domingo, 1 de septiembre de 2019

La dimensión moral como fundamento

Quinto fragmento de la Introducción a R. Spaemann: Das gute Leben Ethiklesebuch titulado ¿Qué es la ética filosófica? -en alemán Was ist philosophische Ethik?- de 1987. El texto completo está incluido en el libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar


Intuición sobre lo «bueno» y «malo»


La reflexión filosófica apunta, como decía, a la unidad, y lo hace en un triple sentido:

1. Intenta que nuestros propios sentimientos, experiencias y juicios morales, en un principio a menudo dispares, formen un conjunto coherente; intenta hacerlos mutuamente útiles para su comprensión.

2. Trata de poner en conexión los sentimientos, experiencias y juicios morales de diferentes hombres de distintas épocas y culturas para calibrarlos, relacionarlos y compararlos entre sí.

3. Trata de comprender los fenómenos que calificamos de morales, y que de una u otra manera tienen que ver con las palabras «bueno» y «malo», como algo que tiene su origen en un fundamento común, y trata de identificar dicho fundamento.


continuación


Desarrollo del punto 3 (primera parte)



Cuando la ética filosófica defiende frente al inmoralismo ese carácter original, no pretende convencer a un hombre que carece de cualquier sentimiento moral, mediante argumentos, de que las palabras «bueno» y «malo» tienen un significado y de que éste tiene algo que ver con lo que todo hombre debería hacer o no hacer. La ética filosófica, tal y como veíamos al comienzo, presupone la experiencia moral. Pero no aceptará fácilmente el supuesto de que alguien carezca de toda experiencia de ese tipo. Este supuesto equivaldría a la presunción de que el otro en realidad no es un hombre, de que no merece el respeto que debemos a todo miembro de la comunidad humana. Pues cierto es que el inmoralista consecuente no podría exigir a nadie ese respeto sin incurrir en una notoria contradicción: tal exigencia sería una exigencia moral.
Personajes de La República

Por tanto, la ética filosófica no «fundamenta» en realidad la dimensión moral, sino que muestra que esta misma dimensión es el fundamento sobre el que nos sostenemos. Muestra cuáles serían las consecuencias de negar ese fundamento y espera que nadie estará realmente dispuesto a asumir esas consecuencias. No es casual que Platón, en el primer libro de la República, haga que la posición inmoralista consecuente no sea representada de manera real por un adversario de Sócrates, sino por los amigos de Sócrates, Glaucón y Adimanto, de manera ficticia e hipotética. Da así indicación de que esa posición es una construcción mental, una extrapolación de una inmoralidad fáctica parcial, pero que llevada a sus últimas consecuencias no es una realidad posible, una realidad vivida. Por ello, el inmoralista real entra en contradicción consigo mismo; y poner de manifiesto estas contradicciones es tarea de la ética filosófica. 

La reflexión sobre la vida y el actuar correctos, la reflexión sobre la intuición que siempre se ha expresado en las palabras «bueno» y «malo», va más allá de las cuestiones hasta ahora mencionadas. Entra en el ámbito de la filosofía teórica. La filosofía apunta a la unidad interna del pensamiento como una condición de la amistad consigo mismo. Así las cosas, no es posible desligar por completo una unidad interna de la orientación de nuestras acciones, de lo que pensamos sobre la realidad, es decir, sobre lo que antes de nosotros y sin nosotros es como es.

Eso no significa que de proposiciones sobre meros hechos puedan derivarse proposiciones sobre un deber. Que esto no es posible lo mostraron ya Hume y Kant. No obstante, Kant era también de la opinión de que determinadas suposiciones sobre hechos son incompatibles con nuestra intuición moral, de tal modo que si hubiéramos de tenerlas por verdaderas esta intuición se nos revelaría una ilusión. Pero esta intuición que se expresa en proposiciones con el predicado «bueno» es tan fuerte o incluso más fuerte que todas las intuiciones sobre las que apoyamos afirmaciones sobre hechos.

Una de tales afirmaciones incompatibles con nuestra intuición moral sería, por ejemplo, la de un determinismo radical. La recompensa y el castigo, si los entendemos como medios para el condicionamiento, son en todo caso compatibles con él; pero no lo son el elogio y la censura por unas acciones sobre cuyo sujeto no podríamos influir en modo alguno, ni tampoco la gratitud, ni la admiración o la indignación, ni el deseo de hacer algo simplemente porque es bueno, ni el arrepentimiento o la vergüenza. 

Todas estas actitudes presuponen la libertad. Y esa es la razón de que Kant se afanase en la Crítica de la razón pura por limitar la validez del determinismo físico, al que por razones científicas creía estar obligado a atenerse, al terreno del «fenómeno», esto es, del mostrarse de la realidad en cuanto objeto de la ciencia, y por distinguir ese terreno del de la realidad misma, la «cosa en sí». Esto le permitió mantener la experiencia moral, que incluye el postulado de la libertad, con independencia del determinismo físico.

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