Equilibrar impulsos contrapuestos
La experiencia de la realidad, al contrario, muy lejos de ser un impedimento para la realización de la vida, es más bien su contenido más genuino. El hecho de que nuestra conservación esté siempre en juego -incluso sabiendo del mortal desenlace final-, por curioso que resulte, pone sentido en nuestra vida.(continuación)
Hagamos otro experimento mental. Imaginemos que nos enteramos en este momento de que nunca moriremos. No pasaremos después de la muerte a un más elevado modo de vida, como nos enseña la fe cristiana; sino que siempre viviremos tal cual ahora somos, sin dolor y sin hacernos viejos. Quien tenga la suficiente fantasía para imaginar lo que esto significa, comprenderá enseguida que sería una catástrofe. Alguno quizá podría vivir a gusto hasta los doscientos años; pero al ser infinito, cada momento, cada alegría y cada encuentro humano caería poco a poco en la intrascendencia. Todo lo que ahora hacemos, podríamos hacerlo igualmente mañana o pasado mañana; todo daría completamente igual. Pero el momento presente tiene justamente valor porque nunca volverá. En una vida sin fin nada sería valioso.
Tenemos así una situación paradójica: sin la preocupación por una vida amenazada por el final no cabe una existencia plena. Ni la autoconservación ni el placer son el verdadero sentido de la vida, ya que, de una parte, deberíamos desear vivir eternamente, y de otra, esa vida no sería valiosa. Por lo demás, ni la conservación ni el placer los queremos a cualquier precio. Uno puede sacrificar su vida por otro, y puede, como dice Brecht, "tener más miedo a su mala vida que a la muerte". En la historia, junto a las morales hedonistas -y como reacción frente a ellas- hay morales de la autoconservación, sistemas normativos que subordinan todo a ese punto de vista, se trate de la conservación del individuo o de un sistema social.
Puesto que este punto de vista no considera qué es lo que debe ser mantenido, y sacrifica la cuestión que se pregunta por una vida valiosa en favor de la que plantea las condiciones para su conservación, no encontramos en tales morales el significado pleno de la palabra bueno. No se pueden separar el punto de vista de la conservación de la vida y el de la vida en plenitud; lo cual vale también para el mundo de la política. La sociedad que elabora los derechos de la libertad y la ilimitada satisfacción subjetiva de los ciudadanos, sin considerar las condiciones de su conservación y seguridad, probablemente dará pronto al traste con la libertad y el bienestar; y al revés: allí donde la seguridad de un sistema de libertades se perfecciona tanto que todo se subordina a la conservación, se sacrifica lo que debe ser mantenido y lo que el sistema hace digno de conservarse. Se trata aquí, por así decirlo, de las variantes, derecha e izquierda, de la posibilidad de destruir una vida buena.
Por lo demás, cualquier sistema se mantiene merced tan sólo a determinados cambios y trabajos de acomodación al ambiente. Si el sistema es poco dúctil, fracasa. Si la acomodación y el cambio van demasiado lejos, pierde su identidad y se va a pique igualmente. El endurecimiento del instinto de conservación, bien por medio de un continuismo rígido, bien por un excesivo acomodo, impide una vida lograda.
Se da una dialéctica entre conservación y realización. Que uno se incline más por una o por otra es una cuestión de carácter. A ambas posturas las caracteriza el miedo a desaprovechar algo y el miedo a perderlo. La izquierda y derecha políticas enlazan tipológicamente, como se ha dicho, ambos temores y tendencias, el principio del placer y el de la realidad, el de realización y el de conservación.
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