Ayer, hoy y siempre
Sólo cuando se toman las amenazas de ese cambio acelerado, comenzamos a darnos cuenta de que nada es más real que lo de siempre y que nada es más real hoy que lo que siempre es importante.
En una conferencia sobre el tema Cambio y permanencia, decía Jonas: «en un momento en que estamos destruyendo todo lo ahistórico que aún queda sobre la tierra obligando a los depositarios de esas calidades que no están sometidas al cambio histórico a entrar en la historia-, haríamos bien en recordar que la historia no es la última palabra de la humanidad». Hans Jonas no ha considerado nunca al historicismo como la última palabra sobre el hombre, ni a la modernidad como algo más que un -aunque importante- episodio. Es pura fantasía pensar que la incesantemente acelerada dinámica del cambio social determinará la vida del homo sapiens durante los próximos 100.000 años, como creer que los hombres del año 5.000 todavía serán hombres modernos. O la humanidad -debido a esa dinámica- es arrojada del camino que su naturaleza le ha trazado (llegando así anticipadamente a su término), o encuentra de nuevo -y, a ser posible, pronto- un equilibrio en el que la historia se detenga relativamente, sin que por ello haya de resultar menos humana.
Nuestro pensamiento no es independiente de lo que experimentamos. Hans Jonas ha experimentado en primera línea la historia universal como una irrupción, como una ruptura de la normalidad de la vida. Jonas no ha eludido esas provocaciones. El camino de quien fuera discípulo de Heidegger y Bultmann parecía trazado para convertirle en un célebre sabio europeo. Hasta hoy, su trabajo de 1934 sobre la gnosis es una obra maestra. Cuando apareció en Alemania con un prólogo de Bultmann, ya había abandonado el autor su patria, aunque sabía muy bien que un hombre que no es ciudadano en ningún lugar tampoco puede asegurar sus derechos como hombre. Jonas marchó en primer lugar a Inglaterra, después a Israel como profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Al estallar la segunda guerra mundial, se alistó como voluntario en el ejército británico. A la vista del intento de la revolución nacional-socialista -la emancipación frente a la cultura clasico-romana y judeo-cristiana de veinte siglos y la extensión de su triunfo sobre el resto de Europa- no se apuntó a las reflexiones antifascistas, sino que tomó parte, sin grandes palabras, en el derrocamiento físico de la barbarie. Su regreso a Alemania tuvo lugar vestido con el uniforme de los vencedores. Yo quisiera destacar la comprensión y la natural amistad con la que Jonas se ha conducido desde entonces en el país de su nacimiento y juventud, teniendo en cuenta las circunstancias de la liberación. La victoria hace tontos, se dice. Pero el pensamiento de Hans Jonas no ha sido nunca el pensamiento de un vencedor.
Como Jonas no había filosofado en la guerra sobre la guerra, tampoco ha ensalzado el heroísmo ni ha denostado la guerra con acciones de paz. Lo que comenzó a ocupar sus reflexiones por aquel tiempo fue la naturaleza de los seres vivos. «Estaba lleno de impaciencia -escribe él mismo- por la tranquilidad de la vida civil que ansiaba después de tanto acontecimiento histórico, para poder elaborar sistemáticamente las ideas que había pensado lejos de los libros». Jonas hizo esto desde 1949 en Canadá y en los Estados Unidos, a donde le llevó su camino después de la guerra, primero en la New School for Social Reserch, cuya magnanimidad para con los emigrantes alemanes tanto agradeció.
Después de mucho tiempo, escribió Das Prinzip Verantwortung, en lengua alemana por primera vez. El tercer tomo sobre la gnosis -que apareció después de la guerra- llevaba la siguiente dedicatoria: «en recuerdo de mi madre. Auschwitz 1942». Lo gris que se vincula a este nombre puede ser hecho conmensurable con la ciencia histórica. Esto acontece hoy. No podía ser de otra manera. Cuando la ciencia comienza a ocuparse de algo, significa que lo somete a la óptica de la comparación. Pero, en realidad, ningún acontecimiento realizado por el hombre es comparable.
Auschwitz |
Ninguno de nosotros tendría el derecho de incluirle a usted, Jonas, en la comunidad de los seres vivos que tiene la obligación de reparar. Que usted mismo lo haga -en la medida en que se incluye, de manera no pretenciosa, cuando habla de «nosotros los seres vivos»- demuestra que conoce el misterio de la paz. Eso le convierte para todos nosotros en un maestro de la paz.