Analizar la coherencia
En la reflexión filosófica nos instruimos a nosotros mismos sobre nosotros mismos. Y en cuanto instruidos no somos ya los mismos. Así pues, la ética filosófica no deja tal cual es aquello sobre lo que reflexiona. Se implica.
continuación
La reflexión filosófica apunta, como decía, a la unidad, y lo hace en un triple sentido:
1. Intenta que nuestros propios sentimientos, experiencias y juicios morales, en un principio a menudo dispares, formen un conjunto coherente; intenta hacerlos mutuamente útiles para su comprensión.
2. Trata de poner en conexión los sentimientos, experiencias y juicios morales de diferentes hombres de distintas épocas y culturas para calibrarlos, relacionarlos y compararlos entre sí.
3. Trata de comprender los fenómenos que calificamos de morales, y que de una u otra manera tienen que ver con las palabras «bueno» y «malo», como algo que tiene su origen en un fundamento común, y trata de identificar dicho fundamento.
Desarrollo del punto 1
Las convicciones morales poseen al principio la forma de la inmediatez y la incondicionalidad, forma que no permite relativización alguna. No son negociables, sino que delimitan la frontera de lo negociable. Los juicios de la conciencia no están a libre disposición. No obstante, la filosofía hace de esas convicciones objeto de diálogo. Este diálogo no tiene la finalidad de hacer que alguien asuma compromisos en relación a sus convicciones morales.
Los compromisos pueden ser una exigencia moral. A menudo lo son. La incondicionalidad en el lugar equivocado es incluso inmoral, y además desastrosa. «La actividad incondicionada, sea del tipo que sea, al final hace quiebra» (Goethe). Pero la regla a cuya luz han de medirse todas nuestras acciones, lo moralmente obligatorio, no puede por su parte ser también objeto de compromisos; en tal caso no existiría ninguna diferencia entre compromisos buenos y malos.
El discurso filosófico trata de comprender el fundamento de esa incondicionalidad propia de lo moral. Ciertamente este intento da lugar a controversias, pues «Toda palabra pronunciada suscita su contraria» (Goethe). Pero estas controversias no se refieren a la existencia del fenómeno moral, que es un hecho, sino a su correcta interpretación.
En el desarrollo de este discurso reflexivo la incondicionalidad propia de lo moral no está en discusión, lo que lo está es el contenido de convicciones morales concretas. Pues en uno de tales diálogos con uno mismo o con otros, cuyo objetivo es la unidad, puede mostrarse que unos juicios sobre la cualidad moral de determinadas acciones son incompatibles con otros juicios; puede mostrase que determinados sentimientos no soportan nuestros juicios o que determinados juicios no soportan nuestros sentimientos. Eso es por tanto un motivo para «ir al fondo del asunto», es decir, para preguntarnos por la regla de nuestras convicciones morales, y a partir de ese fundamento resolver en lo posible el conflicto para, como decían los griegos, «hacernos amigos de nosotros mismos».
En este proceso se encuadra también lo que se denomina «crítica de la ideología»; esto es, el descubrimiento del hecho de que determinados juicios morales no se apoyan en absoluto en la regla a la que decimos ajustarnos, de que nos engañamos a nosotros mismos y a los demás cuando presentamos lo que a nosotros nos gustaría de tal manera que parezca consecuencia de una valoración moral imparcial, una exigencia de la justicia por ejemplo. El discurso filosófico es idóneo para descubrir tales engaños y autoengaños.
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