miércoles, 19 de junio de 2019

La realidad y el sentido

Tercer fragmento del capítulo VIII: Serenidad o actitud ante lo que no podemos cambiar, último del libro de Robert SpaemannÉtica: cuestiones fundamentales


De la cerrazón al sinsentido


No sabemos lo que a la larga se sigue de nuestras acciones. Podemos esperar que los que vienen detrás de nosotros acepten y prosigan de alguna manera nuestras intenciones. Nosotros mismos somos para ellos destino, lo mismo que ellos para nosotros. Y no tenemos en la mano este destino.


continuación


Por eso, actuar significa siempre desasirse de sí, despreocuparse de sí y de las propias intenciones. En esa medida, la actividad finita es, a la vez, una ejercitación de la muerte. En realidad no existe una frontera clara entre actuar y sufrir. Aquél incluye inmediatamente éste. Si es verdad, y, con todo, debemos seguir aceptando que la vida de cada hombre es un todo de sentido, es sólo porque lo contrario también es verdad, es decir, porque el mismo sufrimiento es también una forma de acción, o nuestra actividad es absorbida y neutralizada por la exterioridad del destino como las ondas concéntricas que produce una piedra en un gran lago, o nos situamos en una consciente y expresa relación con lo que sucede y lo incorporamos así al sentido de nuestra vida

¿Cómo sucede esto? ¿En qué relación podemos situarnos con lo que sucede? En mi opinión, caben tres posibilidades. Las denomino: fanatismo, cinismo, y serenidad

El fanático es aquel que está afincado en la idea de que no existe más sentido que el que nosotros damos y ponemos. Si conoce el hecho de que quien actúa se enfrenta a la hegemonía del destino, entonces se niega a aceptarlo. Quiere variar las condiciones ambientales o irse a pique. Michael Kohlhaas se convierte en un fanático. No está dispuesto a aceptar su impotencia ante la injusticia que sufre, y pone fuego al mundo para que el derecho vuelva a ser implantado. Fanático es el revolucionario que no reconoce límites morales a su proceder, porque parte de la idea de que sólo gracias a éste adquiere sentido el mundo; el punto de vista moral parte en cambio de que el sentido está ya ahí, precisamente en la existencia de cada hombre, y de que, si no fuera así, serían vanos todos los esfuerzos de hacer algo con sentido. El fanático es aquel que exclama con Hitler: si fracasamos, la historia mundial ha perdido su sentido. 

Lo contrario del fanático es el cínico, aunque de un parecido tan sorprendente que, en la práctica, se confunden. El cínico no adopta el partido del sentido contra la realidad, sino el de realidad contra el sentido; renuncia al sentido. Considera la acción bajo el aspecto del acontecer mecánico. Cree en el derecho del más fuerte. Cínicos serían los atenienses, que querían extorsionar a la pequeña isla de Melos para que fuese su aliada frente a Esparta. Amenazaron con matar a todos los hombres y reducir a esclavitud a las mujeres y niños. Los de Melos les hicieron ver la injusticia de ese modo de proceder, pero los atenienses contestaron: "¿qué significa aquí justicia? Justicia sólo existe entre los que tienen fuerzas semejantes. Vosotros sois débiles y nosotros fuertes; de ahí se sigue todo lo demás"

Francis Urquhart,
personaje principal de
The house of cards
-serie televisiva de la BBC-
representa un claro ejemplo
de cinismo en la actividad política
Este es un cinismo no edulcorado por ninguna ideología, pues la ideología es, al menos, un reconocimiento formal de normas morales tales como la justicia, aunque ésta se desvíe en dirección a los intereses particulares. Pero se puede discutir, sobre esa desviación; se la puede desenmascarar y criticar; a las ideologías se les puede coger la palabra. El cínico es inaferrable porque ha tomado de antemano el partido de la realidad falta de sentido. El fanático tiene, por así decir, espuma en la boca; el cínico, ironía. A menudo, después de algún tiempo, el fanático se convierte en cínico, justamente cuando ha experimentado el poder de la realidad que él combate. En el fondo, ambos están de acuerdo, desde el principio, en que la realidad que rodea nuestras acciones, que les sirve de presupuesto y en la que desembocan, no tiene sentido.

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