domingo, 15 de octubre de 2017

Límites del progreso

Robert Spaemann: Discurso de Laudatio por la concesión del Premio de la Paz de los Editores Alemanes en su edición de 1987 al filósofo alemán Hans Jonas. Publicado en la Revista Nuestro Tiempo, número 238, año 1988 con el título  UNA ÉTICA CONTRA LA CIENCIA FICCIÓNTraducción: Daniel Innerarity.

Superando utopías (II)

(continuación)

Hans Jonas ha llamado la atención... con más insistencia y claridad que nadie. La utopía, el intento de superar radicalmente la normalidad de la conditio humana, conduce a la destrucción de la vida que es condición de esa normalidad.


El crecimiento exponencial ilimitado, la superación definitiva de la escasez, fue el presupuesto común de las ideologías tecnocráticas y de las ideologías de la emancipación radical. Los panegíricos marxistas de una naturaleza administrada y de una naturaleza del hombre al final también administrada, lo único que hicieron fue llevar hasta el final esa utopía que, como señala Jonas, está asentada estructuralmente en la civilización científico-técnica: la transformación de la realidad en ciencia ficción. Con ello se hace al hombre utópico, en el sentido originario de la palabra, es decir, sin lugar, en la medida en que se le arranca del nicho ecológico en el que todo ser vivo está asentado


Jonas ha puesto de manifiesto lo perverso de este utópico optimismo, sin dejarse confundir con el argumento de que no podemos retroceder a Neandertal, a la esclavitud o a las operaciones sin anestesia. No es necesario negar que en muchos aspectos ha mejorado la situación del hombre sobre la tierra -y que todavía muchos esperan los frutos de esta mejora- para poder decir al mismo tiempo que el progreso en singular es un mito, que cada progreso -por separado- debe ser puesto en relación responsable con el precio que exige y que, mientras tanto, el progreso técnico-científico se encuentra desorientado desde hace mucho tiempo bajo la ley de una utilidad marginal decreciente.


Goethe
En su célebre libro El principio responsabilidad, ha llamado Jonas la atención sobre la crisis que ha sufrido la normalidad de la vida bajo tales circunstancias. Quizá sea Goethe quien mejor ha formulado aquel principio en sus versos: «ocúpate de hacer bien lo tuyo, que todo lo demás saldrá solo». Hoy esto ya no es correcto. El alcance del poder humano se ha hecho tan amplio que lo demás ya no sale solo. La naturaleza ya no es un poder omnicomprensivo, dentro de la cual nos movamos sin poderla trastocar en su totalidad. Nuestro conocimiento de las consecuencias acumuladas de la acción humana nos ha conferido la responsabilidad de prever ese efecto acumulativo. En este sentido, la normalidad ha disminuido hoy radicalmente.

Hans Jonas critica la ingenuidad de creer que, en estas circunstancias, podría salvarse dicha normalidad con una moralidad simple. Pero tampoco prescribe la utopía, el mito moderno del progreso indefinido en singular. A este mito le basta, ciertamente, su propia crítica. Toda transformación del sistema social se apoya en la naturaleza humana como fundamento, cuyas condiciones de supervivencia no son modificables arbitrariamente.

Las formas más recientes de la tecnología -especialmente la tecnología genética- han propagado la creencia de que es posible elaborar la naturaleza misma del hombre, ya sea para hacerla más resistente, más humana o más sobrehumana. Pero, ¿qué significa esto? La razón, la moralidad, la humanidad, la cultura, son los modos en los que una determinada forma de vida -la del hombre- alcanza su plenitud. No disponemos de ninguna medida para saber cuándo debería ser modificada esa naturaleza para seguir siendo humana, para ser más humana o sobrehumana. Todas las medidas son nuestras medidas. En un interesante artículo de sus Encrucijadas, ha sacado Jonas todas las consecuencias de esta idea. Clonar hombres, es decir, producir gemelos monocigóticos a partir de determinados padres muy selectos. Jonas ha pensado hasta el detalle las consecuencias deshumanizadoras de este proyecto. No en vano está recogido este artículo en un volumen con el título Clonemos al hombre, en analogía consciente con las palabras de Dios en el Génesis: «hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Todavía no podemos clonar al hombre. Pero el ataque contra la forma temporal del hombre acaba de comenzar: la sustitución de la reproducción por un revuelto a mano en la probeta, en correspondencia con las palabras del aprendiz Wagner en el Fausto: «esta moda de engendrar la declaramos una vana estupidez».
(continúa)

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