sábado, 25 de junio de 2016

El "dejar ser" de Heidegger

Fragmento de la entrevista de Christian Geyer y Carlos Gebauer a Robert Spaemann para el periódico Die Welt con el título Una crítica a la indiferencia ante la vida. Reproducida en la revista Nuestro Tiempo nº 407, Pamplona, mayo 1988. Traducción: Manuel Rico.

EL "DEJAR SER" DE HEIDEGGER

-¿No podría tener su crítica de la indiferencia ante naturaleza y vida sus raíces en un conocimiento científico mal enfocado? Da que pensar cuando Thomas Hobbes escribe: "Reconocer una cosa significa saber qué se puede hacer con ella cuando se tiene".

-La frase caracteriza exactamente ese tipo de ciencia moderna que desde el principio ha sido un programa híbrido. Ella, precisamente, ha prescindido sistemáticamente de que los seres naturales tienen una constitución determinada propia, de que se juegan algo, circunstancia que el hombre debe respetar. En lugar de ello, no recelan de objetivar radicalmente la naturaleza, y esta objetivación no se ha detenido siquiera ante el sujeto de ese dominio: la persona. Cuando la persona se convierte, hasta en sus actos espirituales, experimentalmente en objeto de hipótesis biológicas, esto significa que su contaminación de individuo, de sujeto, se disuelve.


-Para muchos es Martín Heidegger el más importante pensador de esa ética pensada en el "dejar ser". Este filósofo se ha visto de repente en la línea de fuego de la crítica pública porque presuntamente era un nazi convencido. ¿Cómo valora usted la actual discusión en torno a Heidegger?

Heidegger
-Yo no soy historiador. Lo seguro es que la filosofía de Heidegger ha tenido una gran influencia en muchas partes del mundo. Y en pensadores con orientaciones políticas tan diferentes que es imposible ordenar la filosofía de Heidegger bajo cualquier ideología política. Actualmente no puedo profundizar más en su pregunta. Quizá baste con hacer referencia a que para Heidegger el concepto de libertad estaba íntimamente unido con la idea de dejar ser. Este pensamiento se entiende, sin duda, mejor ahora que en la época en que fue enunciado.

-A propósito del "dejar-ser". Usted habló de un programa híbrido de la ciencia moderna, que ya se ha adueñado incluso de la persona. ¿Cómo juzga en relación con esto la fecundación artificial?

-Se trata de instrumentalizar a la persona cuando se reduce artificialmente la dimensión potencial de transmisora de vida de la unión sexual, para convertirla así en mero instrumento de un aumento subjetivo de placer. Al contrario, se degrada igualmente la persona cuando se disocia la transmisión de la vida humana del acto placentero del que es consecuencia natural y que llamamos fecundación. Rechazo también la fecundación artificial porque en ella, por primera vez, una persona se convierte en criatura de otra persona.

-¿Puede aclarar su reserva?

-Nosotros entramos en la sociedad por naturaleza, por derecho propio, como consecuencia natural del amor. En la reproducción de los niños-probetas el niño es obligado a venir al mundo, en la medida en que ha sido compuesto manualmente. Y ese niño, si es infeliz, puede dirigirse algún día a sus padres y decirles: ¿Por qué me obligasteis a venir al mundo? Un padre y una madre normales pueden responder despreocupadamente a la pregunta diciendo: has venido al mundo igual que lo han hecho el resto de las personas. En el otro caso los padres están obligados a rendir cuentas, y en mi opinión una persona no puede dar cuenta ni de la vida ni de la muerte de otra persona, ya que eso sobrepasa aquello de lo que nosotros podemos responder.

-En este punto sean citadas una vez más las palabras de su colega Odo Marquard, que nos previene de una ética de las grandes prohibiciones y solicita una moral no censuradora.

Marquard
-Eso me parece una solicitud algo ambigua. No podemos idear una ética. Si Odo Marquard se refiere a que no todo lo que debemos prohibirnos lo debe prohibir el Estado, entonces estoy de acuerdo con él. Pero la pregunta sobre qué es el bien y el mal no se deriva ni de leyes estatales o eclesiásticas, ni de los libros de profesores de ética, sino de la naturaleza de la cosa. El hundirse en la arbitrariedad es equivalente a una pérdida de humanidad. Y una conciencia sensible es algo muy diferente de escrupulantismo.

-Si lo hemos entendido correctamente dice usted: no todo lo que la naturaleza de la cosa permite, debe ser impuesto jurídicamente.

-Naturalmente yo no quiero ver prohibido jurídicamente todo lo que es malo. Por otra parte, una persona que reflexione debía estar interesada en que -allí donde se ven afectados los derechos de otro- le fijen las fronteras desde fuera. Tomemos por ejemplo la contaminación atmosférica por medio de la industria. Es pedirle demasiado a la industria, el decirle, que debería ser responsable con el medio ambiente. Su trato responsable con el medio ambiente consiste en respetar las leyes. O piense en el científico. Tiene un elemental interés en experimentar. Y las fronteras de esa experimentación deben serle formuladas desde fuera. Yo también tengo interés en llevarme, sin muchos inconvenientes, los libros de la biblioteca de mi facultad, con la consecuencia de que les faltaría a los estudiantes. Por eso soy partidario de que el control bibliotecario también me afecte a mí. Si el científico que experimenta con animales, insiste en que las fronteras de su actividad las debe dictar él, eso es insensato. Un juez honesto se autoexcluye por presunta parcialidad cuando existe un conflicto de intereses y él está involucrado.

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