jueves, 9 de noviembre de 2017

Cambio y permanencia

Robert Spaemann: Discurso de Laudatio por la concesión del Premio de la Paz de los Editores Alemanes en su edición de 1987 al filósofo alemán Hans Jonas. Publicado en la Revista Nuestro Tiempo, número 238, año 1988 con el título  UNA ÉTICA CONTRA LA CIENCIA FICCIÓNTraducción: Daniel Innerarity.

Ayer, hoy y siempre

(continuación / último fragmento)

En una época en la que el cientificismo y el pensamiento técnico, por un lado, y un racionalismo que se considera a sí mismo místico, por otro, constituyen las dos caras de la moneda de la modernidad, la pretensión de hacer valer un concepto integral de razón suena como a voces de otra galaxia. Y, sin embargo, esas voces han cobrado más actualidad que nunca, no hablan de cosas de ayer, ni de hoy o mañana, sino de lo que siempre es. En una época de rápidos cambios culturales y sociales, lo que siempre es se convierte en algo irreal.
Sólo cuando se toman las amenazas de ese cambio acelerado, comenzamos a darnos cuenta de que nada es más real que lo de siempre y que nada es más real hoy que lo que siempre es importante.

En una conferencia sobre el tema Cambio y permanencia, decía Jonas: «en un momento en que estamos destruyendo todo lo ahistórico que aún queda sobre la tierra obligando a los depositarios de esas calidades que no están sometidas al cambio histórico a entrar en la historia-, haríamos bien en recordar que la historia no es la última palabra de la humanidad». Hans Jonas no ha considerado nunca al historicismo como la última palabra sobre el hombre, ni a la modernidad como algo más que un -aunque importante- episodio. Es pura fantasía pensar que la incesantemente acelerada dinámica del cambio social determinará la vida del homo sapiens durante los próximos 100.000 años, como creer que los hombres del año 5.000 todavía serán hombres modernos. O la humanidad -debido a esa dinámica- es arrojada del camino que su naturaleza le ha trazado (llegando así anticipadamente a su término), o encuentra de nuevo -y, a ser posible, pronto- un equilibrio en el que la historia se detenga relativamente, sin que por ello haya de resultar menos humana.

Nuestro pensamiento no es independiente de lo que experimentamos. Hans Jonas ha experimentado en primera línea la historia universal como una irrupción, como una ruptura de la normalidad de la vida. Jonas no ha eludido esas provocaciones. El camino de quien fuera discípulo de Heidegger y Bultmann parecía trazado para convertirle en un célebre sabio europeo. Hasta hoy, su trabajo de 1934 sobre la gnosis es una obra maestra. Cuando apareció en Alemania con un prólogo de Bultmann, ya había abandonado el autor su patria, aunque sabía muy bien que un hombre que no es ciudadano en ningún lugar tampoco puede asegurar sus derechos como hombre. Jonas marchó en primer lugar a Inglaterra, después a Israel como profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Al estallar la segunda guerra mundial, se alistó como voluntario en el ejército británico. A la vista del intento de la revolución nacional-socialista -la emancipación frente a la cultura clasico-romana y judeo-cristiana de veinte siglos y la extensión de su triunfo sobre el resto de Europa- no se apuntó a las reflexiones antifascistas, sino que tomó parte, sin grandes palabras, en el derrocamiento físico de la barbarie. Su regreso a Alemania tuvo lugar vestido con el uniforme de los vencedores. Yo quisiera destacar la comprensión y la natural amistad con la que Jonas se ha conducido desde entonces en el país de su nacimiento y juventud, teniendo en cuenta las circunstancias de la liberación. La victoria hace tontos, se dice. Pero el pensamiento de Hans Jonas no ha sido nunca el pensamiento de un vencedor.

Como Jonas no había filosofado en la guerra sobre la guerra, tampoco ha ensalzado el heroísmo ni ha denostado la guerra con acciones de paz. Lo que comenzó a ocupar sus reflexiones por aquel tiempo fue la naturaleza de los seres vivos. «Estaba lleno de impaciencia -escribe él mismo- por la tranquilidad de la vida civil que ansiaba después de tanto acontecimiento histórico, para poder elaborar sistemáticamente las ideas que había pensado lejos de los libros». Jonas hizo esto desde 1949 en Canadá y en los Estados Unidos, a donde le llevó su camino después de la guerra, primero en la New School for Social Reserch, cuya magnanimidad para con los emigrantes alemanes tanto agradeció.

Después de mucho tiempo, escribió Das Prinzip Verantwortung, en lengua alemana por primera vez. El tercer tomo sobre la gnosis -que apareció después de la guerra- llevaba la siguiente dedicatoria: «en recuerdo de mi madre. Auschwitz 1942». Lo gris que se vincula a este nombre puede ser hecho conmensurable con la ciencia histórica. Esto acontece hoy. No podía ser de otra manera. Cuando la ciencia comienza a ocuparse de algo, significa que lo somete a la óptica de la comparación. Pero, en realidad, ningún acontecimiento realizado por el hombre es comparable.


Auschwitz
En relación con Auschwitz sentimos inmediatamente esta inconmensurabilidad. Sentimos que aquello que el historiador de profesión hace con un acontecimiento no alcanza el núcleo de la cuestión. Porque éste tiene una dimensión metafísica. Consiste en el sentido del mundo, de aquello que usted ha llamado la paz del reino invisible. «Una sombra de preocupación -nos dice- cubre nuestro mundo. Reclama una reparación, la salvación de la paz del reino invisible. A los que vivimos nos exige un gran esfuerzo para disipar las sombras que tenemos delante y proporcionar así una serenidad de ánimo a quienes vienen detrás de nosotros, devolviendo al mundo invisible a quienes fueron asesinados. y hacemos esto cuando, a la vista de la bomba y de todo cuanto ella simboliza, no dejamos en la estacada a la aventura divina sobre la tierra». 

Ninguno de nosotros tendría el derecho de incluirle a usted, Jonas, en la comunidad de los seres vivos que tiene la obligación de reparar. Que usted mismo lo haga -en la medida en que se incluye, de manera no pretenciosa, cuando habla de «nosotros los seres vivos»- demuestra que conoce el misterio de la paz. Eso le convierte para todos nosotros en un maestro de la paz.

sábado, 4 de noviembre de 2017

Responsabilidad por la vida

Robert Spaemann: Discurso de Laudatio por la concesión del Premio de la Paz de los Editores Alemanes en su edición de 1987 al filósofo alemán Hans Jonas. Publicado en la Revista Nuestro Tiempo, número 238, año 1988 con el título  UNA ÉTICA CONTRA LA CIENCIA FICCIÓNTraducción: Daniel Innerarity.

Unidad individible de los seres vivos

(continuación)

La amenaza que supone para la vida la civilización científico-tecnológica no estriba únicamente en determinados abusos. Tiene algo que ver con un determinado tipo de ciencia y de técnica. Lo específico de la ciencia moderna es la objetivación radical del mundo. Se trataba -como dijo Descartes- de hacer a los hombres dueños y señores de la naturaleza. Dicha objetivación -fuente insustituible de conocimiento e instrumento irrenunciable para la autoafirmación del hombre- no se detiene tampoco frente al hombre mismo y frente a la vida en su totalidad.

Descartes había dividido el mundo en subjetividad, por un lado, y materia, por otro. Con ello había eliminado consecuentemente el concepto de vida como mediación específica entre el pensamiento y la materia. La vida no humana es para él sólo materia. Los animales no son otra cosa que máquinas. La biología moderna se ha organizado en el marco de la nueva ciencia materialista de la naturaleza. Su preocupación no es comprender sino reconstruir la vida, es decir, formular una teoría para la simulación técnica de la vida; una madre, por ejemplo, -cito a un célebre autor- es «como una máquina programada de tal modo que tiene un poder estable para obtener copias del gen propio». * En su extraordinario libro Organismo y libertad, planeado ya durante la guerra, ha puesto Jonas de manifiesto el absurdo total del intento de reconstruirnos a nosotros mismos, nuestros sentimientos y nuestro pensamiento.


Jonas no postula otra ciencia de la naturaleza. La ciencia natural no puede ser distinta de la que hay. Por su propia constitución es materialista. Pero no podemos intentar entendernos a nosotros mismos como los sujetos de esa ciencia. En sus lúcidos análisis, Jonas ha formulado la unidad indivisible de los seres vivos, la unidad de lo interior y lo exterior, y se ha acreditado -mucho antes de que apareciera El principio responsabilidad- como defensor teórico de la normalidad de la vida. Por eso forma parte de los renovadores más importantes de la filosofía de la naturaleza, que no reducen la reflexión sobre la naturaleza a la metodología de las ciencias exactas. Mientras tanto, muchos le han seguido por ese camino. Lo que nos enseña no es nada inaudito. Nos enseña que aquello que todos sabemos no puede ser sustituido por la ciencia ficción.

La reconstrucción científica de la vida consciente es ciencia ficción. Pero sólo puede haber responsabilidad por la vida si la vida es una realidad indivisible. La relación entre la supresión teórica del hombre y la supresión que amenaza físicamente está muy lejos de ser casual. Y tampoco es casual la relación entre los dos libros sistemáticos más importantes de Hans Jonas.

La defensa que Hans Jonas hace de esa normalidad que llamamos vida no tiene nada que ver con el vitalismo de los años treinta, ni con aquel libro fetal que entendía el espíritu como opuesto al alma **, es decir, que pretendía denunciar a la vida. Jonas es, por el contrario, un defensor de la racionalidad. No puede ser irracional poner en primer lugar las condiciones para la supervivencia de los seres racionales sobre la tierra. Y tampoco puede ser irracional defender a la razón misma y a sus pretensiones de alcanzar la verdad contra su desenmascaramiento cientificista. En este sentido, Jonas ha sido siempre un intelectualista. Su crítica al cientificismo es una crítica a una concepción reducida y atrofiada de la razón. Sólo por medio de la razón llega la vida a su plenitud. Claramente lo ha expresado Jonas en su trabajo sobre la gnosis antigua que le proporcionó la cima en el mundo de la cultura. En ese trabajo critica a la gente que se asombra cuando el místico comienza a pensar. Jonas escribe: «como sí el pensamiento mismo no fuese una acción mística (hasta el éxtasis). El intelecto puede ser un órgano místico... así al menos pensaban los antiguos. Sin duda, la convicción fundamental de los antiguos -desde Platón-i no está al alcance de la sofística moderna: que el pensamiento es el acceso al ser y, además, el auténtico acceso al auténtico ser. Y que en el pensamiento el ser es verdaderamente alcanzado».

* frase de Richard Dawkins
**Bhagavad Gita: texto sagrado hinduista

(continúa)