Responsabilidad intergeneracional
Cada hombre es un nuevo modo de hacerse consciente el mundo. Pero un mundo malo en general no merecería alcanzar una y otra vez la conciencia, ser reflejado siempre. Ninguna ayuda, ninguna actividad social puede tener otro sentido que ayudar a los hombres a descubrir que vale la pena vivir. Porque se dan condiciones de vida en que ese descubrimiento es casi imposible.
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La serena aceptación de la realidad es, como vimos, la condición para que el hombre pueda vivir amistosamente con sus semejantes y consigo mismo; la condición por tanto de una vida feliz, y la condición para que el sentido subjetivo de la vida no sea desmentido por la realidad. Una última idea debe explicar esto. Ya he dicho que las generaciones son destino unas para otras. Aceptamos el mundo tal como nos lo entregaron los mayores, y hemos mostrado ya cómo los jóvenes reciben de alguna manera la herencia que se les entrega, y prosiguen nuestros propósitos. La amistad entre las generaciones es condición para que el destino, que rodea nuestra actividad, no se muestre como algo enemigo.
Los mayores tienen la tarea de introducir a los jóvenes en su mundo de valores hasta que puedan comprenderlo, de modo que desarrollen sus capacidades de identificación, y puedan entender su actividad independiente como un proseguir la tarea de los anteriores. Los mayores tienen igualmente la tarea de dejar a los que vengan después un mundo tal que ellos puedan comenzar con esa herencia, de modo que no se enfrenten a él como a una poderosa infraestructura a la que no se pueden acomodar, y de manera que no tengan que recibir una herencia diezmada y expoliada. Los jóvenes sólo pueden actuar con sentido si se sitúan en una relación positiva con la realidad inacabada con que se encuentran.
No existe sustitutivo alguno para la serenidad, nunca y bajo ninguna circunstancia, sobre todo bajo las malas; pero existen muchas circunstancias que dificultan vivirla. Y pertenece a las fundamentales obligaciones del hombre para con sus iguales, el facilitarles la serena aceptación del destino. Por lo demás, deber es aquí una palabra falsa. La persona feliz tiene la necesidad natural de comunicar su felicidad. Y la alegría participada es, como se sabe, doble felicidad. La serenidad es una propiedad del hombre feliz. El filósofo Wittgenstein llega a escribir: “O soy feliz o desgraciado. Se puede decir que no hay Bien ni Mal” (1). Esto es agudo y equívoco. Lo que Wittgenstein piensa lo formuló, quizá con mayor claridad, el filósofo y pulidor de lentes Spinoza: “La felicidad, escribe, no es el premio de la virtud, sino la virtud misma” (2).
(2) Baruch Spinoza: Ética demostrada según el orden geométrico. Parte quinta: Del poder del entendimiento o de la libertad humana. Proposición XLII: “La felicidad no es un premio que se otorga a la virtud, sino que es la virtud misma, y no gozamos de ella porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino que, al contrario, podemos reprimir nuestras concupiscencias porque gozamos de ella.” Fuente: https://www.e-torredebabel.com/Indices-Sumarios/I-Espinosa-Etica.htm