Octavo fragmento del texto de Robert Spaemann titulado Realidad como antropomorfismo. Publicado originalmente en alemán como Wirklichkeit als Anthropomorphismus, en el libro de O. G. Bauer (ed.), Was heißt ‘wirklich’? Unsere Erkenntnis zwischen Wahrnehmung und Wissenschaft. Traducido en español para Anuario filosófico (2002) e incluido en el libro de Robert Spaemann: Ética, política y cristianismo (Palabra, Madrid, 2007) páginas 189-212. Documento extraido de Anuario filosófico Universidad de Navarra, volumen 50 (1), abril 2017, páginas 171 a 188, link: https://revistas.unav.edu/index.php/anuario-filosofico/issue/view/444
Disolución del 'yo'
El movimiento real solo puede comprenderse si ponemos como base un conato, un afán. Pero lo que significa afán lo sabemos solo desde nuestra autoexperiencia. Si no la hacemos entrar en juego no alcanzaremos la realidad del movimiento.
continuación
Y lo mismo vale finalmente para lo movido. Movidos los cuerpos, las cosas constituyen unidades idénticas consigo mismas durante un determinado tiempo. Parece que Friedrich Nietzsche ha sido el primero en señalar que también la idea de tales unidades, por tanto, la idea de las cosas, es un antopomorfismo.
Somos nosotros los que nos experimentamos como unidades, como unidades que conservan su identidad en el tiempo. Nos experimentamos como sujetos de la voluntad y de la acción responsables de sus actuaciones.
Los niños golpean la mesa si han chocado contra ella. Pero de cierta manera lo hacemos todos en tanto en cuanto por cualquier motivo hablamos de las cosas. La idea del ser de algo es inseparable de la idea de la identidad de aquello que es. Y precisamente esta idea es un antropomorfismo fundamental. Sin embargo, si nos hemos desprendido una vez de las cosas tenemos que desprendernos también de nosotros mismos. La despedida del antropomorfismo es al fin y al cabo una despedida del hombre mismo, es decir, de la contemplación humana del hombre. El hombre se convierte en antropomorfismo para sí mismo. Es la última cosa que se disuelve. El resultado es un mundo sin sujeto e indiferente, un mundo de objetos que ya no son objetos de nadie. Desaparece la idea de realidad. Nietzsche ha perfeccionado la convicción de Hume: “We never do one step beyond ourselves”. Se manifiesta así que la idea del yo a su vez ya presupone un paso más allá del yo, por tanto una autotrascendencia. Por cierto, Hume ya lo había visto. Declara abiertamente que él no podía contarse entre los hombres que gozan de un yo. Y eso porque el ser del yo no es un estado, ninguna propiedad empírica, sino que es aquello, o mejor dicho, aquel o aquella que se hallan en determinados estados empíricos.
Pero para el empirismo solo existen estos estados. Por eso tampoco es una casualidad que los que aprueban el suicidio, el suicidio asistido y la eutanasia, proceden por regla general del ámbito del empirismo. Para ellos solo existen estados, deseables y no deseables. Los no deseables, es decir, los estados de sufrimiento, deben eliminarse, y si no hay otra posibilidad entonces a través de la eliminación de aquel que sufre. Pues el que sufre en el fondo no posee una realidad, un ser que fuera distinto de la totalidad de los estados en los que se encuentra. En el fondo, no es alguien que sufre, sino que es el sufrimiento que tiende a no ser. Y el complejo de estados tiende categóricamente a ello cuando el sufrimiento no es compensado por comodidades. En este caso es razonable eliminar la totalidad del complejo de estados.
No nos engañemos. Las consecuencias de esta concepción todavía tropezarán con reacciones de defensa instintivas. La concepción misma recibe mientras tanto una aceptación amplia. Pero
aquel que no es real para sí mismo, nada le es real. Para él solo existen estados, no el ser. A ello corresponde una sociedad como la que propaga el neopragmático norteamericano Richard Rorty, una sociedad en la que no hay nada más importante que el placer y el dolor. De hecho,
el placer y el dolor son modos de manifestación de la realidad de la vida que se realiza y aumenta o que es amenazada y peligra.
En estos modos de manifestación se vive la vida. Platón analizó detenidamente la decadencia de una civilización en la que estos modos de manifestación se desconectan de aquello que se revela en ellas, por tanto,
una sociedad de vivencias en la que solo importa la fabricación de vivencias y no lo que se vive, no la realidad.
Una civilización de esta índole tiende a la autodestrucción. Es que hace que desaparezca la persona y solo deja sujetos de vivencia abstractos, sujetos sin dimensión temporal, sin identidad biográfica.