Sexto fragmento del capítulo VIII: Serenidad o actitud ante lo que no podemos cambiar, último del libro de Robert Spaemann: Ética: cuestiones fundamentales
Omnia in bonum *
Es una propiedad de la religión ver en ambas el mismo fundamento. Dios es, de un lado, origen y garante de las exigencias morales; pero, de otro, es señor de la historia; dicho de otro modo, Dios es honrado también con nuestros fracasos y, además -y esto es lo principal-, garantiza la armonía definitiva de nuestras intenciones con la marcha del mundo...
continuación
Al buen comportamiento pertenece por eso la confianza en que ese caso no se da; la confianza en que el bien lleva al bien, al menos en general y a largo plazo. Solamente entonces tiene sentido la acción buena; solamente así no se destruye su sentido inmanente con la marcha del mundo. Pero sólo podemos creer esto si creemos a la vez que el mal no consigue imponerse; que es el bien quien se impone, ya que de otro modo quedaría definitivamente frustrada toda buena intención. La fe en Dios incluye por eso la idea de que las malas intenciones deben trocarse a la larga en su contrario y colaborar al bien. Por lo demás, éste es el núcleo de la filosofía de la historia de Kant, Fichte, Hegel o incluso Marx. Y en este sentido dice Mefistófeles, en el Fausto de Goethe: “Yo soy una parte de aquella fuerza que quiere siempre el mal y hace siempre el bien”.
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Martín Lutero |
La persona serena actúa con firmeza, pero ha aceptado la marcha de las cosas, que posibilita a la vez su actividad y su posible fracaso, ya que sabe que no es por él y por su actividad por lo que el sentido penetra en el mundo. Martín Lutero menciona una vez a un misionero que quiere convertir un país y en realidad no convierte ni siquiera a una persona, por lo cual comienza a lamentar su suerte. Lutero lo censura con esta anotación: “La señal clara de una mala voluntad es que no puede sufrir su fracaso”.
En este sentido, serenidad no significa pasividad, renuncia a cambiar el mundo, sino afirmación de una realidad que merece que se le ayude modificándola. Si lo sustancial sobre el mundo quedara expuesto con decir que es malo, entonces no merecería la pena ayudar a los hombres a nacer. Cada hombre es un nuevo modo de hacerse consciente el mundo. Pero un mundo malo en general no merecería alcanzar una y otra vez la conciencia, ser reflejado siempre. Ninguna ayuda, ninguna actividad social puede tener otro sentido que ayudar a los hombres a descubrir que vale la pena vivir. Porque se dan condiciones de vida en que ese descubrimiento es casi imposible.
* Epístola de San Pablo a los Romanos, capítulo 8, versículo 28: "Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, de los que son llamados según su designio."
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