lunes, 15 de abril de 2019

Preeminencia del bien

Segundo fragmento del capítulo VII: Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Mirar la realidad con nitidez


Justificar actuaciones por la así llamada buena intención constituye además una escuela de inautenticidad. Ya hemos dicho que no queremos el mal por el mal, sino que lo queremos como medio y lo aceptamos como precio para conseguir un fin que no es malo en sí mismo. Pero si todo acto se justificara por esa buena intención, entonces el más inocente sería el que lograse con mayor perfección expulsar de su conciencia los aspectos negativos de su comportamiento. Cada uno puede verlo en sí mismo. Quien pretende hacer algo que no debe hacer, ni tampoco puede querer hacer, intenta por lo general desviar la atención de los aspectos negativos de su acción y dirigirla a los positivos.


(continuación)


La conciencia dificulta esa expulsión y nos recuerda el conjunto de los aspectos de nuestra acción. La conciencia es una llamada de atención. Sólo se puede llamar buena la voluntad que se deja obligar por la conciencia y considera la realidad total de su proceder; la que no se engaña a sí misma refugiándose en la susodicha buena intención. El mal se puede definir como renuncia a prestar atención. Quien actúa mal, se podría decir, no sabe lo que hace. Lo que ocurre sencillamente es que no quiere saberlo. Y precisamente ahí, y no en una intención expresamente mala, está el mal.

Así tendríamos un primer acceso a la respuesta de la pregunta: ¿qué es lo que hace que una acción sea buena? La bondad de un acto tiene que ver con la atención, con una mirada limpia a la realidad. ¿Qué es lo que puede enturbiarla? La fuerza del sentimiento momentáneo, la sensibilidad, la ambición, los ideales. También los ideales. ¿Qué pasa con la muerte del hereje en el caso de un inquisidor?, ¿y con el modo de vivir de un terrorista que extiende el terror? Sirven a un ideal. Y se niegan a dirigir la atención a lo que su acción significa para los afectados. Esto no vale sólo para el inquisidor o el terrorista, sino para cualquiera de nosotros que en su celo -que en ese momento le inspira- por hacer algo útil, caritativo, afectuoso, no presta atención a que está haciendo pagar a los demás por su noble proceder. Que lo que proporciona a uno se lo debe a otro, en razón, por ejemplo, de una promesa de fidelidad.
(24 de febrero de 1852-21 de enero de 1933)

Pero, ¿acaso no es el bien como un ideal? Y si lo fuera, ¿en qué consistiría? La confusión surge cuando se plantea la imprudente pregunta por aquello en lo que el bien consiste. Platón acostumbraba a decir que el buen comportamiento es bueno gracias a su bondad. Se trata evidentemente de una tautología. Pero en cierto modo es inevitable. El filósofo inglés Moore, muerto en 1958, se ha ocupado expresamente del intento de significar con otros contenidos lo que nosotros pensamos cuando llamamos a algo bueno. El denominó tales intentos como “falacia naturalista”. Son tan engañosos como los que intentan reducir a otros conceptos aquello que pensamos con las palabras azul, silencioso, o dolor. Ni la salud, ni el bien de la patria, ni el máximo estado de placer, ni el egoísmo o el altruismo son simplemente el bien. Esto surge de la reflexión lógica que hicimos ya en el capítulo primero.

Se puede pensar efectivamente en situaciones en las que algo que, por lo general es bueno, ahora no lo es. Tampoco el altruismo es siempre bueno. Se dan situaciones en que, sin ser egoísta, y de acuerdo con una medida justa e imparcial, es no sólo justo sino obligatorio posponer los deseos de los demás a los propios. El “ama a tu prójimo como a ti mismo” no significa: “ámalo sobre todo”, sino: no hagas diferencia entre el amor a ti mismo y al prójimo. Quien lo hubiere logrado, habría llegado ya muy lejos. La falacia naturalista consiste en sustituir el bien por otro contenido cualquiera. Pero esto no funciona porque el punto de vista moral, el punto de vista del bien, es un punto de vista absoluto. También esto lo vimos ya en el primer capítulo.

No tiene ningún sentido decir: sería bueno hacer esto, pero en este momento el bien debe esperar. El bien es precisamente lo que no debe ni puede nunca dejar paso a otras cosas. En cambio, cualquier valor o contenido, en determinadas circunstancias, frente a valores más altos, debe -así parece- dejar paso a tareas más urgentes o deberes más fundamentales. De ahí que el punto de vista moral no sea un punto de vista accidental, que se añade a los otros muchos que orientan nuestra actividad. No es cosa distinta del recto orden, adecuado a la realidad, de los puntos de vista.

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