Valoración de la omisión
... el utilitarismo es, en algunas circunstancias, contraproducente, es decir, da lugar a las consecuencias que pretendía evitar.
(continuación)
El resultado de nuestras reflexiones hasta este momento, parece ser el siguiente: nuestra responsabilidad moral es concreta, determinada, y no es manipulable a voluntad, con tal de que esté limitada, es decir, con tal de que no se parta de la idea de que debemos responder de todas las consecuencias de cada acto y de cada omisión. Sólo bajo este presupuesto se puede definir el concepto de omisión. La omisión culpable es la omisión de algo que yo tenía que haber hecho. Si en cada momento debiéramos responder de lo que no hacemos precisamente en ese momento; si en cada instante debiéramos examinar las posibles alternativas de nuestros actos, y elegir las mejores, se nos estaría exigiendo entonces mucho más de la cuenta.
Determinar hasta dónde se extiende la responsabilidad de los actos correspondientes sería muy largo. La del médico, por ejemplo, es mucho más determinada que la del político, a quien se le debe exigir y permitir reflexionar sobre la amplísima y compleja red de posibles consecuencias. Pero su deber de procurar lo mejor se relaciona, ante todo, con aquel país preciso del que tiene una verdadera responsabilidad. Él no tiene que cuidar de otras tierras o pueblos, en el sentido de hacer lo mejor para ellas. Frente a ellas tiene un deber de justicia.
La pregunta continúa. ¿Existe una responsabilidad del hombre como tal, una responsabilidad propia de todo hombre? ¿Existen comportamientos que la lesionan? Kant formula así la exigencia que se dirige a toda persona: en ningún acto podemos usarnos o usar a los demás como puros medios. Se le ha objetado que necesitamos continuamente unos de otros como medios, si queremos lograr determinados fines. Toda la vida humana descansa ahí a fin de cuentas. Cosa que, como es natural, también sabía Kant. Lo que él quería decir es lo siguiente: podemos usar de los demás como medios, pero sólo parcialmente; nos aprovechamos de ciertas capacidades y prestaciones de los demás. Pero no se puede desconocer que los otros son, por su parte, un fin en sí mismos y que, en todo caso, tienen el derecho de exigir los servicios de los demás. No se les niega por tanto como personas. Se niega que sean un fin en sí mismos cuando, por ejemplo, se les esclaviza o se les tortura, o se les mata siendo inocentes, o se abusa sexualmente de ellos. Kant pensaba que también cuando se les miente, pero no discutiremos ahora este punto.
Es importante el hecho de que se dé una asimetría entre los comportamientos buenos y malos. No hay modos de proceder que sean siempre y en cualquier lugar buenos. Que una acción sea buena depende siempre de un conjunto de circunstancias. A no ser que entendamos por bueno sencillamente la omisión de una acción mala. Se dan, por el contrario, modos de proceder que, al margen de cualquier circunstancia, son siempre y en todas partes malos, porque con ellos se le niega inmediatamente al hombre su carácter de persona y de fin en sí mismo. En tales actos cesa el cálculo de consecuencias; esto quiere decir que no nos cabe responsabilidad alguna en las consecuencias que se derivan de la omisión de una acción mala en sí misma. Quien se niega a fusilar a una joven judía, que le suplica por su vida, no tiene la responsabilidad de que su jefe fusile acto seguido a diez hombres, acción con la que le había previamente amenazado. Todos debemos morir a la postre, pero a nadie le es lícito matar.
La responsabilidad por la omisión de una acción que no nos es lícito realizar nos afecta lo mismo que la responsabilidad por aquello que no podemos realizar físicamente. Un buen hombre sería aquél cuya conciencia de que “no me es lícito hacer esto” se cambia en “no puedo (físicamente) hacerlo”. El antiguo legislador romano formuló esta misma idea con la lucidez que le caracteriza: “lo que va contra la piedad, contra el respeto debido al hombre, dicho brevemente, contra las buenas costumbres, debe ser considerado como imposible”.