Hacer justicia a la realidad
El bien es precisamente lo que no debe ni puede nunca dejar paso a otras cosas. En cambio, cualquier valor o contenido, en determinadas circunstancias, frente a valores más altos, debe -así parece- dejar paso a tareas más urgentes o deberes más fundamentales. De ahí que el punto de vista moral no sea un punto de vista accidental, que se añade a los otros muchos que orientan nuestra actividad. No es cosa distinta del recto orden, adecuado a la realidad, de los puntos de vista.
(continuación)
El mayor obstáculo cuando se trata de juzgar objetivamente lo que tenemos que hacer reside en la falta de disposición para poner entre paréntesis nuestros propios intereses. Por eso, la regla moral quizá más antigua y extendida dice: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”. En el Evangelio, la así llamada regla de oro dice: “Debéis hacer a los demás lo que queréis que los demás os hagan a vosotros” (1). Y el célebre imperativo categórico de Kant no es otra cosa, a fin de cuentas, que un refinamiento de esa regla. Nos exige que sigamos ese principio, sin considerar que somos nosotros mismos los que actuamos de esta o aquella manera y que otros son los afectados. Nos exige preguntarnos si desearíamos que todos los hombres siguieran esa regla, siendo nosotros entonces los afectados.
No puedo discutir ahora la trascendencia y la capacidad operativa de la regla de oro o de otras reglas de carácter generalizante. Bernard Shaw escribió una vez: “No hagas a otro lo que quieres que se te haga a ti, pues podría ser que tuviera un gusto distinto del tuyo”. Lo que las reglas universales prueban es sencillamente la imparcialidad de juicio en algunas cosas. El texto, sin embargo, es solamente negativo; por tanto, no todo proceder que esté de acuerdo con él es, por esa razón, bueno. En el fondo, lo que con él se excluye es un egoísmo primitivo.
Para que una actividad sea buena es decisiva otra cosa: que, en relación con las cosas, con los animales, las plantas y los hombres, e incluso con nosotros mismos, se comporte uno de acuerdo con su valor propio; es decir, que hagamos justicia a la realidad. Esto significa en primer lugar y ante todo, que tratemos a cada hombre como un ser que, como nosotros, es un fin en sí mismo. Naturalmente que nosotros necesitamos constantemente de los demás como medios para otros fines. Toda civilización de distribución de trabajos descansa ahí. Decisivo es sólo que, en este sistema, nadie sea solamente medio, sin ser al mismo tiempo un fin, es decir, sin que en esas relaciones de trato pueda uno perseguir su propio fin.
(1) Evangelio de Mateo capítulo 7, versículo 12: Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos: ésta es la Ley y los Profetas. Fuente: https://www.bibliatodo.com/la-biblia/La-sagrada-biblia-edicion-eunsa/mateo-7
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