Reflexiones utilitaristas (II)
Cuando en el nazismo se mandó a las juventudes de las SS matar a los niños judíos, pudo removerse la conciencia de muchos. Para hacerla callar se la degradó con teorías como aquélla de que la existencia de los judíos era, en su conjunto, dañina para la humanidad. Aceptemos que el hombre es tan necio, o que puede cegarse hasta no comprender la falta de sentido de esta teoría. Lo que en cualquier caso debería haber conservado era la sencilla idea de que no se pueden matar niños inocentes. Pero el utilitarismo no permite que tengan vigencia ideas tan sencillas; pone la conciencia bajo la tutela de ideólogos y tecnócratas.
(continuación)
Para que nadie piense que se trata de un ejemplo demasiado extremo como para tener sentido para nosotros, recuerdo un experimento * que hizo la radio bávara hace unos años. Se buscó al azar unas cuantas personas de la calle, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, y se les animó a participar en un experimento que debía ser de mucha importancia para el desarrollo de los métodos de aprendizaje. En el desarrollo de ese experimento, los colaboradores que se habían buscado debían enviar descargas eléctricas a una persona -objeto del experimento- que se encontraba encerrada en una habitación. Debían presionar un botón y enviar las descargas con intensidad creciente. Hay que decir que todo era simulado, que nadie recibía en realidad aquellos impulsos. Pero aquella gente lo creyó. ¡Ellos mismos eran las personas del experimento! Se quería ver hasta dónde llegaba su disposición a colaborar en una cosa así. Lo terrible fue que la disposición llegó demasiado lejos. Cuando la supuesta persona que sufría la prueba comenzó a gritar, cuando los supuestos impulsos alcanzaron casi un límite mortal, algunos no quisieron continuar; pero se les explicó que entonces todo aquel costoso proyecto se vendría abajo; del éxito del experimento, por el contrario, se esperaba una importante mejora en los métodos de aprendizaje de todos los hombres. La mayoría se dejó desarmar por este argumento utilitarista y actuaron como torturadores.
¿Qué se deriva de ahí? Que orientar nuestros actos según el conjunto de sus consecuencias los deja sin dirección, los entrega a cualquier experiencia y manipulación. Como esto no conduce con seguridad a un mundo mejor, el utilitarismo cae en una contradicción ya que pretende lograr el mejor mundo posible. Pero ese mundo no se consigue por el hecho de que cada uno se lo proponga como un objetivo. Incluso la orientación utilitarista de nuestras acciones resulta perjudicial desde su propio punto de vista.
Todavía hay que explicar un tercer argumento. No es sólo que los expertos puedan engañar fácilmente al utilitarista; es que resulta que el criminal puede también chantajearle con facilidad, creciendo así el peligro de extorsión. Naturalmente que en muchas ocasiones es correcto, también por consideraciones utilitaristas, oponerse a la extorsión; sin embargo, siempre es cosa de sopesar los males que están en juego, por si se debe ceder o no. Un particular está más dispuesto, y con razón, a ceder, que el político, ya que éste viene obligado a reflexiones de largo alcance. La actividad del político, más que la de los otros utilitaristas, debe seguir el punto de vista de la ética de la responsabilidad. El problema moral se plantea en toda su crudeza cuando el chantajista exige actuaciones criminales, como, por ejemplo, la muerte de un inocente o la entrega de un huésped bajo la amenaza de un mal mayor. El utilitarista debería aquí ceder, argumentando que es mejor que muera un hombre que no cien. ** Quien, por el contrario, participa de la idea de que la muerte de un inocente es siempre un crimen, no se someterá a esa lógica. Si se sabe que se está firme en esa idea, el extorsionador no lo intentará en absoluto; de manera que el utilitarismo es, en algunas circunstancias, contraproducente, es decir, da lugar a las consecuencias que pretendía evitar.
*Experimento de Milgram
** Philippa Foot plantea una cuestión de estas características en el 'dilema del tranvia'.
** Philippa Foot plantea una cuestión de estas características en el 'dilema del tranvia'.
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