miércoles, 24 de abril de 2019

El ser humano fuera de todo cálculo

Cuarto fragmento del capítulo VII: Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Acciones ajustadas a la naturaleza de las cosas


Para que una actividad sea buena es decisiva otra cosa: que... se comporte uno de acuerdo con su valor propio; es decir, que hagamos justicia a la realidad. Esto significa en primer lugar y ante todo, que tratemos a cada hombre como un ser que, como nosotros, es un fin en sí mismo. Naturalmente que nosotros necesitamos constantemente de los demás como medios para otros fines. Toda civilización de distribución de trabajos descansa ahí. Decisivo es sólo que, en este sistema, nadie sea solamente medio, sin ser al mismo tiempo un fin, es decir, sin que en esas relaciones de trato pueda uno perseguir su propio fin. 


(continuación)


Por eso decía Kant que el hombre no tiene valor sino dignidad, ya que cualquier valor es conmensurable y puede entrar en un cálculo comparativo. Llamamos “dignidad, por el contrario, a aquella propiedad merced a la cual un ser es excluido de cualquier cálculo, por ser él mismo medida del cálculo. La dignidad del hombre depende, como dijimos en el primer capítulo, de que es una totalidad de sentido, de que es, incluso, lo universal. Su dignidad radica en que no es una parte, junto a otras, de la realidad, sino que en su conciencia percibe que debe hacer justicia a la realidad como a un todo: como ser potencialmente moral, la persona merece un respeto incondicional.

De ahí que también debamos respetarnos a nosotros mismos. Precisamente este respeto exige además hacer justicia a la realidad extrahumana. Quien, por ejemplo, retiene animales para su utilidad o su placer, debe posibilitarles, mientras vivan, una vida apropiada. Destruir objetos que son susceptibles de un uso más alto, o infrautilizarlos, requiere, al menos, una justificación. La mera propiedad no es una justificación. La propiedad sustrae unas cosas al uso de los demás y deja en manos del propietario la decisión sobre su uso, pero eso no significa que su uso no pueda ser moral o inmoral. Arrojar algo que otros pueden necesitar es siempre inmoral. Muchos hombres tienen una cierta reticencia, casi mágica, a tirar el pan. Reticencia que se puede explicar porque antes el pan era escaso. Pero, ¿qué se sigue de ahí? Lo que podemos concluir es que un cierto grado de abundancia no es bueno para los hombres, porque los ciega para apreciar el valor de las cosas

¿Qué es lo que hace buena una acción?, preguntábamos. La respuesta es ahora: que tenga en cuenta la realidad. Este tipo de respuestas tiene, siempre, algo de insatisfactorio. No significan casi nada y no son operacionales. No nos permiten saber qué es lo que tenemos que hacer. Pero tampoco esto es necesario ya que, la mayor parte de las veces, sabemos de antemano qué debemos hacer. Las reflexiones de este tipo sirven ante todo como justificación de lo que ya sabemos. Lo que hemos de hacer se deduce en la mayoría de los casos de la “naturaleza de las cosas”.


A la naturaleza de una promesa pertenece el deber de mantenerla. La otra persona descansa en ella. Y justamente para eso se ha hecho la promesa. De la naturaleza de los niños pequeños se deriva que sus padres deben proporcionarles lo que necesiten, mientras la miseria no se lo impida. Dejar que los niños propios vayan de acá para allá como niños-llave y estudiar sociología, o escuchar una lección sobre niños-llave durante ese tiempo, no hace justicia a la naturaleza de las cosas.

viernes, 19 de abril de 2019

Respeto a la dignidad

Tercer fragmento del capítulo VII: Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Hacer justicia a la realidad


El bien es precisamente lo que no debe ni puede nunca dejar paso a otras cosas. En cambio, cualquier valor o contenido, en determinadas circunstancias, frente a valores más altos, debe -así parece- dejar paso a tareas más urgentes o deberes más fundamentales. De ahí que el punto de vista moral no sea un punto de vista accidental, que se añade a los otros muchos que orientan nuestra actividad. No es cosa distinta del recto orden, adecuado a la realidad, de los puntos de vista.


(continuación)


En este sentido, moralidad es ciertamente lo mismo que realidad, tal como escribe el filósofo Hans-Eduard Hengstenberg. La acción buena es la que hace justicia a la realidad. Respuesta que parece muy formal, por no decir vacía. No parece que nos haga más perspicaces en relación con lo que en concreto tenemos que hacer. Pero la respuesta no exige eso en absoluto. Señala el sentido de los valores que ha desarrollado en nosotros el proceso educativo y los conocimientos que hemos adquirido. El deber del médico se lo enseña, la mayoría de las veces y ante todo, la misma medicina. Lo enseña por lo demás la ética médica, que brota por sí misma de la naturaleza de las relaciones de confianza entre el médico y el paciente. 

El mayor obstáculo cuando se trata de juzgar objetivamente lo que tenemos que hacer reside en la falta de disposición para poner entre paréntesis nuestros propios intereses. Por eso, la regla moral quizá más antigua y extendida dice: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”. En el Evangelio, la así llamada regla de oro dice: “Debéis hacer a los demás lo que queréis que los demás os hagan a vosotros” (1). Y el célebre imperativo categórico de Kant no es otra cosa, a fin de cuentas, que un refinamiento de esa regla. Nos exige que sigamos ese principio, sin considerar que somos nosotros mismos los que actuamos de esta o aquella manera y que otros son los afectados. Nos exige preguntarnos si desearíamos que todos los hombres siguieran esa regla, siendo nosotros entonces los afectados.

No puedo discutir ahora la trascendencia y la capacidad operativa de la regla de oro o de otras reglas de carácter generalizante. Bernard Shaw escribió una vez: “No hagas a otro lo que quieres que se te haga a ti, pues podría ser que tuviera un gusto distinto del tuyo”. Lo que las reglas universales prueban es sencillamente la imparcialidad de juicio en algunas cosas. El texto, sin embargo, es solamente negativo; por tanto, no todo proceder que esté de acuerdo con él es, por esa razón, bueno. En el fondo, lo que con él se excluye es un egoísmo primitivo. 

Para que una actividad sea buena es decisiva otra cosa: que, en relación con las cosas, con los animales, las plantas y los hombres, e incluso con nosotros mismos, se comporte uno de acuerdo con su valor propio; es decir, que hagamos justicia a la realidad. Esto significa en primer lugar y ante todo, que tratemos a cada hombre como un ser que, como nosotros, es un fin en sí mismo. Naturalmente que nosotros necesitamos constantemente de los demás como medios para otros fines. Toda civilización de distribución de trabajos descansa ahí. Decisivo es sólo que, en este sistema, nadie sea solamente medio, sin ser al mismo tiempo un fin, es decir, sin que en esas relaciones de trato pueda uno perseguir su propio fin. 

(1) Evangelio de Mateo capítulo 7, versículo 12: Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos: ésta es la Ley y los Profetas. Fuente: https://www.bibliatodo.com/la-biblia/La-sagrada-biblia-edicion-eunsa/mateo-7

lunes, 15 de abril de 2019

Preeminencia del bien

Segundo fragmento del capítulo VII: Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Mirar la realidad con nitidez


Justificar actuaciones por la así llamada buena intención constituye además una escuela de inautenticidad. Ya hemos dicho que no queremos el mal por el mal, sino que lo queremos como medio y lo aceptamos como precio para conseguir un fin que no es malo en sí mismo. Pero si todo acto se justificara por esa buena intención, entonces el más inocente sería el que lograse con mayor perfección expulsar de su conciencia los aspectos negativos de su comportamiento. Cada uno puede verlo en sí mismo. Quien pretende hacer algo que no debe hacer, ni tampoco puede querer hacer, intenta por lo general desviar la atención de los aspectos negativos de su acción y dirigirla a los positivos.


(continuación)


La conciencia dificulta esa expulsión y nos recuerda el conjunto de los aspectos de nuestra acción. La conciencia es una llamada de atención. Sólo se puede llamar buena la voluntad que se deja obligar por la conciencia y considera la realidad total de su proceder; la que no se engaña a sí misma refugiándose en la susodicha buena intención. El mal se puede definir como renuncia a prestar atención. Quien actúa mal, se podría decir, no sabe lo que hace. Lo que ocurre sencillamente es que no quiere saberlo. Y precisamente ahí, y no en una intención expresamente mala, está el mal.

Así tendríamos un primer acceso a la respuesta de la pregunta: ¿qué es lo que hace que una acción sea buena? La bondad de un acto tiene que ver con la atención, con una mirada limpia a la realidad. ¿Qué es lo que puede enturbiarla? La fuerza del sentimiento momentáneo, la sensibilidad, la ambición, los ideales. También los ideales. ¿Qué pasa con la muerte del hereje en el caso de un inquisidor?, ¿y con el modo de vivir de un terrorista que extiende el terror? Sirven a un ideal. Y se niegan a dirigir la atención a lo que su acción significa para los afectados. Esto no vale sólo para el inquisidor o el terrorista, sino para cualquiera de nosotros que en su celo -que en ese momento le inspira- por hacer algo útil, caritativo, afectuoso, no presta atención a que está haciendo pagar a los demás por su noble proceder. Que lo que proporciona a uno se lo debe a otro, en razón, por ejemplo, de una promesa de fidelidad.
(24 de febrero de 1852-21 de enero de 1933)

Pero, ¿acaso no es el bien como un ideal? Y si lo fuera, ¿en qué consistiría? La confusión surge cuando se plantea la imprudente pregunta por aquello en lo que el bien consiste. Platón acostumbraba a decir que el buen comportamiento es bueno gracias a su bondad. Se trata evidentemente de una tautología. Pero en cierto modo es inevitable. El filósofo inglés Moore, muerto en 1958, se ha ocupado expresamente del intento de significar con otros contenidos lo que nosotros pensamos cuando llamamos a algo bueno. El denominó tales intentos como “falacia naturalista”. Son tan engañosos como los que intentan reducir a otros conceptos aquello que pensamos con las palabras azul, silencioso, o dolor. Ni la salud, ni el bien de la patria, ni el máximo estado de placer, ni el egoísmo o el altruismo son simplemente el bien. Esto surge de la reflexión lógica que hicimos ya en el capítulo primero.

Se puede pensar efectivamente en situaciones en las que algo que, por lo general es bueno, ahora no lo es. Tampoco el altruismo es siempre bueno. Se dan situaciones en que, sin ser egoísta, y de acuerdo con una medida justa e imparcial, es no sólo justo sino obligatorio posponer los deseos de los demás a los propios. El “ama a tu prójimo como a ti mismo” no significa: “ámalo sobre todo”, sino: no hagas diferencia entre el amor a ti mismo y al prójimo. Quien lo hubiere logrado, habría llegado ya muy lejos. La falacia naturalista consiste en sustituir el bien por otro contenido cualquiera. Pero esto no funciona porque el punto de vista moral, el punto de vista del bien, es un punto de vista absoluto. También esto lo vimos ya en el primer capítulo.

No tiene ningún sentido decir: sería bueno hacer esto, pero en este momento el bien debe esperar. El bien es precisamente lo que no debe ni puede nunca dejar paso a otras cosas. En cambio, cualquier valor o contenido, en determinadas circunstancias, frente a valores más altos, debe -así parece- dejar paso a tareas más urgentes o deberes más fundamentales. De ahí que el punto de vista moral no sea un punto de vista accidental, que se añade a los otros muchos que orientan nuestra actividad. No es cosa distinta del recto orden, adecuado a la realidad, de los puntos de vista.

miércoles, 10 de abril de 2019

Acciones e intenciones

Primer fragmento del capítulo VII: Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


No basta con buenos deseos


Hemos visto que nada de lo que se haga contra la conciencia puede ser bueno, aunque vimos también que no todo lo que se hace en conciencia es bueno; la conciencia, en efecto, no es un oráculo, sino un órgano, y como tal puede estar mal orientada. Además, ninguna introspección, ninguna inmersión en nuestro interior nos dice si es nuestra conciencia la que ahí nos habla. Ningún juez externo puede informamos de si alguien actúa realmente en conciencia, y tampoco nosotros estamos libres de duda al respecto. La conciencia es la mirada que el hombre dirige al bien, pero el ojo no puede verse a sí mismo. Debemos seguir aquello que nos parece ver.

Kant escribe: "No se puede pensar que exista algo, dentro o fuera del mundo, que pueda ser tenido sin limitación por bueno, a no ser una buena voluntad". Si nos atenemos a la literalidad de este principio, debemos preguntar a continuación: ¿qué es entonces una buena voluntad? Seguramente, aquella voluntad que desea el bien. Pero, según eso, la pregunta por el bien ya no se responde señalando la buena voluntad. Si la sabiduría de todos los tiempos no hubiera llegado a fin de cuentas más que a esta buena intención, no por eso sería algo inocuo, como puede parecer. La buena intención se podría convertir fácilmente en justificación para todo tipo de injusticias y maldades. 

Todo el que actúa tiene, en cierto modo, una buena intención. Nadie quiere el mal como tal. Todo el mundo desea algo positivo, algún valor, sea que se trate del placer, de una satisfacción espiritual, incluso de la felicidad de los demás, de la justicia, o de lo que sea. Platón, y de acuerdo con él toda la filosofía antigua y los filósofos del medievo, afirmaba que nadie puede obrar si no es por amor de un bien, de un valor. El mal consiste en que, al perseguir ese bien de una manera que no se puede justificar, se cause o se acepte a cambio un mal. Sobre todo, si hace que otros paguen el precio; esto es lo que hace el que roba para poder ser después un benefactor a lo grande. Pero la buena intención no cambia en nada la injusticia del acto.

Justificar actuaciones por la así llamada buena intención constituye además una escuela de inautenticidad. Ya hemos dicho que no queremos el mal por el mal, sino que lo queremos como medio y lo aceptamos como precio para conseguir un fin que no es malo en sí mismo. Pero si todo acto se justificara por esa buena intención, entonces el más inocente sería el que lograse con mayor perfección expulsar de su conciencia los aspectos negativos de su comportamiento. Cada uno puede verlo en sí mismo. Quien pretende hacer algo que no debe hacer, ni tampoco puede querer hacer, intenta por lo general desviar la atención de los aspectos negativos de su acción y dirigirla a los positivos.