Alrededor de lo natural y lo sobrenatural
El par de conceptos que nos ha de ocupar en las siguientes reflexiones se distingue claramente de otras antítesis en las que se encuentra la palabra “natural”: las antítesis “natural-artificial”, “natural-voluntario”, y “natural-histórico”, es decir, la antítesis “natural-convencional”. Estas antítesis son las que han dado su perfil al concepto de lo natural. Se puede, finalmente, desligar el concepto de lo natural de tales antítesis y decir: “todo es naturaleza”.
“Je suis le grand tout”, hizo decir Voltaire a la naturaleza. Pero en esta frase la palabra “naturaleza” habría perdido toda significación específica y se habría convertido en trivial, si no se oyera en ella a la vez la negación tácita que constituye su verdadera alusión, la negación del concepto teológico de lo “sobrenatural”. Este concepto de finales de la Edad Media preparó el naturalismo. Pues la contraposición teológica de lo natural y lo sobrenatural nivelaba todas las antítesis clásicas en las que el concepto de lo natural había aparecido. Arte, voluntad, razón, sociedad, historia, en relación con la libre autocomunicación de Dios y la elevación “sobrenatural” del hombre al rango de la amistad con Dios, se colocan del lado de la mera naturaleza.
En esta antítesis el concepto de naturaleza adquiere también, una vez más, un sentido específico, aunque diferente de los antiguos antes citados. Ya no designa, como en aquellos, el arché *, que, como lo más potente, abarca a la vez lo contrapuesto a él, porque en último término él lo produce. En la antítesis “natural-sobrenatural” la naturaleza es solamente la pasiva condición de posibilidad de la Revelación: “gratia supponit naturam” *. La libre autocomunicación de Dios sólo puede acontecer en un espacio que por sí -por tanto, por naturaleza- tiene ya el carácter del “hueco”, el espacio de una naturaleza racional. Esta naturaleza racional se debe al mismo origen, que vuelve a actuar de modo sobrenatural en la naturaleza. En esa medida, la relación que determinó las antítesis clásicas se invierte en la antítesis “natural-sobrenatural”. En ella la naturaleza no es el origen que abarca teleológicamente lo que es diferente a él, sino lo siguiente: la representación de la libertad divina, más atrás de la cual no se puede ir y, como tal, la condición de posibilidad de la revelación.
Esta oposición “natural-sobrenatural” no es, a diferencia de las antítesis clásicas, fenoménicamente mostrable, sino especulativamente, y como tal fue desarrollada de modo sistemático en la filosofía del idealismo alemán. Cuando es negada -como en el caso de Voltaire- queda sólo el otro lado, la naturaleza, de la que ahora se dice que es todo. Pero esto significa que el concepto de naturaleza se convierte, de hecho, en un concepto vacío y sin función. La ciencia moderna de la naturaleza hace mucho que ha renunciado a él.
La renuncia al concepto de naturaleza es, por cierto, más antigua que la renuncia al de lo sobrenatural, y tiene mayores consecuencias sistemáticas. Ya Sturmius polemizó contra él como reliquia pagana, y cuando Malebranche y los ocasionalistas postcartesianos -incluido Leibniz- niegan toda causalidad transeúnte a las fuerzas naturales y reducen todos los sucesos mundanos a un regulado obrar inmediato de Dios, esto se ha de ver como el origen de aquel desarrollo científico natural moderno en el que el concepto de causalidad se sustituye por el concepto de ley. Para la ciencia empírica no hay diferencia entre decir que todo es sobrenatural o que todo es natural. La fórmula de Spinoza “Deus sive natura” * refleja ya esta situación.
*
Arché es un concepto fundamental en la filosofía de la antigua Grecia que significaba el comienzo del universo o el primer elemento de todas las cosas (εξ’ ἀρχής : del principio, ο εξ’ ἀρχής λόγος: la razón primordial, originaria). Aristóteles destacó el significado de arjé como aquello que no necesita de ninguna otra cosa para existir, solo de sí mismo, es decir, como el elemento o principio de una cosa que, a pesar de ser indemostrable e intangible en sí misma, ofrece las condiciones de posibilidad de esa cosa.
Gratia supponit naturam: La gracia requiere de la naturaleza
Deus sive natura: Dios o la naturaleza
“Je suis le grand tout”, hizo decir Voltaire a la naturaleza. Pero en esta frase la palabra “naturaleza” habría perdido toda significación específica y se habría convertido en trivial, si no se oyera en ella a la vez la negación tácita que constituye su verdadera alusión, la negación del concepto teológico de lo “sobrenatural”. Este concepto de finales de la Edad Media preparó el naturalismo. Pues la contraposición teológica de lo natural y lo sobrenatural nivelaba todas las antítesis clásicas en las que el concepto de lo natural había aparecido. Arte, voluntad, razón, sociedad, historia, en relación con la libre autocomunicación de Dios y la elevación “sobrenatural” del hombre al rango de la amistad con Dios, se colocan del lado de la mera naturaleza.
En esta antítesis el concepto de naturaleza adquiere también, una vez más, un sentido específico, aunque diferente de los antiguos antes citados. Ya no designa, como en aquellos, el arché *, que, como lo más potente, abarca a la vez lo contrapuesto a él, porque en último término él lo produce. En la antítesis “natural-sobrenatural” la naturaleza es solamente la pasiva condición de posibilidad de la Revelación: “gratia supponit naturam” *. La libre autocomunicación de Dios sólo puede acontecer en un espacio que por sí -por tanto, por naturaleza- tiene ya el carácter del “hueco”, el espacio de una naturaleza racional. Esta naturaleza racional se debe al mismo origen, que vuelve a actuar de modo sobrenatural en la naturaleza. En esa medida, la relación que determinó las antítesis clásicas se invierte en la antítesis “natural-sobrenatural”. En ella la naturaleza no es el origen que abarca teleológicamente lo que es diferente a él, sino lo siguiente: la representación de la libertad divina, más atrás de la cual no se puede ir y, como tal, la condición de posibilidad de la revelación.
Esta oposición “natural-sobrenatural” no es, a diferencia de las antítesis clásicas, fenoménicamente mostrable, sino especulativamente, y como tal fue desarrollada de modo sistemático en la filosofía del idealismo alemán. Cuando es negada -como en el caso de Voltaire- queda sólo el otro lado, la naturaleza, de la que ahora se dice que es todo. Pero esto significa que el concepto de naturaleza se convierte, de hecho, en un concepto vacío y sin función. La ciencia moderna de la naturaleza hace mucho que ha renunciado a él.
La renuncia al concepto de naturaleza es, por cierto, más antigua que la renuncia al de lo sobrenatural, y tiene mayores consecuencias sistemáticas. Ya Sturmius polemizó contra él como reliquia pagana, y cuando Malebranche y los ocasionalistas postcartesianos -incluido Leibniz- niegan toda causalidad transeúnte a las fuerzas naturales y reducen todos los sucesos mundanos a un regulado obrar inmediato de Dios, esto se ha de ver como el origen de aquel desarrollo científico natural moderno en el que el concepto de causalidad se sustituye por el concepto de ley. Para la ciencia empírica no hay diferencia entre decir que todo es sobrenatural o que todo es natural. La fórmula de Spinoza “Deus sive natura” * refleja ya esta situación.
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Arché es un concepto fundamental en la filosofía de la antigua Grecia que significaba el comienzo del universo o el primer elemento de todas las cosas (εξ’ ἀρχής : del principio, ο εξ’ ἀρχής λόγος: la razón primordial, originaria). Aristóteles destacó el significado de arjé como aquello que no necesita de ninguna otra cosa para existir, solo de sí mismo, es decir, como el elemento o principio de una cosa que, a pesar de ser indemostrable e intangible en sí misma, ofrece las condiciones de posibilidad de esa cosa.
Gratia supponit naturam: La gracia requiere de la naturaleza
Deus sive natura: Dios o la naturaleza
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