Acciones ajustadas a la naturaleza de las cosas
Para que una actividad sea buena es decisiva otra cosa: que... se comporte uno de acuerdo con su valor propio; es decir, que hagamos justicia a la realidad. Esto significa en primer lugar y ante todo, que tratemos a cada hombre como un ser que, como nosotros, es un fin en sí mismo. Naturalmente que nosotros necesitamos constantemente de los demás como medios para otros fines. Toda civilización de distribución de trabajos descansa ahí. Decisivo es sólo que, en este sistema, nadie sea solamente medio, sin ser al mismo tiempo un fin, es decir, sin que en esas relaciones de trato pueda uno perseguir su propio fin.
(continuación)
De ahí que también debamos respetarnos a nosotros mismos. Precisamente este respeto exige además hacer justicia a la realidad extrahumana. Quien, por ejemplo, retiene animales para su utilidad o su placer, debe posibilitarles, mientras vivan, una vida apropiada. Destruir objetos que son susceptibles de un uso más alto, o infrautilizarlos, requiere, al menos, una justificación. La mera propiedad no es una justificación. La propiedad sustrae unas cosas al uso de los demás y deja en manos del propietario la decisión sobre su uso, pero eso no significa que su uso no pueda ser moral o inmoral. Arrojar algo que otros pueden necesitar es siempre inmoral. Muchos hombres tienen una cierta reticencia, casi mágica, a tirar el pan. Reticencia que se puede explicar porque antes el pan era escaso. Pero, ¿qué se sigue de ahí? Lo que podemos concluir es que un cierto grado de abundancia no es bueno para los hombres, porque los ciega para apreciar el valor de las cosas.
¿Qué es lo que hace buena una acción?, preguntábamos. La respuesta es ahora: que tenga en cuenta la realidad. Este tipo de respuestas tiene, siempre, algo de insatisfactorio. No significan casi nada y no son operacionales. No nos permiten saber qué es lo que tenemos que hacer. Pero tampoco esto es necesario ya que, la mayor parte de las veces, sabemos de antemano qué debemos hacer. Las reflexiones de este tipo sirven ante todo como justificación de lo que ya sabemos. Lo que hemos de hacer se deduce en la mayoría de los casos de la “naturaleza de las cosas”.
A la naturaleza de una promesa pertenece el deber de mantenerla. La otra persona descansa en ella. Y justamente para eso se ha hecho la promesa. De la naturaleza de los niños pequeños se deriva que sus padres deben proporcionarles lo que necesiten, mientras la miseria no se lo impida. Dejar que los niños propios vayan de acá para allá como niños-llave y estudiar sociología, o escuchar una lección sobre niños-llave durante ese tiempo, no hace justicia a la naturaleza de las cosas.