martes, 7 de mayo de 2019

Generosidad benevolente

Sexto fragmento del capítulo VII: Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Cualidades al servicio del prójimo


...hay acciones que lesionan la dignidad del hombre, que afectan a su carácter de fin, y que no pueden ser justificadas por deberes más altos, o responsabilidades más amplias. Esto se debe a que la persona humana no es meramente un ser espiritual, sino que se manifiesta de modo natural gracias a su cuerpo y a su lenguaje. Cuando no se los respeta como representaciones de la persona, sino que se los utiliza como medios para alcanzar otra cosa, entonces la persona resulta utilizada sólo como un puro medio.... 


(continuación)


Las fronteras inferiores de lo permitido no definen el proceder bueno. No todo el que dice la verdad actúa ya por eso bien. Puede decirla con amor, con benevolencia, o puede utilizarla como un arma, con una intención infame. Ya vimos que la buena intención no basta para hacer buena una acción, aunque ésta no es posible si no hay buena intención. Efectivamente se dan buenas acciones, buenas sin limitación, en mucho mayor grado de lo que pensamos. Debemos agudizar la vista para verlas, ya que nada anima más que tales ejemplos. Y no se piense sólo en ejemplos heroicos. Pensemos en cosas sencillas: en el joven a quien pregunto por un camino que no es fácil de encontrar, y que interrumpe sus planes para acompañarme cinco minutos y mostrarme el camino. Es una pequeñez de la que no vale la pena hablar, pero es algo bueno sin restricción. Y cada uno de esos comportamientos justifica la existencia del mundo. Ese joven no ha hecho ninguna gran reflexión moral; ha hecho lo que sentía; pero eso le vino a la cabeza porque es como es.

Hay una vieja máxima de los filósofos antiguos: agere sequitur esse, el obrar sigue al ser. A fin de cuentas, lo que hay son hombres buenos y no buenas acciones. Lo que hace bueno a un hombre tiene un nombre en la tradición cristiana: amor. Es una actitud de fundamental afirmación de la realidad; de ahí brota una universal benevolencia que ya no nos pone en el centro del mundo, pero que se extiende también hasta nosotros: para poder vivir bien, es necesario habérselas bien con uno mismo. Medidos por esta medida del amor, sólo somos, con todo, condicionalmente buenos. 

Ya antes dijimos que lo que en una determinada situación es bueno depende, entre otras cosas, de las peculiaridades de quien se encuentra en ella. Cuando hay un herido en un barco se pregunta: “¿hay un médico a bordo? Y si hay un médico debe prestarle ayuda. Y lo mismo vale para otras cualidades humanas. Hay personas que tienen más perspicacia que otras; en alguna circunstancia, deben dar a los demás un buen consejo. Otras tienen un sentido muy bien educado de los valores, y lo que quizás a otras no se les puede reprochar, ellas no pueden hacerlo u omitirlo sin incurrir en falta. Hay quienes, sin que nadie les obligue a ello, deben tomar la responsabilidad de otros, por la única razón de que ellos ven lo que los demás no alcanzan a ver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario