Undécimo fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado Daseinsrelativität der Werte publicado en Henkmann, W., Leonardy, H. (eds.): Person und Wert. Schelers «Formalismus» - Perspektiven und Wirkungen, Freiburg, 2000, pp. 29-46; cuya reproducción traducida está extraída del libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título La relatividad existencial de los valores
Guía para la acción
...las cosas en sí no son para Scheler una pura incógnita que escapa a cualquier otra determinación del pensamiento, sino «fuerzas». El mundo verdadero no es un mundo de formas, sino de fuerzas. Éstas son las que influyen de una manera real y las que producen tanto las imágenes corpóreas como su conexión causal según leyes formales.
continuación del Epígrafe II
No voy a entrar aquí más a fondo en esta metafísica de las fuerzas de Scheler, la cual, naturalmente, se encuentra estrechamente ligada a su idea del «impulso» y la «pulsión» como realidad original. Permítaseme tan sólo una observación a este respecto. La interpretación de la realidad primaria, ya no existencialmente relativa, como fuerza, responde a que para Scheler la verdadera experiencia ontológicamente relevante, la experiencia del ser, es la experiencia de la resistencia. En ella la realidad nos sale al paso empíricamente como independiente de nosotros. No es un mero darse del ser-así, sino una forma de resistencia ciega que se opone a nuestro propio impulso, al despliegue de nuestra propia existencia. Considero que esta tesis es el error más profundo de este gran fenomenólogo.
Scheler tenía muy claro cuáles son los límites de la fenomenología. Él entendía que el objeto intencional de Husserl era absolutamente indiferente a una interpretación realista o idealista: en contra de la opinión del propio Husserl y de la de los fenomenólogos realistas, que creían que las «cosas mismas» de Husserl son por definición realidades. Pero con su interpretación de la experiencia de la realidad como experiencia de la resistencia Scheler trata aún de fijar un estado de cosas fenoménico como indicio de la realidad. El argumento más sencillo en contra de esto es que también podemos soñar la resistencia. Cuando nos despertamos comprobamos que no se trataba de una realidad independiente de nosotros. En la medida en que lo creíamos así, nos engañábamos. Pero de ninguna manera nos engañábamos en la experiencia de la resistencia. Pues esta experiencia la teníamos realmente en el sueño. El ser no es ningún fenómeno. Pero el ser tampoco es lo mismo que la resistencia irracional. Cualquier animal tiene experiencia de la resistencia. Pero ningún animal tiene experiencia del ser.
El ser, la realidad absolutamente independiente de nuestra subjetividad, presupone la trascendencia espontánea, el paso del mundo que nos rodea al mundo a secas en cuanto totalidad de lo distinto de nuestro yo. Esta trascendencia, lejos de ser experiencia de lo irracional, es el acto fundamental de la razón. Pero la realidad se comporta respecto de ese acto dirigido a ella no como los objetos intencionales respecto de los actos que los conciben. Pues lo pensado en ese acto es precisamente lo que está más allá de toda objetualidad intencional: pero esto no en el sentido de una resistencia irracional, sino en el sentido del reconocimiento de otros seres en sí mismos. Y con la conciencia de que yo mismo soy otro para los demás, más allá de toda objetualidad para ellos. Para Scheler, más allá de toda objetualidad posible sólo está el ser de la persona. Pero lo que a mi juicio no vio Scheler es que el ser de las personas no es un caso límite gnoseológico, sino el paradigma de todo conocimiento de la realidad independiente, autónoma. En cambio, el ser de la materia inerte es un caso límite gnoseológico, por cuanto que no podemos en absoluto decir qué significa aquí propiamente «autonomía» y si ese ser no es siempre existencialmente relativo y se agota en su ser entorno para lo vivo; a menos que ese ser sea también pensado, como en Whitehead, según el paradigma de lo vivo.
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