lunes, 10 de mayo de 2021

Erradicación problemática

Undécimo y último fragmento del discurso pronunciado por Robert Spaemann con el título Der Haß des Sarastro (El odio de Sarastro) en la «Conferencia Wiesenthal acerca de las fuentes del odio», en diciembre de 1998, en el Palacio Hofburg de Viena. Publicada por primera vez en: Transit Europäische Revue, nº 16, Frankfurt am Main, 1999. Reproducida en español en Límites: Acerca de la dimensión ética del actuar, capítulo 13

Librarse del sentimiento de amenaza


...una amenaza a la propia identidad y seguridad, y ante ello, en el caso de que esa identidad no sea lo suficientemente fuerte como para librarse de esa amenaza, ya sea mediante la flexibilidad, ya sea mediante una hipertrofia de la conciencia individual, se reacciona con odio.

continuación


La animadversión, la antipatía, la polémica, la rivalidad y también la enemistad, son elementos de la vida humana al igual que el afecto, la simpatía, la cooperación y la amistad. La antipatía hace que uno evite encontrarse con el otro, la rivalidad que se trate de hacer prevalecer los intereses o las propias opiniones, la enemistad lleva a la lucha o a negociaciones al objeto de acabar con la amenaza del enemigo. El odio apunta al aniquilamiento, la mayor parte de las veces sólo de manera latente y como mucho mentalmente, pero dado el caso también en la realidad. El odio es mortífero, porque para el que odia, la amenaza a él mismo o a aquello con lo que se identifica no está en las acciones del otro, sino en su existencia.

Representación de las Erínias
La psicología profunda nos ha enseñado a ver en aquello por lo que nos sentimos amenazados a nosotros mismos una parte reprimida de nuestro propio ser. Por eso, el odio a otro o a uno mismo son a menudo la misma cosa. Es conocido el hecho de que tanto los padres como los hijos reaccionan con particular virulencia ante los rasgos del otro en los que se ven reflejados. Por eso, la violencia puede ciertamente ser vencida por una violencia opuesta, pero el odio no puede ser vencido por la violencia, el desprecio o el odio.
Los movimientos políticos modernos surgidos en nombre de la ilustración, la razón, la ciencia y el progreso, han aventajado en eficiencia mortífera y dejado pequeño todo lo que querían superar. También las persecuciones de brujas surgieron, en los albores de la modernidad, de una alianza de la religión con el racionalismo. Pertenecen ya a la modernidad. La superación del odio sólo puede consistir en la superación de la debilidad de la que procede, el reconocimiento de la igualdad de derechos del otro, también cuando se presenta como enemigo y ha de ser combatido.

Representación de las Euménides
Sarastro, que humilla a la Reina de la Noche, no superará el odio de ésta mediante arias contra el espíritu de venganza. Hay otra imagen, procedente de los inicios de Europa, que muestra esa superación: Atenea, en la Orestiada de Esquilo. Las hijas de la noche, las Erinias, piden la sangre del matricida Orestes. La madre había matado al padre porque había sacrificado a su hija como ofrenda a los dioses. El arcaico y matriarcal ciclo de venganza no es interrumpido por un hombre, sino por una mujer, por Atenea, la cual, surgida de la cabeza de Zeus, sin madre, personifica a la vez en sí misma el principio masculino y femenino. Ella calma a las Erinias, les habla con amabilidad y les garantiza reconocimiento eterno en la polis entonces fundada. El bien de la ciudad, dice ella, dependerá de que estas hijas de la noche tengan siempre un lugar sagrado en la ciudad, ya no como Erinias, como espíritus vengativos, sino como diosas benefactoras, como Euménides.

Es decir, Atenea no condena a los espíritus vengativos. El odio de éstos queda puesto ahora al servicio de la justicia. Pero Atenea personifica una justicia superior, la justicia racional de la polis. Y ésta corresponde a la superación del odio. De tal modo que en el orden propio del Estado de derecho el fallo y la ejecución de la sentencia no están ya en manos de la víctima y de sus representantes. Y, no obstante, éstos deben recibir satisfacción. (Una variante moderna de la sabiduría de Atenea es la sudafricana Comisión de la verdad. una de las pocas invenciones políticas fecundas y sabias de este abominable siglo). El instrumento de Atenea no es la refutación concluyente, sino la reflexión, la fina persuasión; no la derrota, sino el aplacamiento. No se puede luchar contra el odio, y de ninguna manera puede éste ser extirpado. Pero se puede aplacar al que odia. Y quien lo logra, ha logrado mucho.

martes, 4 de mayo de 2021

El factor religioso

Décimo fragmento del discurso pronunciado por Robert Spaemann con el título Der Haß des Sarastro (El odio de Sarastro) en la «Conferencia Wiesenthal acerca de las fuentes del odio», en diciembre de 1998, en el Palacio Hofburg de Viena. Publicada por primera vez en: Transit Europäische Revue, nº 16, Frankfurt am Main, 1999. Reproducida en español en Límites: Acerca de la dimensión ética del actuar, capítulo 13

Contrastar para profundizar

Toda evidencia que cree ver una verdad indudable se ve atacada por la experiencia de que otros no tienen en absoluto esa evidencia: de que tienen por verdadero lo que yo pongo en duda y ponen en duda lo que yo tengo por verdadero.



continuación


Las religiones universalistas se enfrentan permanentemente a este reto, que consiste en que no se les dispensa la adhesión general que reclaman. En cualquier caso, hace mucho que han desarrollado estrategias para superar este reto.
«¿No debería, Señor, odiar a quien te odia?»: estas palabras del salmo 139 pertenecen a una fase anterior y ampliamente superada de la historia de la religión, siempre que dejemos a un lado el integrismo islámico, erróneamente llamado «fundamentalismo». El odio religioso y las luchas religiosas en Europa de hoy en día no tienen nada que ver con las pretensiones absolutas y universalistas de verdad ni con las actividades misioneras. Los testigos de Jehová resultan a veces molestos, pero nunca han llamado la atención por ser agresivos. Las luchas religiosas, por ejemplo en Irlanda, en los Balcanes o en la antigua Unión Soviética, muestran a las comunidades religiosas implicadas más bien como grupos cuasi-étnicos, particulares, que defienden su hegemonía dentro de determinado territorio.

El cristianismo resolvió en los primeros siglos el problema de la amenaza interna debida al cuestionamiento externo de una triple manera: en primer lugar, mediante la convicción de que la fe no es un saber forzoso, sino una evidencia que es fruto de una gracia sobrenatural. Por tanto, el hecho de que otros no crean no ha de sumir al creyente en la duda, si bien el deseo del salmista judío, «que no digan los paganos: ¿dónde está vuestro Dios?» (salmo 115), es también naturalmente el deseo de los cristianos. El segundo motivo es la convicción de que al final de los tiempos la evidencia de la fe tendrá también de su parte la facticidad de que los creyentes estarán en el bando victorioso, y por cierto, paradójicamente, cuando no han vencido aquí. La conciencia de esto elimina la debilidad de la que surge todo odio. Hay una soberanía interna sin la que el mandato de amar a los enemigos es imposible de cumplir. Los mártires cristianos de los primeros siglos, para asombro del resto del mundo, rezaban por sus enemigos y consideraban a sus verdugos como bienhechores involuntarios. En nuestro siglo ha venido a añadirse un tercer motivo. La fe en Jesucristo como redentor universal se une a la convicción de que el diálogo fecundo con otras religiones pone al descubierto el contenido universal de su mensaje en vez de oscurecerlo. El universalismo no significa aquí ni dogmatismo ni relativismo, sino que nunca se termina de aprender.