sábado, 27 de marzo de 2021

Contrarrestar la enemistad

Tercer fragmento del discurso pronunciado por Robert Spaemann con el título Der Haß des Sarastro (El odio de Sarastro) en la «Conferencia Wiesenthal acerca de las fuentes del odio», en diciembre de 1998, en el Palacio Hofburg de Viena. Publicada por primera vez en: Transit Europäische Revue, nº 16, Frankfurt am Main, 1999. Reproducida en español en Límites: Acerca de la dimensión ética del actuar, capítulo 13

Sortear la inclinación al odio

Si se lograra hacer entender al que odia qué es la felicidad, todo se habría ganado. Pero esto es difícil. A menudo uno no tiene otra opción que defenderse o huir.

continuación

Decía que
el amor a los enemigos es la única superación del odio que va a la raíz. Pero el amor a los enemigos es una difícil y rara virtud. En vez de eso, con frecuencia se recomienda algo más sencillo, a saber, no tener ningún enemigo, esto es, «borrar la idea de enemigo», como se dice. Este consejo es tan insensato como bien intencionado.

Después de 1933, en Alemania muchos judíos habrían hecho bien en formarse a tiempo una idea del enemigo clara y ajustada a la realidad, como por ejemplo hizo Dietrich von Hildebrand, quien desde Viena, ya en 1934, escribió que con los nacionalsocialistas no podía darse ninguna solución de compromiso o acuerdo pacífico, sino sólo el objetivo de su completo aniquilamiento político.
 
La idea que nos formemos del enemigo, como toda idea que nos formemos de lo real, ha de adecuarse lo más posible a la realidad. Hemos de formárnoslas o borrarlas, según el caso, pero siempre hemos de contrastarlas con la realidad para irlas corrigiendo. A menudo esto resulta difícil. Las imágenes de los enemigos tienden a volverse autónomas e influir sobre la realidad, en vez de dejarse influir por ella.

Pero no está en el poder exclusivo de nadie decidir si tiene enemigos o no. Si una persona, un pueblo, un Estado o un grupo ideológico se topa con una enemistad manifiesta, es cuestión de prudencia y de la relación de fuerzas cómo enfrentarse a ello. Aplacar al enemigo y convertirlo en amigo siempre es el mejor camino. Pero no siempre es una opción posible. No obstante, siempre puede evitarse lo peor, el camino del odio. Y el argumento más poderoso contra esta vía es que, a través de ella, el que odia se procura a sí mismo el mayor daño. Estar a merced del propio odio es un terrible destino. El odio nos vuelve ciegos.


domingo, 21 de marzo de 2021

Carcoma del alma

Segundo fragmento del discurso pronunciado por Robert Spaemann con el título Der Haß des Sarastro (El odio de Sarastro) en la «Conferencia Wiesenthal acerca de las fuentes del odio», en diciembre de 1998, en el Palacio Hofburg de Viena. Publicada por primera vez en: Transit Europäische Revue, nº 16, Frankfurt am Main, 1999. Reproducida en español en Límites: Acerca de la dimensión ética del actuar, capítulo 13

Respuesta al sentimiento de inferioridad

...normalmente el odio no es el sentimiento del poderoso, sino del débil; no del rico, sino del pobre; no de aquél que comete injusticias, sino del que padece la injusticia. Es la agresión contenida del débil. «Ante el esclavo que rompe las cadenas, no ante el hombre libre tiemblo», se dice en un poema de Schiller.

continuación

El odio es en primer lugar y sobre todo un daño a uno mismo, un perjuicio para el desarrollo espiritual personal, muy similar al miedo. Y otra verdad desconcertante es que la violencia puede ser un medio para evitar ese daño a uno mismo. En mi visita de 1962 a Israel, tras unos instantes, sabía casi con seguridad si mi interlocutor había podido luchar en la guerra o no. Si le costaba trabajo hablar con cierta naturalidad con un joven alemán, casi siempre se trataba de alguien que no había podido luchar. La naturalidad con que Hans Jonas celebró su 80 cumpleaños en nuestro círculo en Munich estaba estrechamente ligada al hecho de que marchó con el uniforme de los vencedores sobre el país que muchos años atrás, perseguido, hubo de abandonar. Hace no mucho tiempo un colega checo me comentaba que la crueldad de los checos en la expulsión de los alemanes, a menudo bestial, tendría probablemente mucho que ver con el hecho de que los checos se dejaron invadir por los alemanes sin mostrar resistencia. Naturalmente, en aquel momento la resistencia no tenía sentido y sólo habría servido para cobrarse víctimas inútiles. No obstante, quizás hubiera aminorado la posterior irrupción del odio.

La dificultad de hablar sobre el odio y contra el odio radica en que sobre todo hay que hablar de y a quienes están asustados, humillados, calumniados, oprimidos y discriminados, o lo sienten así y sienten su identidad amenazada. El odio al extranjero tiene su lugar propio no en los barrios residenciales de la clase política, sino en aquellos barrios de los extrarradios donde los niños nativos, ante una mayoría de niños extranjeros, pasan a verse en el papel de minoría. No obstante, también allí donde no hay casi ningún extranjero y, por tanto, no hay ocasión de entablar amistad con ellos. No es la jeunesse dorée la que persigue a los extranjeros, sino los enfants humiliés desempleados.

En todo caso, hay también una frustración particularmente generadora de odio: la envidia. Envidia de las ventajas de otros, aun cuando no sean en absoluto causa de las desventajas propias. La desventaja consiste ahí en el sentimiento de la desigualdad injustificada. Cuando más difícil resulta cambiar esto es cuando se trata de envidia de ser, de odio contra los humanamente superiores. Ese odio se produce también donde la superioridad se da en relación inversa a la jerarquía social. ¡Véase el cuento de Hermann Melville, Billy Budd!
(1)
 
Lo complicado al hablar contra el odio es que hay que predicar e incriminar al que sufre. Pues su odio es malo y no deja de serlo aunque se trate del odio de quien padece una injusticia. La dificultad consiste en que sólo hay una predica que va a la raíz del odio, la predica del amor a los enemigos. Gandhi fue uno de tales predicadores. A lo largo de toda su vida mantuvo que la violencia es mejor que el odio y la cobardía. Pero creía que la no violencia que surge de la superación del odio es superior a la fuerza del odio. Y es porque ningún hombre que odie es feliz, y nadie que sea feliz odia. Hay sólo un mundo de personas felices y un mundo de infelices, se lee en Wittgenstein, «puede decirse que no hay buenos y malos». Si se lograra hacer entender al que odia qué es la felicidad, todo se habría ganado. Pero esto es difícil. A menudo uno no tiene otra opción que defenderse o huir.

(1) Billy Budd, Sailor es una novela del escritor estadounidense Herman Melville que quedó inconclusa tras su muerte en 1891. Budd es un "apuesto marinero" que golpea e involuntariamente mata a su falso acusador, el maestro de armas John Claggart. El capitán del barco, Edward Vere, reconoce la inocencia de la intención de Budd, pero la ley del motín requiere que condene a Billy a la horca. Extraido de https://en.wikipedia.org/wiki/Billy_Budd


 

domingo, 14 de marzo de 2021

La gestación del odio

Primer fragmento del discurso pronunciado por Robert Spaemann con el título Der Haß des Sarastro (El odio de Sarastro *) en la «Conferencia Wiesenthal acerca de las fuentes del odio», en diciembre de 1998, en el Palacio Hofburg de Viena. Publicada por primera vez en: Transit Europäische Revue, nº 16, Frankfurt am Main, 1999. Reproducida en español en Límites: Acerca de la dimensión ética del actuar, capítulo 13

Sentimiento de debilidad

I

El odio y la violencia tienen algo que ver entre sí. Pero la relación entre ambos no es en modo alguno clara. A veces el odio conduce a la violencia. A veces, a la inversa, la violencia conduce al odio. Y a veces el odio es la consecuencia de la impotencia, de la incapacidad de responder a la violencia con la violencia. Hay violencia sin odio, y hay odio sin violencia. Y, por último, hay casos en que se provoca conscientemente el odio para aumentar la eficacia de la violencia. La violencia es un fenómeno social, el odio un fenómeno psíquico. La violencia es una forma de actuar, el odio un estado anímico, un sentimiento.

¿Cómo surge este sentimiento? Surge a través de la experiencia de la debilidad. La debilidad no es una magnitud absoluta, sino relativa. Se basa, como ya mostró Rousseau por primera vez, en un desequilibrio entre las necesidades y las propias fuerzas para satisfacerlas (1). En estos casos hablamos también de frustración. Y ésta puede producirse debido a que las fuerzas son muy escasas o también debido a que las necesidades son muy grandes. También el tirano puede ser débil, eso sucede cuando quiere eliminar toda resistencia o todo obstáculo potenciales a sus planes, pero no puede hacerlo. Entonces surge también en él el odio.

Pero normalmente el odio no es el sentimiento del poderoso, sino del débil; no del rico, sino del pobre; no de aquél que comete injusticias, sino del que padece la injusticia. Es la agresión contenida del débil.
«Ante el esclavo que rompe las cadenas, no ante el hombre libre tiemblo», se dice en un poema de Schiller.

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Al leer los discursos de Hitler en el parlamento antes de la toma del poder, se advierte que no son los discursos propios de un hombre dominador, sino los discursos lastimeros de un caudillo de gente que está convencida de que con ella se ha cometido y se comete una injusticia. Y sin el sentimiento de haber cometido una injusticia con los alemanes no se explicaría la increíble indulgencia occidental para con Hitler. Como el que odia sufrió una injusticia, las personas con sentido de la justicia se sienten inclinadas a disculpar su odio y mostrarse comprensivas con él. Quien lea los versos del salmo 137: «Hija de Babilonia, infame, feliz aquél que te haga pagar el mal que nos hiciste. Feliz aquél que coja a tus niños y los estrelle contra las rocas», se preguntará: ¿Qué ha tenido que sucederle a un hombre para que sea capaz de tal arranque de odio?

(1) Jean-Jacques Rousseau: Emilio o la educación, libro segundo, página 73: «¿Qué quiere significarse cuando se dice que el hombre es débil? La palabra debilidad indica una condición, una cualidad del ser a que se aplica, aunque sea un insecto, un gusano, es un ser fuerte; aquel cuyas necesidades exceden a su fuerza, sea un león, un elefante, un conquistador, un héroe, aunque sea un dios, es un ser débil. El ángel rebelde que desconoció su naturaleza, era más débil que el venturoso mortal que vive en paz conforme a la suya. Cuando se contenta el hombre con ser lo que es, es muy fuerte, y muy flaco cuando se quiere encumbrar a más altura que la de su humanidad Recogido de http://www.heterogenesis.com/PoesiayLiteratura/BibliotecaDigital/PDFs/Jean-JacquesRouseeau-Emilioolaeducacin0.pdf, traductor Ricardo Viñas

*Sarastro es un personaje de la ópera La flauta mágica de Wolfgang Amadeus Mozart. En un principio parece un sacerdote malvado que vive en un recóndito castillo, pero a lo largo de la trama se ve que quería salvar a Pamina de la manipulación de su malvada madre, la Reina de la Noche. Finalmente logra convencer a Tamino y a Pamina, a los que convierte a su religión. Su papel es interpretado por un bajo. Extraído de https://es.wikipedia.org/wiki/Sarastro

#Recogido de https://salmosparaorar.blogspot.com/2019/10/salmo-137-136-junto-los-canales-de.html