Naturalidad, arte y voluntariedad
¿Cómo pueden formar los conceptos “natural” y “artificial” una antítesis, si cuanto más perfecto es lo artificial más se acerca a lo natural? Aquí se muestra el doble sentido de estos términos, su significación por un lado genética y por otro normativa. “Artificial” tiene en nuestro actual uso del lenguaje un significado primariamente genético. Significa: producido intencionadamente por el hombre. El uso normativo de “artificial” es más bien peyorativo. Significa que el producto del arte no es precisamente tan perfecto, tan funcional, tan cuasi-evidente como sería de desear.
En el siglo XVIII era todavía distinto. “Alabado sea el Señor, que te hace artificial y delicadamente”, dice una canción litúrgica alemana. Nosotros utilizaríamos en este caso las expresiones “artísticamente” o “con arte”. Y también decimos que son artísticas las telas de araña o los panales de abejas. Lo “artístico” no es un concepto genético, sino normativo, que en cierto sentido es indiferente a la artificialidad o a la naturalidad genética. Los pasos de la bailarina de ballet son artificiales, pero sólo son artísticos si no se dan ya artificiosamente, sino con naturalidad. Es decir, el arte quiere hacer olvidar su origen. Y sólo es perfecto cuando lo consigue. Stravinsky dijo una vez que su música debía actuar como la respiración.
En la medida en que el arte plástico del último siglo no se propone precisamente esto, sino que se entiende como documentación, como “aseguramiento de las huellas” del proceso de su producción, se sitúa en otra perspectiva. Este arte se desarrolla, por lo demás, de forma exactamente paralela a la visión evolucionista de la naturaleza, que ya no entiende al organismo como instantaneización sustancial de una especie, sino como estadio de paso y vestigio de un proceso continuo.
Lo mismo pasa con lo voluntario en relación con lo natural. También aquí se trata, en primer lugar, de conceptos genéticos, y en segundo lugar de conceptos normativo-formales. ¿Pero, designa entonces la voluntad en general algo así como un origen propio? Más bien designa un modo de hacer lo que se hace; por ejemplo, lo voluntario en contraposición a lo forzoso, es decir, lo que se hace de buena gana en contraposición a lo que se hace a disgusto; o lo voluntario en contraposición a lo espontáneo, es decir, lo que se hace con reflexión en contraposición a lo que sucede, por así decir, por sí mismo por o en nosotros; en definitiva, lo racional en contraposición a lo meramente natural. Y en cada caso tratamos de hacer olvidar la voluntariedad, tratamos de dejar aparecer lo voluntario como natural.
Decir de una acción o conducta que se hizo “a propósito” significa tanto como decir que propiamente no logró lo querido. Queremos que no se haga a propósito. Sólo cuando lo no natural parece natural se logra el objetivo. Pues sólo ahí el querer nos parece conforme consigo mismo. Y a esta conformidad del querer consigo mismo los estoicos le llamaron: conformidad con la naturaleza. “Vivir en armonía” era para ellos equivalente a vivir “en armonía con la naturaleza”. Y precisamente esto era considerado por ellos como lo racional.
Pero justamente esta homologia te physei no es physei, no es “por naturaleza”. No sobreviene por sí misma. Así resulta la siguiente paradoja: sólo donde el querer se hubiera desprendido completamente de lo natural en el sentido genético, sería “natural” en el pleno sentido normativo. Y esta naturalidad indirecta es la que nosotros llamamos racional. ¿Pero, en qué se distingue de la naturalidad directa definida por el “de por sí”?
En el siglo XVIII era todavía distinto. “Alabado sea el Señor, que te hace artificial y delicadamente”, dice una canción litúrgica alemana. Nosotros utilizaríamos en este caso las expresiones “artísticamente” o “con arte”. Y también decimos que son artísticas las telas de araña o los panales de abejas. Lo “artístico” no es un concepto genético, sino normativo, que en cierto sentido es indiferente a la artificialidad o a la naturalidad genética. Los pasos de la bailarina de ballet son artificiales, pero sólo son artísticos si no se dan ya artificiosamente, sino con naturalidad. Es decir, el arte quiere hacer olvidar su origen. Y sólo es perfecto cuando lo consigue. Stravinsky dijo una vez que su música debía actuar como la respiración.
En la medida en que el arte plástico del último siglo no se propone precisamente esto, sino que se entiende como documentación, como “aseguramiento de las huellas” del proceso de su producción, se sitúa en otra perspectiva. Este arte se desarrolla, por lo demás, de forma exactamente paralela a la visión evolucionista de la naturaleza, que ya no entiende al organismo como instantaneización sustancial de una especie, sino como estadio de paso y vestigio de un proceso continuo.
Lo mismo pasa con lo voluntario en relación con lo natural. También aquí se trata, en primer lugar, de conceptos genéticos, y en segundo lugar de conceptos normativo-formales. ¿Pero, designa entonces la voluntad en general algo así como un origen propio? Más bien designa un modo de hacer lo que se hace; por ejemplo, lo voluntario en contraposición a lo forzoso, es decir, lo que se hace de buena gana en contraposición a lo que se hace a disgusto; o lo voluntario en contraposición a lo espontáneo, es decir, lo que se hace con reflexión en contraposición a lo que sucede, por así decir, por sí mismo por o en nosotros; en definitiva, lo racional en contraposición a lo meramente natural. Y en cada caso tratamos de hacer olvidar la voluntariedad, tratamos de dejar aparecer lo voluntario como natural.
Decir de una acción o conducta que se hizo “a propósito” significa tanto como decir que propiamente no logró lo querido. Queremos que no se haga a propósito. Sólo cuando lo no natural parece natural se logra el objetivo. Pues sólo ahí el querer nos parece conforme consigo mismo. Y a esta conformidad del querer consigo mismo los estoicos le llamaron: conformidad con la naturaleza. “Vivir en armonía” era para ellos equivalente a vivir “en armonía con la naturaleza”. Y precisamente esto era considerado por ellos como lo racional.
Pero justamente esta homologia te physei no es physei, no es “por naturaleza”. No sobreviene por sí misma. Así resulta la siguiente paradoja: sólo donde el querer se hubiera desprendido completamente de lo natural en el sentido genético, sería “natural” en el pleno sentido normativo. Y esta naturalidad indirecta es la que nosotros llamamos racional. ¿Pero, en qué se distingue de la naturalidad directa definida por el “de por sí”?
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