miércoles, 1 de mayo de 2019

Conflictos de deberes

Quinto fragmento del capítulo VII: Lo absoluto o ¿qué convierte una acción en buena? del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Acciones y decisiones complejas


A la naturaleza de una promesa pertenece el deber de mantenerla. La otra persona descansa en ella. Y justamente para eso se ha hecho la promesa... 


(continuación)


Dijimos que en la mayoría de los casos se comprende por sí mismo lo que hay que hacer. Pero se dan casos conflictivos, conflictos de deberes. Hay ocasiones en que es correcto no mantener la palabra dada porque lo justifica algo más urgente o más importante. En algunas sencillas situaciones-tipo es fácil saber lo que hemos de hacer. Pero la mayoría de las situaciones en las que nos encontramos son complejas: las diferentes exigencias se superponen, lo mismo que las diversas responsabilidades que uno tiene. A una persona con capacidad de juicio y de recto pensamiento, le resulta evidente, también aquí, la jerarquía de importancias y apremios. Pero no siempre.

Entendemos ante todo que el ámbito en el que tenemos verdadera responsabilidad no está fijado de una vez por todas, y ya vimos que es de locos identificar ese ámbito con el mundo y con el género humano, y responsabilizarnos de todas las consecuencias de nuestros actos y omisiones. Aquello de lo que efectivamente debemos dar cuenta depende de múltiples circunstancias; depende entre otras de lo que uno es para otro. De manera que no se puede fijar definitivamente el límite superior de lo que hace buena una acción. Casi siempre es posible algo mejor que lo que uno hace. Y sería falso decir que estamos obligados siempre a hacer lo mejor de lo posible. Esto, en general, no es verdad. 

Pero seguramente se puede dar un límite inferior, y es que hay acciones que lesionan la dignidad del hombre, que afectan a su carácter de fin, y que no pueden ser justificadas por deberes más altos, o responsabilidades más amplias. Esto se debe a que la persona humana no es meramente un ser espiritual, sino que se manifiesta de modo natural gracias a su cuerpo y a su lenguaje. Cuando no se los respeta como representaciones de la persona, sino que se los utiliza como medios para alcanzar otra cosa, entonces la persona resulta utilizada sólo como un puro medio.

De ahí deriva, en concreto, que son siempre malos la muerte directa e intencionada de un hombre, la tortura, la violación, o el uso de la sexualidad como medio para determinados fines. Tampoco puede justificar su acción quien engaña a un hombre que confía razonablemente en él: instrumentaliza el lenguaje y desaparece como persona que se revela en él; quita además al otro la posibilidad de hacer justicia a la realidad puesto que voluntariamente rompe ese contacto con la realidad. Así, por ejemplo, nadie tiene el derecho de mentir a un enfermo, que seria y confiadamente pregunta por su estado, quitándole así la posibilidad de enfrentarse con su muerte.

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