Lo básico y lo accesorio
continuación
En lo que sigue me gustaría defender la tesis de que la sustitución del concepto de naturaleza y de lo natural por el de razón y de lo racional, junto con la reducción del concepto de naturaleza al de «naturaleza del asunto», vacía de todo contenido el concepto de lo racional, así como la tesis de que la renuncia a un concepto de naturaleza del hombre deja a la idea de derecho natural inerme frente a la crítica del positivismo jurídico. Quiero hacerlo en dos sencillos hilos argumentativos.
El primero parte de la irrenunciabilidad del concepto de normalidad para toda convivencia humana, para todo trato mutuo conforme a derecho y para todo procedimiento jurídico. Normalidad es aquello que sienta precedentes. Sin precedentes, sin opiniones preconcebidas y sin prejuicios no hay posibilidad alguna de convivencia humana. Es cierto que en los Estados posteriores a la Ilustración toda norma vigente desde tiempo inmemorial es por principio un posible objeto de tematización discursiva, pero nunca lo son todas las normas a la vez. Y lo más importante: todo estudio discursivo de una norma sólo es posible sobre la base de una fundamental coincidencia en lo que respecta a otras normas y fenómenos. Los discursos presuponen un acervo común, sin el cual los puntos de vista no podrían interrelacionarse y los argumentos no serían válidos. Los argumentos sólo pueden funcionar cuando presuponen tal acervo de cosas concedidas sin cuestionamiento alguno.
Esto es particularmente cierto cuando se trata de intereses en conflicto y cómo equilibrarlos. Todo discurso sobre un equilibrio justo entre intereses presupone un criterio para su ponderación. Ese criterio no puede residir en la energía subjetiva con la que los contrincantes se identifican con un interés y lo defienden. Esa identificación puede ser arbitraria y estar injustificada, puede ser «fanática». En ese caso, equilibrio de intereses significaría sencillamente que al final es el interés defendido con más fanatismo el que se impone. Pero en realidad suponemos que existe un orden y una urgencia de intereses que son independientes de la evaluación subjetiva. Esa jerarquía es, hasta cierto punto, específica de cada cultura.
Según el ordenamiento jurídico vigente, en virtud de la normalidad dominante, un televisor forma parte ya del mínimo existencial que no puede ser embargado. Pero este concepto de lo normal se basa en un concepto de la naturaleza del hombre, y ello de dos maneras. En primer lugar, en la medida en que la relevancia existencial de algo como la normalidad se deriva de la naturaleza del hombre como ser vivo. Podemos pensar en personas que posean una creatividad tan grande y, al mismo tiempo,
una capacidad tan espontánea y empática para hacerse cargo de las situaciones -estando dispuestas a hacerlo- que puedan prescindir de la normalidad y siempre den respuesta a la peculiaridad de cada situación de modo profundamente creativo y novedoso sin atender a los precedentes. Ahora bien, no conocemos a ese tipo de personas y, con toda certeza, nosotros mismos no somos así. Tenemos una naturaleza que nos obliga a la normalidad.
Federico II |
Pero, en segundo lugar, esa misma naturaleza es la vez la normalidad básica. Para seguir con el ejemplo del mínimo de subsistencia: el mínimo de subsistencia no es absolutamente específico de cada cultura. Si es necesario se puede prescindir de un televisor. Pero hay unas condiciones antropológicas mínimas, básicas en lo normal. Hay temperaturas del aire más bajas y más altas; hay una cantidad mínima de calorías; hay requisitos elementales que se exigen a la calidad de la alimentación, del aire y del agua; hay un deterioro ambiental que supone sufrimiento para todos. Hay un mínimo de atención humana sin el cual sobre todo niños no pueden llegar a hacerse hombres. Los niños que Federico II de Hohenstaufen hizo crecer sin contactos lingüísticos murieron todos sin haber superado la edad infantil (1). Por ello, para la retirada de la patria potestad existen criterios de justificación antropológicamente invariantes más allá de los mínimos específicos de la cultura, con los cuales un estado liberal debería ser muy liberal. Son exactamente aquéllos que denominamos «naturales».
(1) Ver artículo de Alicia Martos: Comunicación no verbal y supervivencia, un terrible experimento, publicado en los blogs de 20 minutos el 29 de abril de 2016. Extracto: «Federico II Hohenstaufen (1194-1250), emperador del Sacro Imperio Romano Germánico… Le obsesionaba saber y determinar si existía una ‘lengua natural’, es decir, una lengua adámica, una lengua connatural al mismo hombre… Organizó… un… experimento… Ordenó que se recluyeran en una sala a 30 recién nacidos y que se les suministraran los mejores cuidados de la época. Pero con una condición, las criadas que se ocupaban del cuidado de los niños no debían hablarles ni establecer ningún tipo de gestualidad o comportamiento que pudiera interpretarse de un modo afectivo o emocional por los bebés. Él pensaba que, sin influencia humana alguna, el lenguaje adámico surgiría espontáneamente, y los niños hablarían… sin que nadie se lo hubiese enseñado. El resultado fue desastroso, murieron todos los bebés sin excepción, ninguno pudo siquiera alcanzar los tres años de edad.» Enlace: https://blogs.20minutos.es/comunicacion-no-verbal-lo-que-no-nos-cuentan/2016/04/29/comunicacion-no-verbal-y-supervivencia-un-terrible-experimento/
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