Jerarquía, proporcionalidad y constancia
(continuación)
La pasión nos descubre valores, pero no su jerarquía. Esa es la razón que aconseja no obrar a impulsos de la ira. La ira puede estar justificada y ser necesaria para sacarnos de la apatía ante una injusticia. Pero la ira no nos enseña qué hay que hacer. Nos seduce para una nueva injusticia, ya que no nos hace ver a la vez las proporciones.
La actuación humana es siempre compleja y tiene casi siempre múltiples consecuencias. Lo mismo se puede decir de la compasión: nos hace ver el sufrimiento ajeno, pero no nos enseña lo que hay que hacer; así, por compasión, se puede hacer algo enteramente irracional, algo que en realidad no hace bien al que sufre.
A esto se añade algo más: la pasión viene y va. Pero permanecen las cualidades de los valores que se nos revelan gracias al sentimiento, a menudo pasional, de los valores. Quien sólo puede actuar por pasión no hará justicia a la realidad. La ira desaparece, pero quizá es necesario aún pelear durante años contra una determinada injusticia; también, por lo tanto, cuando la ira que me mantenía atento hace ya tiempo que se ha transformado en una honda y tranquila convicción. Aquél cuya disposición a ayudar a los hombres en sus necesidades está ligada con el actual sentimiento de compasión, abandonará en breve esa disposición: los medios de comunicación nos abruman con imágenes de la miseria, de modo que, las más de las veces, la capacidad de compasión se atrofia rápidamente en nosotros. Importa pues que la conciencia de la necesidad de ayudar a los demás sobreviva al arrebato pasional de la compasión.
Algo similar vale para el amor. La misma pasión que motiva el crimen por amor, puede motivar también el rápido final del amor. Después de que Enrique VIII diese muerte a su mujer por amor a Ana Bolena, asesinó a ésta por amor a otra mujer. La relación entre amor y fidelidad descansa en que lo que, al comienzo, era tan sólo una pasión, capta poco a poco lo profundo de la persona y compromete su libertad en lugar de darle alas. La relación pierde el carácter de fortuna casual y los enamorados no están ya abocados a esperar si su amor les abandonará o se reforzará. Saben que esto no ocurrirá porque no lo desean y porque el amor se ha apoderado de su libre querer, o bien porque su libre querer ha captado el amor. La pasión nos pone tan sólo en una primera relación con el valor, pero no por eso crea ya la adecuada respuesta a ese valor.