sábado, 3 de septiembre de 2022

Comprensión frente a dominio

Quinto fragmento de la conferencia de Robert Spaemann titulada Naturteleologie un Handlung, pronunciada en Hannover el 12 de noviembre de 1977 para inaugurar el III Congreso internacional sobre Leibniz . Publicada en Límites: Acerca de la dimensión ética del actuar, capítulo 3. El texto completo de la conferencia traducido por Urbano Ferrer en el enlace: https://revistas.unav.edu/index.php/anuario-filosofico/article/view/29974/25870

Del fragmento anterior

Nosotros preguntamos: ¿cómo debería estar constituida la situación normal para que pudiéramos comprender los movimientos por referencia a ella? El equivalente de la regularidad en los enunciados causales es la normalidad en los enunciados teleológicos.  Así por "salud" entendemos normalidad, también cuando decimos que la mayor parte de la gente está enferma. La normalidad no es un concepto estadístico. No porque a todo el mundo le duela algo es “normal” tener dolor.

Procesos orgánicos e inorgánicos


Este es el balance: el concepto de fines naturales se mueve en una zona fluida entre el concepto de un mero resultado de procesos no dirigidos que hay que enjuiciar desde fuera por su conformidad con un fin consistente en el mantenimiento del sistema, por un lado, y el concepto de un actuar consciente intencionado, por otro lado. Fines sólo podría haber —así dice el argumento antiteleológico en uso— para un actuar que los establezca
(1). Pero esto no es correcto. Más bien, al actuar le subyace una experiencia inmediata de teleología natural, a saber, la experiencia de la pulsión. Sólo podemos en general desplegar intenciones si ya encontramos de antemano en nosotros fines en forma de necesidades y pulsiones, ya sea la naturaleza o la sociedad quien los proporcione. A quien no se encuentra ya deseando y queriendo, no le puede resultar ni siquiera inteligible la representación de un fin.

Sin duda, podemos interpretar las necesidades y las pulsiones como epifenómenos* de una estructura sistémica que de esa manera experimenta un fortalecimiento. Pero con ello el problema no queda resuelto. La teoría de sistemas está tan lejos de disfrutar de una primacía metodológica sobre la teoría de la acción que, antes bien, sin recurrir a la teleología no es articulable en modo alguno. ¿Qué distingue, si no, a los procesos a través de los cuales un sistema se reproduce?, ¿qué distingue a la prosecución tenaz de fines frente a los procesos no direccionales? ¿Qué distingue al termostato de una ráfaga de viento? Sin duda, sólo la invariación de los respectivos estados finales. Pero invariación o identidad es un punto de vista que aplicamos a los resultados de los procesos, y sólo de este modo llegan a ser para nosotros un sistema. Somos nosotros quienes comparamos estados finales y constatamos su igualdad. Y sólo a través de nuestra calificación se convierten los estados de procesos circulares en "estados finales". Sólo en virtud de ello se convierte el sistema en sistema. Por esa razón es sistema para nosotros.

Si afirmamos que es también sistema
"en sí", lo denominamos viviente y lo interpretamos teleológicamente. Pero ¿qué quiere decir "en sí"? ¿Puede significar algo distinto que "para sí", es decir, consciente? ¿No va, por tanto, enlazada la teleología con el actuar consciente? Sí, pero como una condición natural de su posibilidad. El sujeto que actúa no es una mente que gobierna desde dentro a una máquina. Ni siquiera sabríamos cómo íbamos a hacerlo. No podríamos poner nuestro cuerpo en dirección de moverse, si la direccionalidad no lo definiera ya "por naturaleza", como cuerpo viviente. No hay un puro actuar en un mundo de objetos sin que unos y otros tengan como vehículo de mediación lo que llamamos "vida". Estamos tan lejos de poder reducir vida a objetividad que, antes bien, la objetividad sólo se constituye para nosotros en contextos teleológicos.

Para constatar una relación causal regular hemos de establecer un telos en el sentido de un estado final, por referencia al cual otro estado es destacado como causa (2). Tenemos que formar un segmento o fijar uno no arbitrario que, así, no existe "por naturaleza". El estado final ha de tener propiedades en común con otros estados. Lo orgánico se diferencia de lo inorgánico en que el estado final no es destacado por nosotros arbitrariamente, sino que lo presuponemos,  juntamente con la conexión entre los estados iniciales y finales, como algo "por naturaleza". Y esto significa teleología natural.

Pero no sólo mediante la fijación de estados finales es el actuar condición de la regularidad causal. Von Wright ha mostrado que un antecedente sólo se convierte en causa cuando pensamos un actuar que interviene en el proceso global y después suponemos que la modificación de A también iría seguida por una modificación de B
(3). Sin la idea de una acción que interviene de ese modo no podríamos pensar en modo alguno la idea de causa, es decir, no podríamos distinguirla de un antecedente regular cualquiera. Pues la mera secuencia regular de dos acontecimientos puede ser, en todo caso, también la consecuencia de que ambos siguen a un tercero, independientemente el uno del otro. ¡De lo contrario serían los gallos que cacarean los que harían salir el sol!

Si esto es así, ¿por qué dejamos fuera este contexto? ¿Cuál es el interés que nos guía en aquella objetivación que hace que nos olvidemos de la estructura fundamental teleológica? El interés es: dominar la naturaleza. El saber causal es un saber de dominio. ¿Cuál es el interés opuesto? El interés por poder entendernos a nosotros mismos simultáneamente como seres naturales y seres que actúan. Cuando el hombre se entiende a sí mismo desde de una naturaleza que él, a la inversa, no entiende por analogía con el hombre, se está convirtiendo a sí mismo, junto con la naturaleza, en el objeto de una manipulación carente de sujeto. Un ejemplo de lo cual tenemos ante nosotros en Skinner.

*EpifenómenoDel gr. ἐπιφαινόμενον epiphainómenon 'lo que aparece a continuación'. 1. m. Psicol. Fenómeno accesorio que acompaña al fenómeno principal y que no tiene influencia sobre él (RAE).

(1) Con toda claridad lo expone Nicolai Hartmann: Teleologisches Denken, Walter de Gruyter, Berlín, 1951, 64-76; también, Wolfgang Stegmüller, Probleme und Resultate der Wissenschaftsíheorie, vol. 1, Wissenschaftliche Erklárung und Begründung, Berlín, Heidelberg, Nueva York, 1969, 581-585.
(2) Thure von Uexküll, Der Mensch und die Natur, Munich, 1953, 165-168; también de este autor "Das Bedürfnis der Naturwissenschaft nach einer philosophischen Betrachtungsweise als Problem der Gegenwart", en Jakob Johann und Thure von Uexküll: Der Sinn des Lebens. Gedanken über die Aufgaben der Biologie, Stuttgart, 1977, 81-117.
(3) Georg Henrik von Wright: Erklären und Verstehen, Francfort, 1974, 67-82.

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