Segundo fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado ¿Tienen los no nacidos derecho a la vida?, en alemán: Haben Ungeborene ein Recht auf Leben? Publicado inicialmente en Zeitschrift für Rechtspolitik, 7/5 (1974), páginas 114-118. Posteriomente por EIUNSA en Robert Spaemann: Limites. Acerca de la dimensión ética del actuar (2003), capítulo 29, páginas 346-352.
Influencia frente a determinación
II. En contradicción con los resultados de la psicología social
Sin embargo, la reductio at Hitlerum no puede sustituir a reductio ad absurdum. Volvamos por ello otra vez a las reflexiones de Rüpke. A primera vista son seductoras porque aparecen como una especie de aplicación de la reciente teoría científica de la socialización*. Es indiscutible que el hombre sólo se convierte en lo mentado con la palabra «hombre» a través de un proceso en el cual la dedicación de los adultos a él desempeña un cometido decisivo. No hay razón sin lenguaje, ni lenguaje sin comunicación, y en lo relativo a la comunicación el niño necesita la iniciativa de una persona de referencia adulta. En consecuencia, lo que caracteriza al hombre como persona no se puede leer en el caso límite del embrión que todavía no ha recibido ninguna impronta social, sino en el hombre adulto.
Por otra parte, la moderna antropología y la zoología comparada han podido mostrar que el hombre, debido a su constitución biológica, para poder realizar la naturaleza propia de su especie está más necesitado de la impronta social que cualquier otro ser vivo. Tan pronto se trata del hombre, precisamente ya no se puede, como cree Rüpke, separar el «sustrato biológico», en cuanto objeto de la ciencia natural, de la «personalidad» infantil en cuanto producto de relaciones psicosociales. En el hombre las realidades biológicas sólo se pueden interpretar a la luz del «destino» social y personal.
Sin duda: a decir «yo» no aprendemos hasta que nuestros padres nos lo enseñan. Pero después decimos, por ejemplo: «Nací o fui engendrado tal día». Esto es, decimos «yo» en referencia a un ser que en el momento del que estamos hablando todavía no decía «yo». No separamos nuestro yo como producto de influencias psicosociales de aquel organismo independiente que fue interpelado como «tú» y que a resultas de ello aprendió a decir «yo». Sólo desde la realidad alcanzada podemos interpretar retrospectivamente lo que nosotros, potencialmente, éramos ya desde el principio.
Podemos aclarar mejor lo que aquí está verdaderamente en juego si tenemos presente la peculiaridad de esos actos «que constituyen la personalidad», actos efectuados por las personas de referencia y que, según Rüpke, hacen que surja un derecho a la vida que no existe con anterioridad a ellos. Ningún niño crecería hasta convertirse en un hombre sano si sus padres compareciesen frente a él en la actitud de quien «quiere hacer algo de él». Antes bien, la madre -en una regresión espontánea, según hoy sabemos- comparece frente a su hijo como interlocutora de un proceso de comunicación. Habla con él, le sonríe, etc., y así hace que «surja» el interlocutor. La dedicación al niño tiene desde el comienzo el carácter del reconocimiento de un «sujeto», y solo así, y no como «criatura» de sus padres, puede llegar a ser «para sí» lo que es «en sí»: sujeto.*La socialización es el proceso mediante el cual el ser humano aprende, en el transcurso de su vida, los elementos socioculturales de su medio ambiente y los integra a la estructura de su personalidad bajo la influencia de experiencias, sucesos y de agentes sociales.
-continuará-
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