Experimentos con el ser humano
Quiero aclarar con dos ejemplos a qué viene todo esto: uno cotidiano y otro radicalmente utópico.El cotidiano: es característico de la civilización científico-tecnológica el que, por un lado, suprime el trabajo corporal pesado, pero por otro, despoja a muchas acciones humanas de su estructura inmanente de sentido y con ello de la posibilidad de que comparezca en ellas la dignidad humana. La división de los procesos de producción en pequeñas unidades -cada una de las cuales carece de una forma significativa- ha convertido el concepto de dignidad del trabajo en algo muy abstracto.
Y los astronautas, instalados en el pequeño espacio de un aparato sofisticado y forzados a moverse en un medio que está muy lejos del nicho ecológico en el que se ha desarrollado el cuerpo humano, simbolizan la emancipación colectiva de la humanidad de sus condiciones naturales de origen pero, sin duda, pueden representar menos dignidad que un beduino en su tienda junto a los suyos. El poder humano que en este ejemplo se realiza es esencialmente colectivo. La dignidad, por el contrario, está vinculada estrictamente a la persona individual.
Pero para mostrar lo que en último término está en juego, ofrezco un ejemplo que es deliberadamente utópico y extremo, pero que expresa la tendencia de la que estoy hablando. Imaginemos un mundo en el que se ha conseguido asegurar progresivamente la reproducción artificial de la humanidad. Sobre todo, se ha conseguido que los medios para la reproducción de los hombres estén centralizados y que la coordinación de sus comportamientos no represente ya ningún problema. Los hombres son "engendrados" en probetas, crecen en un útero artificial y, cuando han alcanzado un cierto estado de crecimiento, se cogen las cabezas, se depositan en una solución alimenticia y se les inserta un cable al cerebro. Por medio de ese cable se les transmiten determinados impulsos que producen en la conciencia una euforia permanente. Subjetivamente, esas "res cogitantes" están completamente a gusto. No echan de menos ningún respeto a su dignidad, no son conscientes en absoluto de esa carencia.
Algunos científicos consideran justificado este sistema. Sólo ellos son aún "hombres" en el sentido tradicional, pero, por haberse emancipado de su "tao" * integral -como lo ha llamado Lewis- tampoco lo son realmente. Saben que aquello que les incita a producir euforia en vez de dolor es un prejuicio convencional, por lo que podrían también producir a su antojo dolor o desesperación, para los fines de su investigación o para el propio divertimento. Y son también los que deciden sobre la vida de una cabeza. Es de desear que esta horrible utopía quede para siempre como mera utopía.
La protesta contra esa des-dignificación cientificista del hombre es proporcional al incremento de su amenaza. La defensa de estructuras libres de interacción se organiza frente al control científico. Pero por el momento es un sentimiento difuso el que aquí se revela y defiende una anarquía elemental, como por ejemplo, en lo que se refiere a la protección de los datos personales. Debido a que realmente no se sabe con exactitud qué se ha de defender y contra quién, esta defensa adquiere frecuentemente una forma incluso irracional, como en la protesta contra el censo de la población. Esto conduce, a su vez, a que la protesta misma sea objetivada científicamente y se transforme en un problema de producción de "aceptación", lo que neutraliza de nuevo el ethos como medio general de entendimiento y lo sustituye por la Psicología social. Pero la idea de dignidad es fundamentalmente ética y cuestiona por principio toda objetivación científica.
Esto no significa que deba suprimirse toda reflexión teórica. De ser así, la idea de dignidad humana quedaría impotente, a expensas de la objetivación científica, y sólo podría oponer una rebeldía fanática. Esta rebeldía sería encomiable, pero también una expresión de impotencia y de un déficit de fundamentación. En cualquier caso, la idea de dignidad humana encuentra su fundamentación teórica y su inviolabilidad en una ontología metafísica, es decir, en una filosofía de lo absoluto. Por eso el ateísmo despoja a la idea de dignidad humana de fundamentación y, con ello, de la posibilidad de autoafirmación teórica en una civilización.
No es casualidad que tanto Nietzsche como Marx hayan caracterizado la dignidad sólo como algo que debe ser construido y no como algo que debe ser respetado. La presencia de la idea de lo absoluto en una sociedad es una condición necesaria -aunque no suficiente- para que sea reconocida la incondicionalidad de la dignidad de esa representación de lo absoluto que es el hombre. Para ello se necesitan más condiciones y, entre ellas, una codificación jurídica. Una civilización científica -debido a su propia amenaza inmanente- necesita esa codificación más que cualquier otra.
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El taoísmo es un sistema de filosofía de vida basado primordialmente en el Tao Te King que la tradición atribuye al filósofo chino Lao Tsé. Sus enseñanzas parten del concepto de unidad absoluta y al mismo tiempo mutable denominado Tao, que conforma la realidad suprema y el principio cosmológico y ontológico de todas las cosas.
La palabra china 道 tao (o dao, dependiendo de la romanización que se use), suele traducirse por ‘vía’ o ‘camino’, aunque tiene innumerables matices en la filosofía y las religiones populares chinas. (https://es.wikipedia.org/wiki/Tao%C3%ADsmo)
El taoísmo es un sistema de filosofía de vida basado primordialmente en el Tao Te King que la tradición atribuye al filósofo chino Lao Tsé. Sus enseñanzas parten del concepto de unidad absoluta y al mismo tiempo mutable denominado Tao, que conforma la realidad suprema y el principio cosmológico y ontológico de todas las cosas.
La palabra china 道 tao (o dao, dependiendo de la romanización que se use), suele traducirse por ‘vía’ o ‘camino’, aunque tiene innumerables matices en la filosofía y las religiones populares chinas. (https://es.wikipedia.org/wiki/Tao%C3%ADsmo)