sábado, 18 de junio de 2022

Las convicciones son determinantes

Undécimo y último fragmento de la conferencia de Robert Spaemann pronunciada en Madrid el 19 de mayo de 2005 titulada Confianza. Publicada en la revista Empresa y Humanismo Vol. IX, 2/05, pp. 131-148. El texto de la conferencia completa se puede obtener en el enlace: https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/7007/4/Confianza.pdf

XI. ¿Quién merece confianza?

No hablaré de medidas para creación de confianza; para la obtención o, lo que es mucho más difícil, la reobtención de la confianza. Sólo quisiera decir una cosa: todas estas medidas son vanas, se consideran como manipulación y no dan resultado si no contienen el
núcleo de aquello que constituye la confianza, que consiste en hacerse realmente vulnerable. Ello no significa vulnerabilidad total y, además, se desarrolla en forma gradual y abierta a la experiencia. Pero el límite de vulnerabilidad que cada uno pone es ciertamente el límite de la confianza. El punto hasta el que uno está dispuesto a ir no se puede determinar de una vez para siempre. Depende, en último término, de la naturaleza y de la propia cosmovisión. Hay quien es propenso a contar siempre con lo peor y quien prefiere suponer que le pire n’est pas toujours sur (lo peor no siempre es seguro). Y eso depende también de si uno cree en un gobierno divino del mundo, según el cual, pase lo que pase
“para los que aman a Dios todo coopera para el bien”. Es decir, lo peor ni siquiera puede ocurrir, pues, pase lo que pase, por el hecho de haber sucedido, no puede ser lo peor. El que es capaz de pensar así es feliz, sobre todo si a ello une un carácter sereno, no exaltado, amable, para el que la desconfianza precisa justificación antes que la confianza.

Permítanme una observación final acerca de la cuestión del merecimiento de confianza. La confianza se refiere a dos contenidos: a la competencia y a las convicciones -el poder y el querer-, siendo las convicciones lo más fundamental, porque la competencia tomada por sí misma siempre es ambivalente. Ya Platón escribe que con el mismo arte médico con el que se puede curar se puede también hacer enfermar. O, dicho sea de paso, como ocurre hoy en Holanda, se puede matar. Cada vez más personas mayores holandesas se van a residencias alemanas de ancianos porque han perdido confianza en sus médicos y ya no se sienten seguros de su vida. Cuando digo que las convicciones son lo más fundamental lo digo también porque una actitud ética empuja a adquirir competencia y prohíbe suponer competencia allí donde no existe.

¿De qué tipo debe ser la convicción para que le vuelva a uno digno de confianza? No teman ustedes que ahora vaya a presentarles un tratado sobre los fundamentos de la ética. Sólo quisiera mencionar dos actitudes morales que descalifican a una persona en cuanto destinatario de confianza. Una es la actitud que llamamos utilitarismo o moral teleológica. La segunda consiste en la creencia de que la situación en la que tenemos que actuar es única e incomparable desde cualquier perspectiva y que nuestra acción tiene, por ello, el carácter de última batalla. Me explico: la ética utilitarista comprende las palabras bien y mal en el marco de un modelo de actuación tecnológica. El objetivo es la optimización del mundo, es decir: una actuación se considera ética cuando la totalidad de sus consecuencias vuelve más felices a la mayoría de los hombres de lo que lo haría cualquier posible actuación alternativa. O, en otra variante, la totalidad de consecuencias de una actuación vuelve más valioso el mundo que cualquier actuación alternativa. No quiero indagar aquí en las muchas dificultades que genera este tipo de ética, empezando por la dificultad de realizar un cálculo de consecuencias de esta índole. El problema de la confianza queda afectado, sin embargo, en tanto en cuanto no podemos saber nunca cuando un utilitarista piensa que su actuación sirve a la finalidad de la optimización. Tampoco tiene por qué decírnoslo, si opina que decir la verdad es nocivo para este objetivo. En cualquier caso, él opina que el fin justifica los medios. No existen para él medios malos, excepto aquellos que no facilitan el fin.

El que piensa así no es digno de confianza, sobre todo si añade una segunda convicción, la del carácter único del caso y que se trata de la última batalla que hay que librar. El ethos normal, el ethos de la normalidad, se basa en el hecho de que cada caso es, en cierto sentido, un precedente de otros, que la vida sigue y que debe ser posible acordarnos más tarde de lo que hacemos ahora, lo cual nos permitirá proceder según la misma máxima. Después de cualquier actuación debe ser posible decir: volveremos a vernos. También en la guerra -Kant lo advirtió- los enemigos deben tratarse de tal manera que no se cierre por mucho tiempo la posterior posibilidad de volver a ser amigos. La convicción de que una situación es incomparable dispensa de la idea de que el precedente influye. Lenin es un buen ejemplo de ello. “Agrupémonos todos en la lucha final”, reza la Internacional. Correspondiendo a esta llamada, Lenin parte del hecho de que es bueno lo que sirve a la revolución, a la última revolución de la historia universal, y de que es malo lo que la perjudica. El buen fin, para él, justifica por principio cualquier medio. Y dado que Lenin todavía tenía un concepto tradicional de ética, declaró: “En el marxismo no existe ni la más mínima ética”. Quería decir: la búsqueda eficiente del objetivo revolucionario no puede ser limitada por ninguna regla moral tradicional. La revolución genera una nueva situación del mundo, inconmensurable con la anterior, de modo que de la actuación revolucionaria no emana ningún efecto que sirva de precedente para la situación posterior.

Esta actitud no permite confianza alguna, y hace indigno de confianza al que la tiene. Pero incapacita también para la confianza en sí mismo, porque, dado que quien piensa así no puede arriesgar de ninguna manera el fallar en su objetivo, no puede hacerse vulnerable.
“Si perdemos, la historia ha perdido su sentido”, dijo Hitler, que no estaba dispuesto a considerar la propia derrota y su fracaso como un caso de derrota cualquiera y un fracaso entre otros. Se trata de la totalidad, y siempre que se trata de ella se recomienda cautela y desconfianza.

La historia sigue y todo lo que sucedió en ella -también el genocidio de los judíos- se convierte en algún momento en un caso entre otros. Y ya deberíamos considerarlo así ahora, pues sólo así puede servir de aviso a las generaciones venideras. Lo incomparable ni puede avisarnos ni enseñarnos.

El que confía se arriesga a fracasar. Sólo puede confiar aquel que está dispuesto a aceptar el fracaso. Pero lo mismo es válido para el merecimiento de confianza. Sólo es digno de confianza aquel que está dispuesto a aceptar una derrota. No hay nada en el mundo por lo cual pagaría cualquier precio, dijo en una ocasión Solchenitzin. La disposición a pagar cualquier precio por algo, vuelve indigna de confianza a la persona. Sólo se puede confiar en aquel que está dispuesto a mucho, pero no a todo. Vista en todas sus dimensiones, la disponibilidad a la confianza es rentable. Pero incluye la disponibilidad a aceptar un desengaño. El que experimente esto se acordará de la frase de La Rochefoucauld: “Es más honroso ser defraudado por los amigos que desconfiar de ellos”.

martes, 14 de junio de 2022

Arriesgada pero muy beneficiosa

Décimo fragmento de la conferencia de Robert Spaemann pronunciada en Madrid el 19 de mayo de 2005 titulada Confianza. Publicada en la revista Empresa y Humanismo Vol. IX, 2/05, pp. 131-148. El texto de la conferencia completa se puede obtener en el enlace: https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/7007/4/Confianza.pdf

X. Razones para abrir espacio a la confianza

1. La confianza es una prestación previa: esto sigue siendo válido hoy. Pero en esta época de grandes empresas y, más aún, de la globalización, ya no existe ese trato confiado personal que era la base tradicional de la confianza. Con todo, el que no se atreve a entregar esta prestación previa se priva a sí mismo de la posibilidad de una relación flexible con otros. Y lo mismo pasa con quien tiene que honrar la confianza, que no puede explotar la vulnerabilidad voluntaria del otro, si no quiere aislarse a sí mismo y privarse de las posibilidades de relación con él.
2. Si la desconfianza sistemática -también la desconfianza entre superiores e inferiores- ocupa el lugar de la confianza patriarcal, entonces las pérdidas por fricción en las reestructuraciones empresariales serán considerables. El que sabe que le echarán en cuanto su cabeza aporte al rey de Inglaterra un solo castillo de Francia, ya no considerará la empresa como suya, a no ser que se llame precisamente Tomás Moro y tenga el puesto más brillante en el reino de Inglaterra. Pero también se aplica a la inversa: los representantes de los trabajadores que por principio consideran las exigencias de la empresa como mero pretexto para otra maximización de sus ganancias, no pueden esperar que sus propuestas alternativas se tomen en serio.

3. Luhmann habla, en relación con el tema de la confianza, de la “ley del reencuentro”. El colaborador que tiene la sensación de que se le ha engañado, no vuelve. Añado la cita de un artista: “No negocio nunca mis honorarios para que nadie pueda suponer que ha negociado mal. Todos deben confiar en que están pagando el precio del mercado”. Sólo cuando vemos que una empresa se hace cargo voluntariamente de las pérdidas para que no suframos perjuicios indebidos, permaneceremos fieles a ella. Lo que yo he experimentado con la empresa de correos Post-AG me llevará a cambiar de empresa en cuando me sea posible. La confianza destruida sólo puede restituirse muy lentamente. A diferencia de la confianza personal, que puede restituirse en cualquier momento a través del cambio de actitud del otro, una reacción de esta índole no existe en la vida de las instituciones.

4. La confianza ahorra tiempo y con ello también dinero. Seguros, controles, comprobaciones, cuestan dinero. En los últimos años se han perdido pedidos muy importantes porque su tramitación era demasiado lenta. La confianza significa velocidad y por eso los costes de la desconfianza por pérdida de tiempo deben ponderarse en relación con el posible aumento de la seguridad. O, mencionando un campo completamente distinto: en casi ningún ámbito el tiempo es tan escaso como en lo relativo al cuidado de los enfermos. Es absurdo cuánto de este valioso tiempo pierde el enfermo por la obligación de registrar cada actividad que se realiza, con el fin de que después le puedan hacer una liquidación controlable. Las medidas y los controles jurídicos pueden adquirir en una comunidad dimensiones que paralizan. Ello está en relación con la merma de confianza.

5. La confianza fomenta la transferencia del saber. El que teme o puede temer que otros abusen del saber en detrimento del que lo comunica estará propenso a guardar el saber para sí mismo, siguiendo la consigna de “saber es poder”. La ciencia, y también una empresa moderna, viven del espíritu de cooperación, en el que la confianza es el principio clave. Pero también esta confianza precisa ser animada por el hecho de que se remunere el tratamiento cooperativo del saber y no su contrario.

6. La confianza ahorra gastos. Cito a Reinhard Sprenger, que escribe: “Me atrevo a lanzar la tesis de que la mitad de los costos de la mayoría de las empresas se deben a la desconfianza. Como señal de alerta de esta evolución puede servir el hecho de que los costes administrativos crecen más rápidamente que el volumen de venta. La desconfianza aumenta los costes. Los costes de la frecuente selección y sustitución de las partes contractuales, pérdidas de fricción por negociaciones permanentes, negociaciones y nuevos acuerdos; los gastos de las medidas de control, por ejemplo, en el caso de personas altamente especializadas, son manifiestamente contraproducentes. ¿Qué decir de una empresa de tarjetas de crédito que gasta millones para impedir el abuso de tarjetas? A menudo es más sencillo amortizar simplemente estas pérdidas.

Reinhard Sprenger
La confianza ahorra gastos. El que quiera asegurar la disponibilidad de sus colaboradores a través de recompensas o castigos monetarios tiene que pagar lo que podía conseguir gratis a través de la confianza. Además, la desconfianza fomenta la manipulación de los límites de la base de cálculo del rendimiento: no hay nada mejor que un año anterior malo.”

7. La confianza vincula a los colaboradores y fomenta la motivación intrínseca. Estudios empíricos recientes han demostrado que la sustitución de la confianza por el control, desmotiva. Los colaboradores castigan a sus superiores, cuando los privan de confianza, practicando huelgas de celo.

8. La confianza vuelve exitosa la dirección. Dirigir significa alcanzar objetivos con la ayuda de otras personas. Ello implica, por ejemplo, la introducción permanente de innovaciones, cambiar la rutina y los hábitos. La aceptación de estos cambios depende en tal medida de la confianza que el general Norman Schwarzkopf pudo decir en una ocasión:
“El mando es una vigorosa mezcla entre estrategia y confianza. Si tienes que arreglarte sin una de las dos, renuncia a la estrategia”. También la aceptación de cambios de opinión o de fallos de la dirección depende irremediablemente de la confianza.


jueves, 9 de junio de 2022

Base de cualquier contrato

Noveno fragmento de la conferencia de Robert Spaemann pronunciada en Madrid el 19 de mayo de 2005 titulada Confianza. Publicada en la revista Empresa y Humanismo Vol. IX, 2/05, pp. 131-148. El texto de la conferencia completa se puede obtener en el enlace: https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/7007/4/Confianza.pdf

IX. La confianza en la vida corporativa

Entre la confianza personal y la confianza en las instituciones se debe hablar todavía de la confianza que posibilita la interacción intrasistémica, la confianza entre empresarios y participantes en el mercado, pero sobre todo de la confianza que es imprescindible para el funcionamiento exitoso de una empresa. Se trata aquí de una confianza personal que se distingue, empero, de la confianza entre amigos o cónyuges, porque los participantes no exponen toda su existencia a la vulnerabilidad, sino sólo una parte de sí mismos. Cada uno actúa, por así decir, como sociedad personal de responsabilidad limitada. Y esto modifica también la naturaleza de la confianza. Aquí la confianza no es una convicción elemental inmediata, sino un instrumento conscientemente producido para el éxito empresarial. Se podría decir que se instrumentaliza de modo poco correcto la disposición humanitaria, y ése es a menudo el caso. Una vez que Enrique VIII iba de paseo por el parque real en Londres, puso su brazo sobre los hombros de su célebre canciller Tomás Moro; su yerno le ponderó después cuán hermosa era la amistad del rey hacia él. Moro contestó:
“Querido hijo: si mi cabeza le aportara al rey un solo castillo en Francia, sin duda mi cabeza caería”.

Enrique VIII y Tomás Moro
La amistad de los poderosos es un asunto delicado. Los que la disfrutan no están seguros de ella, pero los poderosos mismos están aún menos seguros de si su amistad sólo se busca porque son poderosos. Sin embargo, el auténtico tirano, como por ejemplo Stalin, no quiere otro tipo de amigos y se deshizo de quienes lo eran antes de su subida al poder. La confianza de la que vive una empresa, puesto que es una confianza personal, tiene que tener siempre una cierta sobreabundancia sobre el interés empresarial, justo si quiere ser comercialmente ventajosa. Sólo puede cumplir con su función instrumental si hasta cierto punto va más allá de esta función, del mismo modo que una religión sólo puede cumplir su función antropológica y social si su objeto no se define por esa función; es decir, en el momento en el que el creyente cree que Dios existe realmente más allá de todas las funciones y que Dios sólo está presente ante los hombres en la medida en que posibilita a los hombres estar presentes ante Dios.

Queda fuera de cualquier duda el hecho de que la confianza, si no imprescindible, es de la máxima importancia para la dirección de una empresa. Ciertamente, todas las relaciones comerciales e intraempresariales se basan en contratos, pero ningún sistema contractual puede ser tan completo que pueda prescindir de ciertos presupuestos tácitos. Sin algo de juego limpio, sin la suposición de que el contrato no se ha formulado con segundas intenciones, de modo que pueda ser interpretado inesperadamente en perjuicio del socio, etc., etc.; sin todo esto no puede funcionar ninguna cooperación. Cuando empezamos a escribir en un contrato que las partes contratantes no van a mentirse mutuamente sobre puntos relevantes del mismo, entonces todo el papel del mundo no es suficiente para hacerlo no impugnable. Al final deberíamos firmar un metacontrato en el que los socios se obliguen a cumplir el contrato. Pero ¿qué pasa si no cumplen este metacontrato? Cuando hemos visto que sin una elemental confianza no hay posible cooperación, la cuestión de la maximización de la confianza intraempresarial sólo puede referirse al espacio que concedamos al contrato implícito, es decir, a la confianza misma. Y hay razones de peso para no volver demasiado estrecho este espacio.

lunes, 6 de junio de 2022

Evaluar al fin y al cabo

Octavo fragmento de la conferencia de Robert Spaemann pronunciada en Madrid el 19 de mayo de 2005 titulada Confianza. Publicada en la revista Empresa y Humanismo Vol. IX, 2/05, pp. 131-148. El texto de la conferencia completa se puede obtener en el enlace: https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/7007/4/Confianza.pdf

VIII. Confianza y persona

Y la confianza, con frecuencia, no puede basarse en un conocimiento íntimo de las personas con las que tenemos algo que ver. A menudo la confianza sólo se dispensa indirectamente a personas. La confianza en la seguridad de una moneda, en la solvencia de una empresa, implica ciertamente una confianza en la competencia de los responsables, pero constituye sólo un factor; otros factores se sustraen a menudo a la responsabilidad atribuible a personas particulares. Por ello la responsabilidad correspondiente es comparable más bien al cálculo de probabilidad que hacemos mentalmente cuando nos sentamos en un coche o un avión. Lo personal es siempre sólo un factor entre otros. Por cierto, a este elemento personal se une también el hecho de ser nosotros mismos dignos de confianza. El “fallo humano” puede ser también el nuestro, y un aprendiz de conductor, al igual que un hombre viejo, en trayectos largos se fía antes de la competencia de un conductor experimentado que de sí mismo.

Pertenece a la particularidad de las personas el que no son simplemente idénticas consigo mismas, sino que pueden actuar y comportarse frente a sí mismas. Pueden querer tener otro carácter, otras capacidades, etc. y no tienen la sensación de ser otra persona, si ellas fueran distintas. Esta capacidad de establecer una distancia interior frente a sí mismo posibilita algo así como la autoconfianza, a pesar de que confianza significa en el fondo una relación entre al menos dos personas. Podemos comportarnos frente a nosotros mismos como frente a una segunda persona. Podemos ponderar si en un caso concreto preferimos confiar en nosotros mismos o en otro. Y esto no es solamente válido para la confianza en la competencia, sino incluso para la confianza en la integridad moral. Un hombre razonable no se considerará como el hombre moralmente más fidedigno del mundo.

Resumamos: Hablamos de confianza en sentido propio cuando se trata de una relación entre personas. Hablamos de confianza en sentido en parte metafórico y en parte propio cuando se trata de una relación con sistemas, aparatos o instituciones, en tanto en cuanto una confianza tal contiene siempre implícitamente la confianza en la competencia y la integridad de aquellas personas que actúan en esos sistemas y gracias a cuya interacción los sistemas son lo que son. Hablamos en un sentido completamente metafórico y, en el fondo, improcedente, de la confianza en el futuro -una actitud irracional sin fundamento en las cosas mismas-.

miércoles, 1 de junio de 2022

Jugársela por amor

Séptimo fragmento de la conferencia de Robert Spaemann pronunciada en Madrid el 19 de mayo de 2005 titulada Confianza. Publicada en la revista Empresa y Humanismo Vol. IX, 2/05, pp. 131-148. El texto de la conferencia completa se puede obtener en el enlace: https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/7007/4/Confianza.pdf

VII. Confiar es hacerse vulnerable

En el capítulo anterior
Perdonar es un acto de voluntad, la confianza es un acto cognitivo, una convicción, y ésta no se puede producir y reproducir voluntariamente. Lo que se puede hacer es actuar como si uno confiara sin confiar realmente. Debe haber sido el caso de la mujer de Dostoievski, cuando éste volvió otra vez a sablearla para conseguir que le diera dinero para jugar. Era el último dinero que a ella le quedaba, una pequeña herencia. Y él le habló de una inversión de grandes perspectivas, para la cual necesitaba el dinero. Se lo dio amablemente y sin vacilar. Supongo que no le creyó ni una palabra. Pero hizo lo que le pidió. Y él ¿cómo no? lo perdió todo en el juego. Pero la vergüenza por haber abusado de la confianza -aunque no se tratase por parte de su mujer, según pienso, de confianza cognitiva, sino práctica- lo curó de una vez para siempre de su adicción al juego. Un ejemplo heroico de la fuerza transformadora de la confianza.

En este capítulo

Pero sigue siendo un ejemplo particular. De ahí no se puede deducir que cualquier confianza produce su propia justificación. En el caso de Dostoievski se añade una cosa sustancial: el amor. La confianza no puede mostrarse de otra forma que no sea haciéndose vulnerable el que confía: él se entrega voluntariamente a una situación de debilidad, aunque tal vez a la larga surja de ella una situación de fuerza. El que ama siempre se halla en una situación de debilidad, y el que ama está dispuesto a dispensar una porción de confianza no justificable objetivamente o a través de la experiencia. La mujer de Dostoievski estaba dispuesta a perder la apuesta; sólo por este motivo, ganó; y sólo pudo ganar porque Dostoievski sabía que ella le amaba.

Esto no se aplica a todas las relaciones de confianza. No se aplica a la confianza económica, ni a la confianza dentro de las empresas, ni a la confianza en política; en ámbitos, por tanto, en los que ella es de suma importancia. También aquí es válido, sin embargo, que confiar significa volverse vulnerable. El problema reside en el hecho de que en estos casos la prestación previa de confianza ya no se puede entender como prolongación de aquella confianza originaria que desarrollamos de niños.