domingo, 7 de julio de 2019

Condición de una vida feliz

Séptimo y último fragmento del capítulo VIII: Serenidad o actitud ante lo que no podemos cambiar, último del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Responsabilidad intergeneracional


Cada hombre es un nuevo modo de hacerse consciente el mundo. Pero un mundo malo en general no merecería alcanzar una y otra vez la conciencia, ser reflejado siempre. Ninguna ayuda, ninguna actividad social puede tener otro sentido que ayudar a los hombres a descubrir que vale la pena vivir. Porque se dan condiciones de vida en que ese descubrimiento es casi imposible.


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La serena aceptación de la realidad es, como vimos, la condición para que el hombre pueda vivir amistosamente con sus semejantes y consigo mismo; la condición por tanto de una vida feliz, y la condición para que el sentido subjetivo de la vida no sea desmentido por la realidad. Una última idea debe explicar esto. Ya he dicho que las generaciones son destino unas para otras. Aceptamos el mundo tal como nos lo entregaron los mayores, y hemos mostrado ya cómo los jóvenes reciben de alguna manera la herencia que se les entrega, y prosiguen nuestros propósitos. La amistad entre las generaciones es condición para que el destino, que rodea nuestra actividad, no se muestre como algo enemigo.

Los mayores tienen la tarea de introducir a los jóvenes en su mundo de valores hasta que puedan comprenderlo, de modo que desarrollen sus capacidades de identificación, y puedan entender su actividad independiente como un proseguir la tarea de los anteriores. Los mayores tienen igualmente la tarea de dejar a los que vengan después un mundo tal que ellos puedan comenzar con esa herencia, de modo que no se enfrenten a él como a una poderosa infraestructura a la que no se pueden acomodar, y de manera que no tengan que recibir una herencia diezmada y expoliada. Los jóvenes sólo pueden actuar con sentido si se sitúan en una relación positiva con la realidad inacabada con que se encuentran

No existe sustitutivo alguno para la serenidad, nunca y bajo ninguna circunstancia, sobre todo bajo las malas; pero existen muchas circunstancias que dificultan vivirla. Y pertenece a las fundamentales obligaciones del hombre para con sus iguales, el facilitarles la serena aceptación del destino. Por lo demás, deber es aquí una palabra falsa. La persona feliz tiene la necesidad natural de comunicar su felicidad. Y la alegría participada es, como se sabe, doble felicidad. La serenidad es una propiedad del hombre feliz. El filósofo Wittgenstein llega a escribir: “O soy feliz o desgraciado. Se puede decir que no hay Bien ni Mal” (1). Esto es agudo y equívoco. Lo que Wittgenstein piensa lo formuló, quizá con mayor claridad, el filósofo y pulidor de lentes Spinoza: “La felicidad, escribe, no es el premio de la virtud, sino la virtud misma” (2).

(1) Paul Audi: La “superioridad” de la ética. ‘(Wittgenstein) Hablaba… de un cierto “uso” de la vida. En sus Carnets, anotaba a propósito de esto: “Soy feliz o desgraciado, es todo. Podemos decir: no hay bien ni mal. Y si me pregunto por qué debería ser feliz, la pregunta me parece en sí misma una tautología, porque la vida feliz se justifica por ella misma, es la única vida correcta”’. Fuente: http://critica.cl/filosofia/la-%E2%80%9Csuperioridad%E2%80%9D-de-la-etica

(2) Baruch Spinoza: Ética demostrada según el orden geométrico. Parte quinta: Del poder del entendimiento o de la libertad humana. Proposición XLII: La felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma, y no gozamos de ella porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras concupiscencias porque gozamos de ella.” Fuente: https://www.e-torredebabel.com/Indices-Sumarios/I-Espinosa-Etica.htm


martes, 2 de julio de 2019

¿Vale la pena portarse bien?

Sexto fragmento del capítulo VIII: Serenidad o actitud ante lo que no podemos cambiar, último del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Omnia in bonum *


Es una propiedad de la religión ver en ambas el mismo fundamento. Dios es, de un lado, origen y garante de las exigencias morales; pero, de otro, es señor de la historia; dicho de otro modo, Dios es honrado también con nuestros fracasos y, además -y esto es lo principal-, garantiza la armonía definitiva de nuestras intenciones con la marcha del mundo...


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Al buen comportamiento pertenece por eso la confianza en que ese caso no se da; la confianza en que el bien lleva al bien, al menos en general y a largo plazo. Solamente entonces tiene sentido la acción buena; solamente así no se destruye su sentido inmanente con la marcha del mundo. Pero sólo podemos creer esto si creemos a la vez que el mal no consigue imponerse; que es el bien quien se impone, ya que de otro modo quedaría definitivamente frustrada toda buena intención. La fe en Dios incluye por eso la idea de que las malas intenciones deben trocarse a la larga en su contrario y colaborar al bien. Por lo demás, éste es el núcleo de la filosofía de la historia de Kant, Fichte, Hegel o incluso Marx. Y en este sentido dice Mefistófeles, en el Fausto de Goethe: “Yo soy una parte de aquella fuerza que quiere siempre el mal y hace siempre el bien”.


Martín Lutero
La persona serena actúa con firmeza, pero ha aceptado la marcha de las cosas, que posibilita a la vez su actividad y su posible fracaso, ya que sabe que no es por él y por su actividad por lo que el sentido penetra en el mundo. Martín Lutero menciona una vez a un misionero que quiere convertir un país y en realidad no convierte ni siquiera a una persona, por lo cual comienza a lamentar su suerte. Lutero lo censura con esta anotación: “La señal clara de una mala voluntad es que no puede sufrir su fracaso”.

En este sentido, serenidad no significa pasividad, renuncia a cambiar el mundo, sino afirmación de una realidad que merece que se le ayude modificándola. Si lo sustancial sobre el mundo quedara expuesto con decir que es malo, entonces no merecería la pena ayudar a los hombres a nacer. Cada hombre es un nuevo modo de hacerse consciente el mundo. Pero un mundo malo en general no merecería alcanzar una y otra vez la conciencia, ser reflejado siempre. Ninguna ayuda, ninguna actividad social puede tener otro sentido que ayudar a los hombres a descubrir que vale la pena vivir. Porque se dan condiciones de vida en que ese descubrimiento es casi imposible.

* Epístola de San Pablo a los Romanos, capítulo 8, versículo 28: "Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio."