Responsabilidad hacia la vida
Frente a las catástrofes ecológicas que se divisan, no debemos esperar a los resultados de los análisis científicos inequívocos e incuestionables. Hemos de procurar detectar ya las causas probables de tales catástrofes. Los argumentos económicos y políticos no pueden impedir en principio lo que parece necesario. No tenemos derecho a resolver nuestros problemas sociales y económicos a costa de las generaciones futuras. El reino del mundo es el capital que tenemos que administrar fiduciariamente. Podemos vivir de sus rentas pero no podemos tocar el capital básico. A la hybris utópica pertenece también la idea de que podría haber planes globales que se hicieran cargo de todos los efectos secundarios de las acciones de gran alcance. Cuanto mayor sea la planificación, mayores serán las consecuencias imprevisibles. Lo pequeño no es sólo hermoso; es también -cada vez más- lo único responsable desde el punto de vista de la capacidad de controlar y corregir las consecuencias.
La ética de la responsabilidad de Hans Jonas no es sólo una provocación frente a la ética tradicional de la producción del derecho, de la concepción técnica de la ética que la entiende como estrategia de optimación; es también una provocación frente a esa ética cultivada sobre todo en Alemania durante los últimos decenios que gira en torno al concepto de discurso y compromiso de intereses entre hablantes que argumentan racionalmente. La discusión pública es un elemento importante de una vida lograda, pero no es la fuente de las obligaciones morales, es el consenso un criterio de verdad. La idea de que esto pudiera ser así deriva, a su vez, de la idea de que la realidad se nos presenta tan débilmente que sólo consiste propiamente en las opiniones que tenemos de ella. Pero las condiciones de supervivencia de la humanidad sobre la tierra no están sujetas a votación. Son como son. Y además, nadie tiene un acceso privilegiado a su conocimiento. Debemos discutir y alcanzar un acuerdo sobre ellas.
Pero sí, por imprudencia, nos ponemos de acuerdo sobre algo que es falso, lo que queda es lo falso. Sólo que serán otros los que paguen las consecuencias, otros que no han podido participar en nuestras discusiones y que ya no tomarán parte en ellas. Los discursos son tan mortales como quienes en ellos participan. La responsabilidad en relación con aquellos otros -y no el reconocimiento mutuo entre quienes somos contemporáneos- es por tanto, como demuestra Jonas, el paradigma fundamental de la moral: la responsabilidad hacia la vida con la que entro en relación, la vida que me ha sido encomendada o la vida que resulta afectada por mi actuación.
Como modelo de obligación moral, Jonas describe ese requerimiento inmediato que se dirige a nuestra acción cuando divisamos a un niño sin ayuda. Este niño pequeño no es ningún participante en un discurso. Pero proteger su vida, facilitársela, ayudarle, hacer posible que el futuro sea un participante en el discurso, es la obligación que se nos hace inmediatamente patente en su mirada. O esto es así, o no existen en absoluto obligaciones morales. No puede hablar de responsabilidad quien no se alarme profundamente ante el hecho de que en uno de los países más ricos del mundo, cada año 200.000 niños no nacidos son arrancados del seno materno y arrojados al cubo de la basura.
(continúa)
No hay comentarios:
Publicar un comentario