.
(2) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, página 162.
(3) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, páginas 162 i 163.




jueves, 26 de noviembre de 2015

Benevolencia* (1)

En Ser y tiempo Heidegger ha desarrollado la tesis de que todo humano estar-en-el-mundo se halla envuelto en una estructura fundamental de inquietud, por cuya virtud tanto nosotros mismos como nuestro propio poder se encuentran esencialmente en juego. Sólo en este contexto tienen valor las cosas.

Que el existente despierte y se descubra a sí mismo como fundamento de todo valor significa este doble descubrimiento: que el existente no es un caso particular y que no puede ser concebido a partir de un motivo determinado. Este descubrimiento se manifiesta como intranquilidad y miedo. (1)

El hecho de estar jugándose algo es una manifestación de la trascendencia volitiva del ser humano. Esta trascendencia supone que el ser humano es capaz de salir de aquella perspectiva cuyo horizonte se encuentra marcado por el instinto, es decir, la centralidad de su propia vida natural.

Al abandonar la centralidad, el ser humano se siente capaz de relativizar la propia vida, es decir, despierta a la realidad. En este despertar del ser humano se descubre a sí mismo y descubre al otro. Es más, se da cuenta que puede formar parte del entorno del otro, ser el otro del otro.

Dirigirse a lo que es conveniente para el otro, es decir, lo que satisface su propia trascendencia volitiva, es lo que llamamos benevolencia. (2).

*Concepto desarrollado en Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia (1989), Ediciones Rialp (1991), Segunda parte. Benevolencia. Páginas 146 a 164
(1) Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, obra citada, Benevolencia, I, página 147.
(2) Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, Benevolencia, II, página 152.


miércoles, 25 de noviembre de 2015

Ética de la benevolencia

José Luís del Barco
Una de las preocupaciones intelectuales de Spaemann consiste en apoyar la ética sobre un fundamento capaz de superar el dualismo entre eudemonismo y universalismo (1).

La respuesta de Leibniz a esta cuestión se encuentra en la definición que hace del amor: Delectatio in felicitate alterius (alegría por la felicidad del otro). Con este descubrimiento consideraba que resolvía el problema del eudemonismo, es decir, daba respuesta a la pregunta sobre cómo pueden converger un interés originario por los demás con el deseo irrefrenable de alcanzar la felicidad propia.

Kant
Kant entendía que un amor como el definido por Leibniz es patológico, una pasión de la que no se es responsable y, como tal, no puede ser fundamento de una convicción moral. (2)

En la filosofía medieval se distinguía entre amor concupiscientiae, de deseo, y amor benevolentiae, de amistad o benevolente (3).

Aristóteles entiende por amistad amar a los demás “por mor de sí mismos.” Sin embargo, el amor amicitiae, amor de amistad, sólo es posible como benevolencia recíproca entre seres humanos cuyas voluntades se asimilan espiritualmente la una a la otra, puesto que se han elevado por encima del propio instinto y han acogido en sus voluntades el bien como lo general (4).

Leibniz
El amor del que habla Leibniz parece ir por esta línea y sirve de punto de partida para el desarrollo del concepto benevolencia tal como lo entiende Spaemann.

En las próximas entradas se tratarán los tres principios que conforman la ética de la benevolencia propuesta por Spaemann: Benevolencia, Ordo amoris y Perdón.

(1) Robert Spaemann: Felicidad y Benevolencia, Eunsa, Estudio Introductorio de José Luis del Barco, páginas 12 y 13.
(2) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, obra citada, Benevolencia. I, página 146.
(3) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, obra citada, Benevolencia. II, páginas 152 y 153.

(4) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, obra citada, páginas 153 y 154.




martes, 24 de noviembre de 2015

Dualismo ético : eudemonismo y universalismo (y 2)

Las reacciones ante el dualismo edemonismo-universalismo hacen patente la existencia de dos fuentes de orientación de la vida moral que siguen con independencia su camino.

La primera es resignada. Se da por satisfecha con la existencia de dos fuentes de orientación de la vida moral independientes e irreductibles entre sí. Esto significa renunciar a la ética filosófica.

La segunda consiste en el intento de establecer una ordenación jerárquica entre ambos principios, a fin de lograr integrar uno de ellos en el otro. (1)

El eudemonismo conduce sólo a reglas prudenciales hipotéticas que hacen desaparecer la incondicionalidad de lo moral. Ni las reglas, ni los imperativos, ni las representaciones de la felicidad son en ningún caso lo primero, sino que son percepciones que suponen la existencia de alguien capaz de tenerlas. La percepción que convierte al ser humano en verdadero ser humano es la percepción del ser.

No hay ética sin metafísica. Ontología y ética se constituyen uno en virtud de la intuición del ser –propio y de los demás- como identidad. (2)
"Emmanuel Lévinas "entiende ser
como objetualidad... la epifania del
otro procede de un más allá del ser"
(Felicidad y benevolencia, p.27)

(1) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, obra citada, páginas 26 y 27
(2) Ver Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, obra citada, páginas 27 y 28.



lunes, 23 de noviembre de 2015

Dualismo ético : eudemonismo y universalismo (1)

En la historia de la ética está presente, casi desde siempre, un dualismo difícil de superar entre dos concepciones morales: el eudemonismo y el universalismo. El fin básico de la primera consiste en determinar con precisión la noción de vida lograda y en descubrir el modo de alcanzarla. El objetivo central de la segunda radica en definir rigurosamente el deber y en encontrar el procedimiento adecuado para cumplirlo (1).

Estas concepciones divergentes son fruto de un reto que afronta la ética desde sus inicios y que se concreta en un doble desafío. Por un lado la armonización entre la satisfacción inmediata del instinto y la felicidad. Por otra parte la armonización entre el propio bien y la justicia.

La dificultad de toda ética eudemonista consiste en fundamentar el interés por el bien de los demás, de dotar sentido a la idea de responsabilidad, tanto ante sí como de sí mismo.

La dificultad de la ética universalista del deber es hacer que se conciba un interés capaz de mover a cada uno a querer algo que, a juicio de cada cual, sería bueno que todos lo quisieran. (2).

(1) Ver Robert Spaemann: Felicidad y Benevolencia, Eunsa, Estudio Introductorio de José Luis del Barco. Página 11
(2) “El reto al que se enfrenta la reflexión ética ha permanecido sustancialmente idéntico desde el siglo V antes de Cristo, de ahí que sea razonable hablar de una constante antropológica, al menos de una constante en todas las culturas desarrolladas. … Se trata de un doble desafío. Ese reto consiste, por un lado, en que la integración de los impulsos parciales en la totalidad de una vida lograda no acontece, en el hombre, por sí misma. El hombre «conduce» su vida y, además, ha de aprender a hacerlo. La satisfacción inmediata del instinto y la «felicidad» no se hallan siempre en una armonía preestablecida. El centro de interés de la ética antigua se situaba en el tema de la eudaimonia, en el logro de la propia vida. Se trata de algo que cada cual quiere, aun cuando la mayoría no sepa con claridad en qué consiste. La ética antigua es la doctrina del arte de la vida. … El segundo desafío estriba en que tampoco existe armonía preestablecida entre el interés de cada uno por el logro de su vida y el interés de los demás por el logro de las suyas. El búho de uno puede ser ruiseñor de otro. En las culturas desarrolladas y en las sociedades complejas la conducta parasitaria queda frecuentemente impune e, incluso, resulta premiada. De ahí que a menudo nos hallemos en una situación en que sólo nos cabe atender al bien de los demás o promover el bonum commune descuidando el propio interés. Este es el centro de atención de la ética moderna. Lo mismo para Kant que para la ética discursiva o la utilitarista, la felicidad propia se halla subordinada a un criterio más alto que decide quién es «digno de ser feliz». (Robert Spaemann. Felicidad y benevolencia, obra citada, Prólogo, páginas 25 a 27).


domingo, 22 de noviembre de 2015

La justicia (y 5)

Cada hombre tiene unos deberes fundamentales de justicia para con los demás por el simple hecho de pertenecer al género humano.

En el mundo actual existe un conjunto de relaciones, particularmente económicas, entre los diversos grupos humanos. Si este conjunto de relaciones fuera aproximadamente simétrico, no habría problemas de justicia. Pero en la medida en que en el interior del sistema, ante todo del mercado mundial, se da una auténtica posición de poder se invoca a la justicia frente a los que detentan esas posiciones. Son algo más que partes en este intercambio; son repartidores o distribuidores, y como a tales se les debe exigir que tengan en cuenta el criterio de la justicia distributiva.

Aun cuando siempre se den diferencias de poder y sea por eso siempre exigible la justicia, pertenece a esta virtud colaborar para hacerse a sí misma superflua; va, en efecto, contra la exigencia fundamental de la simetría que unos hombres estén absolutamente a merced de otros y dependan de que éstos sean hombres justos. Por eso pertenece a la justicia, como estado o situación, el control de la fuerza y la división de poderes, y pertenece a la justicia de los fuertes su disposición para un acuerdo sobre la limitación de su poder merced a instituciones de derecho. (1)

Más allá de la consideración de la resolución de conflictos de intereses, justicia significa reconocer que todo ser humano merece respeto por sí mismo (2). Se puede decir que hacer justicia al ser humano y la realidad va más allá de la justicia como se entiende habitualmente. Esto supone dos exigencias: conocimiento y amor. Sin saber qué es el ser humano ni lo que realmente necesita, se actuará en falso. El amor significa aquí benevolencia, querer dar al otro lo que es bueno para el (3).

(1) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, Eunsa, IV. Justicia o yo y los otros. Páginas 64-65
(2) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, Eunsa, V. Convicción y responsabilidad o ¿el fin justifica los medios? Página 71
(3) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, Eunsa, V. Convicción y responsabilidad o ¿el fin justifica los medios? Página 72

sábado, 21 de noviembre de 2015

La justicia (4)

El intercambio de bienes nos lleva a lo que se denomina precio justo de las cosas. Ahora bien, el valor de los objetos depende de la apreciación de los interesados que está influida por la escasez del bien en cuestión. El precio en un mercado que funcione se rige por la ley de la oferta y la demanda.

La injusticia consiste en aprovecharse de una necesidad, de una posición de dominio en el mercado para exigir un precio desorbitado. La virtud de la justicia la necesitan los individuos particulares sólo cuando la situación es de tal modo asimétrica, que están en disposición de utilizar la fuerza a la hora de fijar el precio del intercambio.

La justicia es precisamente la virtud de los que disponen de poder: la virtud del más fuerte. El débil no necesita virtud para estar interesado por la simetría; le interesa simplemente porque es la manera de mejorar su posición.

Donde domine la igualdad, como en un mercado libre que funcione perfectamente, no será dañada la justicia si cada cual toma lo que puede recibir. Es privilegio de los más poderosos proporcionar medidas distintas a las del propio provecho; es decir, poder repartir.

La justicia es, ante todo, un punto de vista en la distribución de los bienes escasos, en el ámbito de relaciones ya institucionalizadas; pero la justicia no crea esas relaciones.

(1) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, Eunsa, IV. Justicia o yo y los otros. Páginas 62-64


viernes, 20 de noviembre de 2015

La justicia (3)

El fenómeno en que se apoya toda justicia es el de la distribución o necesidad de bienes que son escasos (1).

Justicia es el reconocimiento de una simetría fundamental en relación con los hombres, justamente allí donde se trata de repartir bienes que son escasos. Simetría que no consiste en la simple igualdad de todos, sino en que las asimetrías deben ser justificadas. Y la justificación debe ser tal que cualquiera que esté dispuesto a pensar justamente esté de acuerdo con esa asimetría.

Cuando una persona está sometida a medidas discriminatorias que no pueden ser justificadas ante él, ni justificadas en absoluto; cuando es perjudicado como ciudadano, entonces se lesiona esa simetría fundamental, sin la cual no existe justicia.

Justicia significa entonces que el reparto de cargas y beneficios, y su uso, no se haga de antemano en favor de determinadas personas o grupos. Por eso una cinta cubre los ojos de la justicia. Justicia significa imparcialidad.

Justicia significa imparcialidad, pero no todas las acciones humanas deben estar sometidas a la justicia. Aristóteles distinguía dos clases de acciones interhumanas sometidas a la exigencia de la justicia: el intercambio de bienes y el reparto de cargas y beneficios hecho por la autoridad. (2)

(1) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, Eunsa, IV. Justicia o yo y los otros. Página 61
(2) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, Eunsa, IV. Justicia o yo y los otros. páginas 61-62

jueves, 19 de noviembre de 2015

La justicia (2)

La justicia es una virtud, una actitud del ser humano. Puede ser exigida a todos, en todo momento y respecto de toda persona. Esta exigencia requiere la relativización de las propias simpatías, deseos, preferencias e intereses.

Cuando mi acción afecta los intereses de otro, no basta para justificarla el hecho de que sirva a mis propios intereses. Puede ser que mis intereses tengan preferencia; pero entonces no será porque sean míos sino porque son más importantes de acuerdo con su contenido.
 
Justo es aquel que, en los conflictos de intereses, examina de qué intereses se trata y está dispuesto a pasar por alto de quién son los intereses que están en liza.

Ante la tentación de engañarnos a nosotros mismos y de privilegiarnos en la valoración de los intereses, corresponde a la justicia la disposición de someterse, en caso de duda, a una instancia imparcial; como pueden ser las leyes del Estado y a la jurisdicción pública. (1)

(1) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, Eunsa, IV. Justicia o yo y los otros. Páginas 60-61

miércoles, 18 de noviembre de 2015

La justicia (1)

Vivir rectamente significa hacer justicia a la realidad, objetivar nuestros intereses, formarlos a través del contenido valioso de la realidad (1).

La educación debe permitir al ser humano capaz de librarse de la sensación del momento, capaz de hacer lo que quiera. Debe aprender a conducir su vida. Es tarea de la formación esclarecer el contenido valioso de la realidad, formar los diversos intereses objetivos. Esta objetivación significa en primer lugar sujetarlos a una medida común, compararlos entre sí, sólo de esta manera será posible ponerse de acuerdo con uno mismo y con los otros respecto de los intereses en conflicto (2).

Ante todo, la realidad a la que debemos hacer justicia son, en primer lugar, los demás hombres. El ser humano necesita de los demás. Al comunicarse con ellos desarrolla el lenguaje, los pensamientos y los sentimientos. Mediante el lenguaje se le desvela riqueza de la realidad y de la relación con los demás se aprende lo que es recto.

Nadie puede vivir sin dar a su actuación, a su comportamiento, un sentido que sea comprensible hasta cierto punto por los demás, susceptible de aprobación, de justificación, precisamente frente a los que son afectados por las consecuencias de nuestras acciones.

En este contexto se denomina justicia a la disposición a someter la propia actuación a esa medida o norma justificativa. (3)

(1) Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, Eunsa, IV. Justicia o yo y los otros. Página 59
(2) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, obra citada, páginas 59 y 60.
(3) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, obra citada, página 60.











martes, 17 de noviembre de 2015

La conciencia (y 4)

Existe la conciencia errónea, con la que se puede causar en ocasiones una grave injusticia actuando en conciencia. Pero esta casuística no invalida el hecho de que hay seguir la conciencia.

La dignidad del hombre descansa en que es una totalidad de sentido; lo bueno y correcto objetivamente, para que sea bueno, debe ser considerado también por él como bueno, ya que para el hombre no existe nada que sea tan sólo "objetivamente bueno". Si no lo reconoce como bueno, entonces justamente no es bueno para él. Debe seguir su conciencia; lo cual tan sólo quiere decir que debe hacer lo que tiene por objetivamente bueno, cosa que en el fondo es algo trivial: realmente bueno es sólo lo que tanto objetiva como subjetivamente es bueno. (1)

El hecho de que cada uno tenga que seguir la propia conciencia no significa que en el ámbito social cualquiera debe poder hacer lo que le permite su consciencia (2). Vivir en sociedad puede suponer encontrar limitaciones para actuar en conciencia, pero los impedimentos externos no la hieren, es más, la manera de comprobar la autenticidad de la decisión de conciencia es que origine un conflicto, que optar por alternativas desagradables. Sólo se lesiona la dignidad humana al obligar a alguien a ir contra su conciencia, como es el caso de la tortura. (3)

(1) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, VI. El individuo o ¿hay que seguir siempre la conciencia?, página 94
(2) “Pertenece a los derechos del hombre el que no dependan del juicio de conciencia de otro hombre” (Spaemann, Etica: cuestiones fundamentales, VI. El individuo o ¿hay que seguir siempre la conciencia?, página 95)
(3) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, VI. El individuo o ¿hay que seguir siempre la conciencia?, páginas 95 a 97.



lunes, 16 de noviembre de 2015

La conciencia (3)

La conciencia es la mirada que el hombre dirige al bien, pero el ojo no puede verse a sí mismo. Debemos seguir aquello que nos parece ver (1). Es en el ser humano el órgano del bien y del mal; pero no es un oráculo. Nos marca la dirección, nos permite superar las perspectivas de nuestro egoísmo y mirar lo universal, lo que es recto en sí mismo. Pero, para poder verlo, necesita de la reflexión de un conocimiento real que también sea moral, y eso significa que necesita una idea recta de la jerarquía de valores que no esté deformada por la ideología. (2)

Aun así, se puede actuar contra lo que dicta la conciencia. ¿Quiere decir esto que a menudo hay conflicto entre lo que deseamos de verdad y lo que intuimos que habría que hacer?
No es así, sino que hay otro elemento a tener en cuenta: la voluntad. La conciencia es una exigencia de cada uno consigo mismo. (3) Una conciencia bien formada, delicada y sensible, es característica de un hombre interiormente libre y sincero, pero en la conciencia se pueden reflejar algunas enfermedades. Una de ellas es la escrupulosidad que, en vez de contemplar lo bueno y lo recto, uno se contempla siempre a sí mismo y observa con angustia cada uno de sus propios pasos. Por otro lado se encuentra la laxitud de quien casi nunca se siente culpable de nada, incapacitándolo para cualquier posibilidad de mejora.

La mala conciencia debe ser una señal que nos alerte de un comportamiento que nos perjudica al oponerse al propio ser y la realidad. La revisión de esta actitud es lo que se llama arrepentimiento, que no debe consistir en hurgar sin sentido en el pasado, sino tratar de hacerlo mejor en el futuro.

Muchas veces, esto supondrá un cambio de actitud que suele afectar emocionalmente, se siente dolor por haber actuado injustamente. (4)

(1)Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, VII. Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? página 99.
(2) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, VI. El individuo o ¿hay que seguir siempre la conciencia?, página 94
(3) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, VI. El individuo o ¿hay que seguir siempre la conciencia?, página 87
(4) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, VI. El individuo o ¿hay que seguir siempre la conciencia?, páginas 92 i 93.


domingo, 15 de noviembre de 2015

La conciencia (2)*

No hay conciencia sin disposición a formarla e informarla. Para ello puede tomar parte en un diálogo y sopesar los pros y contras, pero hay que tener en cuenta que dicho diálogo puede eternizarse, mientras que la vida humana es finita, como dice el adagio latino ars longa, vita brevis.

Eso supone que una vez que se considera que se ha madurado suficientemente el planteamiento de una cuestión hay que dar por finalizado el diálogo y llegar a una conclusión, una convicción que es una manifestación de la conciencia.

No siempre vendrá acompañada de una certeza plena de hacer lo que es objetivamente mejor, pero si la suficiente para considerar que es la mejor solución posible en ese momento con los datos que se disponen; esto basta para una conciencia cierta.

Puede coincidir con una opinión dominante, sin que eso suponga que el criterio adoptado se deba diluir en una supuesta posición mayoritaria que le permita descargar su responsabilidad en los demás o en la sociedad. Del mismo modo, también es falso identificar que obra en conciencia sólo a quien se aparta de la mayoría.

*Ver Robert Spaemann: Etica: cuestiones fundamentales, VI. El individuo o ¿hay que seguir siempre la conciencia?, páginas 88 y 89


sábado, 14 de noviembre de 2015

La conciencia (1)*

Hablar de conciencia es hablar de la dignidad del hombre, hablar de que no es algo particular de algo general, ni el ejemplar de un género, sino que cada individuo como tal es ya una totalidad, es ya “lo universal”.

Los hombres pueden saber la razón de lo que hacen. Actúan expresamente y en libertad respecto al sentido de su acción. Esta forma de actuar sólo se puede dar en alguien que es capaz de hacer juicios sobre sí mismo, alguien que puede valorar sus acciones.

La conciencia es una exigencia de nosotros a nosotros mismos. Es la presencia de un criterio absoluto en un ser finito; el anclaje de este criterio en su estructura emocional. (1) Aparece en el hombre como el punto de referencia de su actuación. Esta capacidad de distanciarse de la actuación puramente natural que permite este juicio interior es lo que hace que cada hombre tenga dignidad, es decir, valor en sí mismo.

La conciencia nos debe llevar a conocer lo que es objetivamente bueno y recto. ¿Tiene cada hombre capacidad para hacer este descubrimiento?

Frase de San Agustín
La conciencia debe ser descrita como un movimiento espiritual doble.
El primero lleva al ser humano por encima de sí, permitiéndole relativizar sus intereses y deseos, y preguntarse por lo bueno y recto en sí mismo. Y para estar seguro que no se engaña, debe producirse un intercambio, un diálogo con los demás sobre lo bueno y lo justo, en una comunión de costumbres. Y deben conocerse razones y contrarrazones.

Por el segundo movimiento vuelve de nuevo el individuo a sí mismo. Si, como se ha dicho, es potencialmente lo universal, entonces no puede abdicar en otros su responsabilidad, ni en las costumbres del tiempo, ni en el anonimato de un discurso o de un intercambio de razones y contarrazones.

*Ver Robert Spaemann: Etica: cuestiones fundamentales, VI. El individuo o ¿hay que seguir siempre la conciencia?, páginas 86 a 88
(1) “La conciencia es la presencia de un criterio absoluto en un ser finito; el anclaje de ese criterio en su estructura emocional. Por estar presente en el hombre, gracias a ella y no por otra cosa, lo absoluto, lo general, lo objetivo, hablamos de dignidad humana. Ahora bien, si resulta que, por la conciencia, el hombre se convierte en algo universal, en un todo de sentido, entonces resulta que también es válido decir que no hay bien, ni sentido, ni justificación para el hombre, si lo objetivamente bueno y recto no se le muestra como tal en la conciencia.” (Spaemann, Etica: cuestiones fundamentales, VI. El individuo o ¿hay que seguir siempre la conciencia?, página 87)

viernes, 13 de noviembre de 2015

La responsabilidad (y 4)

Hans Jonas
Para Jonas, en el futuro, el principio rector de la acción terrenal del ser humano debe ser el cuidado y la preocupación, que es una respuesta moral proporcionada al peligro real que amenaza la vida sobre la tierra.

La respuesta práctica a este temor debería ser un nuevo tutiorismo (1), que significa sustituir el principio moderno "en la duda por la libertad" por "en la duda por la vida".

Siguiendo a Jonas, Spaemann considera que el paradigma fundamental de la moral es la responsabilidad hacia los otros (2).

Kant formula así la exigencia que se dirige a toda persona: en ningún acto podemos usarnos o usar a los demás como puros medios. Aún así, algunas veces necesitamos aprovecharnos de las capacidades y prestaciones de los demás para conseguir determinados fines, esto sólo tendría validez moral si el uso de los demás como medios es parcial, es decir, sin merma del reconocimiento de los demás como un fin en sí mismos (3).

(1) Tutiorismo o tuciorismo : es una doctrina moral por la cual hay que seguir siempre la opción más segura o cercana a la ley, aunque la opción opuesta también sea probable. El término deriva de la palabra latina tutior (más seguro). (es.wikipedia.org/wiki/Tuciorismo)
(2) “La responsabilidad en relación con aquellos otros -y no el reconocimiento mutuo entre quienes somos contemporáneos- es por tanto, como demuestra Jonas, el paradigma fundamental de la moral: la responsabilidad hacia la vida con la que entro en relación, la vida que me ha sido encomendada o la vida que resulta afectada por mi actuación. Como modelo de obligación moral, Jonas describe ese requerimiento inmediato que se dirige a nuestra acción cuando divisamos a un niño sin ayuda. Este niño pequeño no es ningún participante en un discurso. Pero proteger su vida, facilitársela, ayudarle, hacer posible que el futuro sea un participante en el discurso, es la obligación que se nos hace inmediatamente patente en su mirada. O esto es así, o no existen en absoluto obligaciones morales.” (Robert Spaemann, Una ética contra la ciencia ficción).
(3) Ver Robert Spaemann. Etica: cuestiones fundamentales, V. Convicción y responsabilidad o ¿el fin justifica los medios?, páginas 81 i 82.

jueves, 12 de noviembre de 2015

La responsabilidad (3)

Para Spaemann, la creciente relevancia moral del principio de responsabilidad de Jonas está relacionado con cuatro factores (1):
1) la creciente complejidad de las condiciones de vida, que exige extender a más gente los márgenes de discrecionalidad para dar la respuesta correcta.
2) la diferenciación recíproca de los diferentes subsistemas sociales, que hace que cada vez más personas tengan que desarrollar varios papeles.
3) la creciente capacidad de la ciencia de prever las consecuencias a largo plazo, que hace extender los límites de responsabilidad.
4) La rápida modificación del marco de condiciones de la actuación humana, que hace difícil
confiar en esquemas de acción fijos (2).

Ante este panorama la normalidad ha quedado trastornada. La máxima de Goethe (3) “limítate a hacer rectamente lo que te incumbe, y el resto se hará solo”, ya no tiene vigencia, pues presupone un sistema estable de expectativas de acción recíprocas.

Jonas critica la ingenuidad de pensar que podría restablecerse la normalidad con una moralidad simple, pero tampoco prescribe el mito moderno del progreso ilimitado como solución. Para él, toda transformación del sistema social se apoya en la naturaleza humana como fundamento, qué condiciones de supervivencia no son modificables arbitrariamente.

La moralidad es el valor humano de las acciones de los seres humanos, la acción responsable. Donde se ha ensanchado el horizonte de esta acción, también es mayor la responsabilidad. Esta se ha convertido en una responsabilidad por la naturaleza en su conjunto. El principio de responsabilidad está enfrentado al principio de esperanza.
F. X. Kaufmann

(1) Ver Robert Spaemann, Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, 15. La responsabilidad como concepto fundamental de la ética , páginas 206-209.
(2) Ver Franz-Xaver Kaufmann, Über die soziale Funktion von Verantwortung und Verantwortlichkeit, E. J. Lampe (ed.),
Opladen, 1989 páginas 204-224.
(3) J. W. Goethe, Sprüche, vol. 1, p.314 (Hamburger Ausgabe)