Jerarquía de valores
La formación del sentido de los valores, del sentido de su jerarquía, de la capacidad para distinguir lo más importante de lo menos, es una condición para el éxito de la vida individual y para la comunicación con los demás.(continuación)
La vida individual se compone de una serie de estados que se suceden en el tiempo. Si la vida debe tener éxito, no pueden esos estados ser como trozos separados, como sucede en los esquizofrénicos. Ser feliz significa armonía y amistad consigo mismo; y esto supone que debo continuamente poder querer. Yo debo poder comenzar hoy algo sabiendo que mañana, si nada lo impide, lo proseguiré; y debe resultarme hoy plausible lo que ayer encontraba bueno.
Cuando nuestros estados y comportamientos son sólo función de estímulos casuales y externos, y de los humores interiores; y cuando no se fundan en el conocimiento de un orden objetivo, entonces falta la base para conseguir la unidad y el acuerdo con nosotros mismos. Pero en ese caso tampoco habrá armonía con los demás. Cuando los intereses subjetivos se establecen de manera totalmente egoísta y sólo sobre la naturaleza de los correspondientes individuos, entonces no pueden producir la armonía con los demás. Si cada uno se ocupa de sus gustos, y no existe una medida común que sitúe los intereses en una jerarquía, en un orden según su rango y urgencia, entonces no se puede superar la contraposición de intereses. Tampoco podrán superarla el discurso, las conversaciones, las discusiones, a pesar de ser una idea tan extendida. Los interlocutores serán incapaces de ordenar y relativizar sus intereses según un punto de vista objetivo. Siempre estarían diciendo tan sólo, como los niños pequeños: "yo quiero esto".
Ahora bien, día a día tienen lugar en la realidad innumerables acuerdos gracias a que los interlocutores disponen de ciertos conocimientos o ideas comunes sobre el rango y peso de los intereses que están en discusión, y merced a que no plantean tan sólo la cuestión "de quién" son los intereses en juego, sino también la cuestión "qué interesa". Si por ejemplo colisionan los derechos de fumadores y no fumadores que están en una misma habitación, y el conflicto se resuelve a favor de los no fumadores, eso no ocurre porque éstos sean mejores personas -cosa que con todo derecho discutirían los fumadores-, sino porque el valor que invocan los no fumadores tiene preferencia sobre el placer de fumar, y el fumador se somete incluso a este juicio, aun cuando le desagrade, por la sencilla razón de que comprende que es así.
Quien está dispuesto a aceptar esa manera de entender el valor que se opone a su inmediata satisfacción, es capaz de lo que se llama una acción valiosa. La capacidad de conocer valores crece si uno está dispuesto a someterse a ellos, y disminuye cuando no se da esa disposición. Ese conocimiento de los valores no se alcanza ante todo por el discurso, o la enseñanza, sino por la experiencia y la práctica. Quien recorre por primera vez una exposición de arte moderno quizás haga rápidamente un juicio global. Descubrirá verdaderas diferencias de calidad si es que ha aprendido el lenguaje de ese arte, es decir, si ha visto muchos ejemplos. Es cierto que también entre las personas formadas en ese sentido existen disputas sobre las cuestiones de rango, pero esa discusión es menos fundamental.
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