Podemos distinguir tres tipos de complejidad en virtud de los cuales las acciones concretas son integradas en un contexto de orden superior, sin que por ello pierdan su identidad y se hagan inaccesibles a una censura específica: 1) complejidad del significado, 2) secuencias de acciones, 3) series de acontecimientos iniciadas en virtud de acciones.
1) Casi toda acción está en una cierta cantidad de contextos diferentes que o bien se solapan entre sí parcialmente o bien están ordenados jerárquicamente, de modo que cada uno presupone e incluye en sí el otro. Cada uno de esos contextos puede servir para describir la acción. Las acciones complejas son acciones que describimos cuando decimos que alguien hace algo al hacer u omitir otra cosa distinta. Alguien vierte agua sobre la tierra, y de esa forma riega unas flores. Alguien omite algo, y de esa forma incumple su promesa. Alguien se acuesta con una mujer, y de esa forma comete adulterio. Alguien dice algo, y de esa forma insulta a otra persona que está oyendo lo que ese alguien dice –no pretendiendo otra cosa-, y de ese modo se venga de una afrenta sufrida. En estos casos no nos encontramos ante acciones distintas, sino ante contextos de significado distintos que pueden formar parte de la descripción de una acción.
Para seguir con el último ejemplo: en determinadas circunstancias, la «acción básica» puede obedecer a dos propósitos distintos y del mismo rango, el propósito de informar al interlocutor y el propósito de insultar al tercero que estaba escuchando. Este último propósito obedece a su vez al ulterior propósito de vengarse. Por principio, a la jerarquía de intenciones no le está señalado otro límite que lo que Tomás de Aquino denomina finis totius vitae, esto es la eudaimonía. Lo importante aquí es que no se trata de una secuencia temporal de causas y efectos, de medios y fines, sino de una integración de significados. La vida lograda se comporta respecto de las acciones que están al servicio de ese telos no como el fin respecto de los medios, sino como el todo respecto a las partes. Las partes cumplen una función para el todo, pero ellas mismas constituyen ese todo. La acción concreta es parte del todo de una vida lograda solamente en virtud de que ella misma es ya un todo, por cuanto hace que la persona que actúa se manifieste en un determinado momento temporal. El hombre es el que hace esto, y ello significa: el que hace «algo así».
La descripción de la acción, y así pues la definición de «algo así», puede ser distinta, como hemos visto, pero no es arbitraria. Retomando el ejemplo anterior, puedo decir de alguien: «Ha comunicado algo a Pedro», o bien «ha insultado a Juan», o bien «se ha vengado». Pero entre esas descripciones existe una inequívoca relación de subordinación. Se ha vengado insultando a Juan, y ha insultado a Juan efectuando frente a Pedro determinadas manifestaciones. Esta secuencia no se puede invertir. Y sobre todo: cada descripción posterior no suprime la que en cada caso es anterior y más fundamental. En relación con ella no se puede hablar, como hace el teólogo moral estadounidense McCormick (1), de un «expanded object» que permita redefinir una acción inmoral en sí misma y transformarla en una acción moral: redefinir, por ejemplo, la acción de matar a diez inocentes como la acción de salvar a otras cien personas que, si nos hubiésemos negado a matar a las diez primeras, habrían tenido que morir. Esta visión consecuancialista o «proporcionalista» no solo hace que la acción concreta identificable se disuelva en un continuum de significado, sino que también, como ya señaló Pascal, es una escuela de doblez (2). El arte que se enseña en ella es «diriger l’intention». Quien mejor logre dar a lo que desea hacer una buena intención y dejar a un lado todo lo demás tendrá en su mano una autorización general para hacer lo que desee. La acción concreta como tal no tiene identidad alguna, y por ello tampoco cualidad moral alguna.
En lugar de hablar de un expanded object, Tomás de Aquino lo hace de la diferencia entre objectum y finis de una acción. Objectum es aquel contenido significativo que mencionamos cuando se nos pregunta qué estamos haciendo. Finis es aquello a lo que nos remitimos cuando se nos pregunta por qué hacemos lo que hacemos. Ahora bien, también el objectum es un «fin», a saber, justo aquél que define la acción básica. Y, a la inversa, es frecuente que el motivo de una acción, esto es su finis, se pueda recoger en la descripción misma. De hecho, la pregunta de por qué alguien hace algo se puede reformular en la pregunta de qué hace.
Podemos decir: «Pablo ha hecho a Pedro una determinada comunicación para insultar a Juan, y ha insultado a Juan para vengarse de algo». Pero también podemos decir: «Pablo ha insultado a Juan», o bien, «Pablo se ha vengado». Y sucede de hecho que el motivo de una acción da a esa acción una calificación moral adicional. No puede hacer buena una acción mala, pero si puede hacer mala una acción que sea buena por su tipo. La cualidad moral del motivo no es exterior a la acción. Le da una calificación adicional. De lo contrario, la acción concreta no podría ser expresión de la persona. En sí misma considerada, sería solamente un acontecimiento neutral, un actus hominis, no un actus humanus, y la cualidad personal de lo moral solo correspondería al contexto vital global. Dado que este último nunca nos está dado como un todo, la persona permanecería para nosotros esencialmente cerrada. La acción no podría representarla.
El contenido y el motivo, el objeto y el fin de una acción, no son por principio de naturaleza distinta. El contenido u «objeto» de una acción es una unidad intencional de significado en cuanto contenido de un propósito. Si se tematiza en la reflexión el movimiento a ella dirigido y, así, se lo convierte por su parte en una acción, el «qué» de la acción básica original se convierte por su parte en el «porqué» de la nueva acción básica. A la pregunta «¿por qué te llevas la mano a la frente?» se puede responder: «Porque quiero espantar a una mosca», mientras que normalmente espantar a la mosca sería designado como el qué de una acción básica. Así pues, el objectum de una acción tiene él mismo el carácter de un finis. Sin embargo, carece de sentido definir el finis como expanded object, ya que esto sugiere la idea de que en este objeto ampliado el primer objeto, que definía la acción básica, ha sido suprimido y ha desaparecido. El lugar del orden jerárquico de significados bien distintos entre sí pasa a estar ocupado por un continuum de significado que es esencialmente no cerrado y no cerrable y que por ello, como ya hizo noar G. E. Moore (3), se sustrae a todo juicio moral.
Las acciones son complejas siempre que un «qué» se distingue de un «porqué» de modo actual, no de modo meramente posible, pues –como vimos- siempre es posible transformar el «qué» en un «porqué» o el «porqué» en un «qué». Y una acción básica numérica y cualitativamente identificable es siempre una acción que no hacemos al hacer otra cosa que por su parte ya es identificable como acción.