Esfuerzo ligado al gozo
Quien está dispuesto a aceptar esa manera de entender el valor que se opone a su inmediata satisfacción, es capaz de lo que se llama una acción valiosa. La capacidad de conocer valores crece si uno está dispuesto a someterse a ellos, y disminuye cuando no se da esa disposición. Ese conocimiento de los valores no se alcanza ante todo por el discurso, o la enseñanza, sino por la experiencia y la práctica.(continuación)
En la literatura científica de hoy existe la tendencia a orillar las cuestiones de valor y a poner en el mismo nivel "El rey Lear" de Shakespeare y una novela de veinte duros (0,6€). Esto puede justificarse cuando en ambos textos se juzga sobre cuestiones completamente determinadas, especializadas, formales, por ejemplo, cuestiones lingüísticas, de estructura gramatical, o de frecuencia estadística de algunos vocablos. Ahí no hay diferencias, tanto si responde un hombre culto como uno que no lo es. Pero si se trata de criterios de elección de textos para la escuela, o para la propia lectura, entonces sí que viene bien un criterio de valor.
Al fin y al cabo no está la lectura al servicio de la ciencia, sino ésta al servicio de aquélla. Los poetas y escritores no escriben para la ciencia sino para los lectores. Se equivoca quien afirme que no hay criterios para establecer un ranking de cualidades. Existe un criterio muy preciso que es la intensidad del gozo que se experimenta, por ejemplo, con la lectura de determinados libros. Puede suceder que uno no goce leyendo a Shakespeare, y sí lo haga leyendo novelas policíacas. Éste naturalmente no puede dialogar; y mucho menos el que no ha leído con gusto ni siquiera una novela policíaca. Pero quien haya gozado leyendo tanto una novela policíaca como a Shakespeare, tiene la experiencia de que su gozo posee una mayor intensidad, hondura, duración y reiterabilidad que el otro, aunque sea a la vez más exigente, menos apremiante y no se le pueda captar o invocar en cada momento.
El carácter apremiante de los valores está casi siempre en razón inversa a su altura, porque precisamente los más altos, los que producen más gozo, requieren una cierta disciplina para ser captados. Requieren una atención más profunda, y la atención es actividad; y todo lo que está ligado con una actividad causa mayor y más profundo gozo. Así, ver la televisión supone una actividad mínima. Investigaciones estadísticas llevadas a cabo muy inteligentemente han deducido de ahí que las personas que ven mucha televisión causan una impresión más triste -en sus manifestaciones comunes de sensibilidad vital- que quienes son proclives más bien a leer un libro.
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