domingo, 26 de agosto de 2018

Gestionar la pasión

Sexto y último fragmento del capítulo III: Formación o el propio interés y el sentido de los valores del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Jerarquía, proporcionalidad y constancia


El hombre no es un animal; puede cegarse artificialmente; puede actuar como si no viese. Pero tiene la responsabilidad de su ceguera.



(continuación)



La pasión nos descubre valores, pero no su jerarquía. Esa es la razón que aconseja no obrar a impulsos de la ira. La ira puede estar justificada y ser necesaria para sacarnos de la apatía ante una injusticia. Pero la ira no nos enseña qué hay que hacer. Nos seduce para una nueva injusticia, ya que no nos hace ver a la vez las proporciones.

La actuación humana es siempre compleja y tiene casi siempre múltiples consecuencias. Lo mismo se puede decir de la compasión: nos hace ver el sufrimiento ajeno, pero no nos enseña lo que hay que hacer; así, por compasión, se puede hacer algo enteramente irracional, algo que en realidad no hace bien al que sufre. 

A esto se añade algo más: la pasión viene y va. Pero permanecen las cualidades de los valores que se nos revelan gracias al sentimiento, a menudo pasional, de los valores. Quien sólo puede actuar por pasión no hará justicia a la realidad. La ira desaparece, pero quizá es necesario aún pelear durante años contra una determinada injusticia; también, por lo tanto, cuando la ira que me mantenía atento hace ya tiempo que se ha transformado en una honda y tranquila convicción. Aquél cuya disposición a ayudar a los hombres en sus necesidades está ligada con el actual sentimiento de compasión, abandonará en breve esa disposición: los medios de comunicación nos abruman con imágenes de la miseria, de modo que, las más de las veces, la capacidad de compasión se atrofia rápidamente en nosotros. Importa pues que la conciencia de la necesidad de ayudar a los demás sobreviva al arrebato pasional de la compasión.

Algo similar vale para el amor. La misma pasión que motiva el crimen por amor, puede motivar también el rápido final del amor. Después de que Enrique VIII diese muerte a su mujer por amor a Ana Bolena, asesinó a ésta por amor a otra mujer. La relación entre amor y fidelidad descansa en que lo que, al comienzo, era tan sólo una pasión, capta poco a poco lo profundo de la persona y compromete su libertad en lugar de darle alas. La relación pierde el carácter de fortuna casual y los enamorados no están ya abocados a esperar si su amor les abandonará o se reforzará. Saben que esto no ocurrirá porque no lo desean y porque el amor se ha apoderado de su libre querer, o bien porque su libre querer ha captado el amor. La pasión nos pone tan sólo en una primera relación con el valor, pero no por eso crea ya la adecuada respuesta a ese valor.

jueves, 23 de agosto de 2018

Desfiguración de los valores

Quinto fragmento del capítulo III: Formación o el propio interés y el sentido de los valores del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


Dos sentimientos contrapuestos: apatía y pasión


El carácter apremiante de los valores está casi siempre en razón inversa a su altura, porque precisamente los más altos, los que producen más gozo, requieren una cierta disciplina para ser captados. Requieren una atención más profunda, y la atención es actividad; y todo lo que está ligado con una actividad causa mayor y más profundo gozo.

(continuación)

Hay dos propiedades o características que son obstáculos para los valores y que, a primera vista, parecen opuestos. Una es la apatía; la otra la ceguera de la pasión

Un ejemplo de ceguera para los valores por motivo de apatía nos lo cuenta el Antiguo Testamento en la Historia de Esaú que vendió a Jacob la primogenitura por un plato de lentejas. Estimulado por su madre, Jacob es bastante inteligente para, en el momento justo, aprovecharse de la apatía del hambriento Esaú y su preferencia por el plato de lentejas; y sólo mucho después descubre Esaú que ha sido burlado. De momento el plato de lentejas le parecía como algo concreto y codiciable, y la primogenitura como algo abstracto y de poco valor. El apático no capta en su verdad la jerarquía de valores

Por otra parte, tampoco el cegado por la pasión capta esa jerarquía. También aquí tenemos un ejemplo bíblico. El rey David -con seguridad un hombre poco apático- es arrastrado por su pasión por Betsabé hasta el punto de enviar a su marido a un puesto de batalla donde perecerá con seguridad. El amor a Betsabé le hace ciego a la bajeza que supone comportarse así. En cierto modo la pasión le hace ver, le abre los ojos para una cualidad valiosa, aquí por ejemplo, la belleza de esa mujer. Una vida desapasionada no es, por tanto, una vida buena. 

Quien no puede airarse ante una injusticia está falto de algo esencial. La pasión nos manifiesta un valor o desvalor. Pero a la vez nos desfigura las proporciones en que deben ser contemplados. Así, quien actúa por pasión, no actúa movido por los valores, sino por su egoísmo. Se afinca en su perspectiva de las cosas, en vez de ponerse en el lugar de las cosas.

Dice así una canción: "¿Puede ser pecado el amor?" Naturalmente que no; el amor que puede descubrimos el valor de una persona, su belleza, es algo que nos sobreviene. Pero la belleza de Betsabé era conocida también por su marido; y el motivo, por tanto, por el que David debía obtenerla, el motivo por el que fue asesinado Urías, no fue la belleza de Betsabé, sino el hecho de que al rey le pareció que era él quien debía poseerla. Y poseerla era más importante que el que Urías siguiera viviendo. Pero eso no se sigue de ninguna manera de la belleza de Betsabé; y no sirve como disculpa invocar en este caso la pasión, invocar que se ha sido irresponsable en un determinado caso, es decir, ciego para otros datos del asunto. Porque esta ceguera no es legítima. El hombre no es un animal; puede cegarse artificialmente; puede actuar como si no viese. Pero tiene la responsabilidad de su ceguera; también ante los tribunales, como se sabe. 


domingo, 19 de agosto de 2018

Criterios de valor

Cuarto fragmento del capítulo III: Formación o el propio interés y el sentido de los valores del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales

Esfuerzo ligado al gozo

Quien está dispuesto a aceptar esa manera de entender el valor que se opone a su inmediata satisfacción, es capaz de lo que se llama una acción valiosa. La capacidad de conocer valores crece si uno está dispuesto a someterse a ellos, y disminuye cuando no se da esa disposición. Ese conocimiento de los valores no se alcanza ante todo por el discurso, o la enseñanza, sino por la experiencia y la práctica.

(continuación)

En la literatura científica de hoy existe la tendencia a orillar las cuestiones de valor y a poner en el mismo nivel "El rey Lear" de Shakespeare y una novela de veinte duros (0,6€). Esto puede justificarse cuando en ambos textos se juzga sobre cuestiones completamente determinadas, especializadas, formales, por ejemplo, cuestiones lingüísticas, de estructura gramatical, o de frecuencia estadística de algunos vocablos. Ahí no hay diferencias, tanto si responde un hombre culto como uno que no lo es. Pero si se trata de criterios de elección de textos para la escuela, o para la propia lectura, entonces sí que viene bien un criterio de valor. 

Al fin y al cabo no está la lectura al servicio de la ciencia, sino ésta al servicio de aquélla. Los poetas y escritores no escriben para la ciencia sino para los lectores. Se equivoca quien afirme que no hay criterios para establecer un ranking de cualidades. Existe un criterio muy preciso que es la intensidad del gozo que se experimenta, por ejemplo, con la lectura de determinados libros. Puede suceder que uno no goce leyendo a Shakespeare, y sí lo haga leyendo novelas policíacas. Éste naturalmente no puede dialogar; y mucho menos el que no ha leído con gusto ni siquiera una novela policíaca. Pero quien haya gozado leyendo tanto una novela policíaca como a Shakespeare, tiene la experiencia de que su gozo posee una mayor intensidad, hondura, duración y reiterabilidad que el otro, aunque sea a la vez más exigente, menos apremiante y no se le pueda captar o invocar en cada momento. 

El carácter apremiante de los valores está casi siempre en razón inversa a su altura, porque precisamente los más altos, los que producen más gozo, requieren una cierta disciplina para ser captados. Requieren una atención más profunda, y la atención es actividad; y todo lo que está ligado con una actividad causa mayor y más profundo gozo. Así, ver la televisión supone una actividad mínima. Investigaciones estadísticas llevadas a cabo muy inteligentemente han deducido de ahí que las personas que ven mucha televisión causan una impresión más triste -en sus manifestaciones comunes de sensibilidad vital- que quienes son proclives más bien a leer un libro.

jueves, 16 de agosto de 2018

Confrontación de intereses

Tercer fragmento del capítulo III: Formación o el propio interés y el sentido de los valores del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales

Jerarquía de valores

La formación del sentido de los valores, del sentido de su jerarquía, de la capacidad para distinguir lo más importante de lo menos, es una condición para el éxito de la vida individual y para la comunicación con los demás.

(continuación)

La vida individual se compone de una serie de estados que se suceden en el tiempo. Si la vida debe tener éxito, no pueden esos estados ser como trozos separados, como sucede en los esquizofrénicos. Ser feliz significa armonía y amistad consigo mismo; y esto supone que debo continuamente poder querer. Yo debo poder comenzar hoy algo sabiendo que mañana, si nada lo impide, lo proseguiré; y debe resultarme hoy plausible lo que ayer encontraba bueno.

Cuando nuestros estados y comportamientos son sólo función de estímulos casuales y externos, y de los humores interiores; y cuando no se fundan en el conocimiento de un orden objetivo, entonces falta la base para conseguir la unidad y el acuerdo con nosotros mismos. Pero en ese caso tampoco habrá armonía con los demás. Cuando los intereses subjetivos se establecen de manera totalmente egoísta y sólo sobre la naturaleza de los correspondientes individuos, entonces no pueden producir la armonía con los demás. Si cada uno se ocupa de sus gustos, y no existe una medida común que sitúe los intereses en una jerarquía, en un orden según su rango y urgencia, entonces no se puede superar la contraposición de interesesTampoco podrán superarla el discurso, las conversaciones, las discusiones, a pesar de ser una idea tan extendida. Los interlocutores serán incapaces de ordenar y relativizar sus intereses según un punto de vista objetivo. Siempre estarían diciendo tan sólo, como los niños pequeños: "yo quiero esto".

Ahora bien, día a día tienen lugar en la realidad innumerables acuerdos gracias a que los interlocutores disponen de ciertos conocimientos o ideas comunes sobre el rango y peso de los intereses que están en discusión, y merced a que no plantean tan sólo la cuestión "de quién" son los intereses en juego, sino también la cuestión "qué interesa". Si por ejemplo colisionan los derechos de fumadores y no fumadores que están en una misma habitación, y el conflicto se resuelve a favor de los no fumadores, eso no ocurre porque éstos sean mejores personas -cosa que con todo derecho discutirían los fumadores-, sino porque el valor que invocan los no fumadores tiene preferencia sobre el placer de fumar, y el fumador se somete incluso a este juicio, aun cuando le desagrade, por la sencilla razón de que comprende que es así.

Quien está dispuesto a aceptar esa manera de entender el valor que se opone a su inmediata satisfacción, es capaz de lo que se llama una acción valiosa. La capacidad de conocer valores crece si uno está dispuesto a someterse a ellos, y disminuye cuando no se da esa disposición. Ese conocimiento de los valores no se alcanza ante todo por el discurso, o la enseñanza, sino por la experiencia y la práctica. Quien recorre por primera vez una exposición de arte moderno quizás haga rápidamente un juicio global. Descubrirá verdaderas diferencias de calidad si es que ha aprendido el lenguaje de ese arte, es decir, si ha visto muchos ejemplos. Es cierto que también entre las personas formadas en ese sentido existen disputas sobre las cuestiones de rango, pero esa discusión es menos fundamental.

miércoles, 8 de agosto de 2018

El objetivo de la formación

Segundo fragmento del capítulo III: Formación o el propio interés y el sentido de los valores del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales

Crear intereses objetivos


La alegría es lo máximo que se puede sacar de una cosa. Ahora bien, no es por casualidad por lo que decimos que nos alegramos con algo o de algo. Las sensaciones placenteras las causa algo; la alegría tiene, en cambio, un objeto, un contenido; y así, estrictamente, existen tantos tipos de alegría como contenidos de esa alegría se den.



(continuación)


Llamamos valores a los objetos o contenido de los sentimientos apuntados. El contenido valioso de la realidad se nos patentiza en los actos de alegría y tristeza, veneración y respeto, amor y odio, temor y esperanza. La paradoja reside en que, quien convierte el placer y el bienestar subjetivo en el tema de su vida y en el fin de su actividad, no experimentará en absoluto aquel bienestar más profundo que llamamos gozo. Lo experimentará en cambio aquel a quien se le manifieste en toda su riqueza el contenido valioso de la realidad, y esté en disposición de prescindir de sí para poder, como decimos, gozar de algo y con algo

Tales contenidos valiosos no nos resultan todos accesibles a la vez y desde el principio. Se nos manifiestan paulatinamente y en la medida tan sólo en que uno aprende a objetivar sus intereses. Hay que aprender a escuchar y entender la buena música para poder gozar con ella; a leer atentamente un texto, a comprender a los hombres, a diferenciar, incluso, los buenos vinos. También el placer que experimenta el experto en vinos -y del que el no experto no puede hacerse una idea- supone un proceso de formación del gusto. 

Formación llamamos al proceso de sacar al hombre de su encierro en sí mismo, típicamente animal; a la objetivación y diferenciación de sus intereses, y, con ello, al aumento de su capacidad de dolor y de gozo. Hoy se escucha con frecuencia que la educación tiene como tarea el que los jóvenes aprendan a defender sus intereses. Pero hay una tarea más fundamental: la de enseñar a los hombres a tener intereses, a interesarse por algo; pues quien ha aprendido a defender sus intereses, pero en realidad no se interesa nada más que por él, no puede ser ya más feliz. Por eso la formación, la creación de intereses objetivos, el conocimiento de los valores de la realidad, es un elemento esencial para una vida lograda.

La captación de los valores tiene la particularidad de que no es posible captar aisladamente cada uno de ellos, sino tan sólo en los actos de preferir o preterir. Existe pues algo así como una jerarquía objetiva que se revela a quien comprende de alguna manera determinados valores. Si uno no tiene relación con Bach o Telemann puede pensar que es cosa de capricho el valorar más o menos a uno de los dos compositores. Quien los conozca no puede pensar eso de ningún modo. Tendrá a Bach por mejor, aunque incluso él, personalmente, prefiera a Telemann. 

Frase de Los intereses creados
pronunciada por el personaje Crispín
Acto II, Cuadro tercero, Escena IX
Especial importancia tiene esa jerarquía cuando se trata de valores de distinta clase. Nadie puede apreciar de algún modo el valor que encierra el perseverar en algo justo, y encontrar como igualmente valioso el valor, sin duda alguna real, que supone la capacidad de placer; sería una contradicción. El intrépido es aquel que prefiere perseverar en lo justo antes que un tranquilo placer. Si el placer que produce algo justo resultara igualmente valioso, entonces el valor sería, sencillamente, algo irracional; la valentía no tendría valor alguno. O no se le reconoce valor alguno o se le debe reconocer más valor que al placer. O no se pueden captar los valores más altos o se capta a la vez su más alto valor. La formación del sentido de los valores, del sentido de su jerarquía, de la capacidad para distinguir lo más importante de lo menos, es una condición para el éxito de la vida individual y para la comunicación con los demás.

sábado, 4 de agosto de 2018

Persiguiendo la alegría

Primer fragmento del capítulo III: Formación o el propio interés y el sentido de los valores del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales

Lo placentero no llena

¿Qué es lo que de verdad y en el fondo queremos?, ésta era la pregunta de que tratábamos en el capítulo anterior * y merced a la cual entroncamos con el planteamiento de la cuestión en la tradición filosófica clásica.

Hemos discutido la respuesta que se insinúa cuando el mundo de las normas éticas pierde por primera vez su inmediata y evidente validez: la respuesta del hedonismo que afirma que lo que propiamente y en el fondo deseamos es el placer, el bienestar. Hemos reconocido los límites de esa respuesta y hemos visto que, en general, queremos todavía algo más, precisamente esto: mantenernos en el ser.

El principio del placer encuentra su límite en el de realidad, como afirma Freud; pero hemos visto que tampoco da en el blanco lo que enseña Freud sobre el hombre como un hedonista frustrado que debe amoldarse, lo quiera o no, a la realidad, si quiere sobrevivir. Lo que deseamos es justamente realidad; y salvo que estemos enfermos o seamos toxicómanos, no deseamos ninguna euforia ilusoria, sino una felicidad que se apoye en la realidad.

Damos un paso más en nuestras reflexiones sobre lo que hace buena una vida. La verdad es que tanto el principio de placer como el de realidad son dos abstracciones que, ni aisladamente ni en su mutua relación, describen adecuadamente en qué consiste nuestro último fin

En un diálogo platónico, Sócrates responde así a su interlocutor, que sostiene que el placer es el único fin apetecible: es de suponer entonces que será intensamente feliz aquel que siempre tiene sarna y puede rascarse de continuo. El interlocutor se enfada con esta grosería: al fin y al cabo existen otras especies de placer más altas que las de rascarse. ¿Qué diferencia entonces las más altas especies de placer de las más bajas? 

Ya el mismo uso lingüístico las diferencia. Así hablamos generalmente de alegría y no de placer. Resulta curioso que a pesar de los estados corporales placenteros, podemos encontramos al mismo tiempo en una situación depresiva, y que, al revés, podemos vivir intensamente alegres teniendo a la vez dolores físicos, supuesto que el dolor no sea tal que absorba toda nuestra atención.

En un caso problemático nadie duda tampoco qué clase de bienestar es más importante, pues el depresivo no saca provecho del placer obtenido, mientras que quien se alegra, se alegra sin que tenga sentido preguntarse qué provecho saca de la alegría. De la alegría no se saca nada; sacar provecho de algo significa justamente alegrarse de algo. La alegría es lo máximo que se puede sacar de una cosa. Ahora bien, no es por casualidad por lo que decimos que nos alegramos con algo o de algo. Las sensaciones placenteras las causa algo; la alegría tiene, en cambio, un objeto, un contenido; y así, estrictamente, existen tantos tipos de alegría como contenidos de esa alegría se den. El gozo que producen los Rolling Stones es distinto del que producen los Beatles; es distinto el que produce la sonata para piano forte de Beethoven del que produce la sonata "Waldstein"; la presencia de un amigo determinado o la de otro; etc.

*Desarrollado en las entradas precedentes publicadas entre el 14 de junio y el 4 de julio.