sábado, 24 de septiembre de 2016

Creencia, increencia e indiferencia

Fragmento del artículo de Robert Spaemann publicado por el periódico Die Welt el 26 de marzo de 2005 con el título: ¿Por qué si Dios no existe no podemos pensar en absoluto? Traducción del alemán de José María Barrio Maestre publicada en Nueva Revista.

La noción de Dios está presente allá donde hay hombres. A veces también de forma desfigurada. Por primera vez esta noción fue planteada de modo conceptual en la filosofía griega y también por primera vez en Israel perdió su índole de noción y se convirtió en una experiencia de fe comunitaria hasta que más tarde en el mismo Israel aparece Jesús de Nazaret y dice: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre” Sin embargo, la cuestión subsiste hasta nuestros días, retadora: ¿Se corresponde esa noción con algo real? Sabemos lo que pensamos cuando decimos “Dios”. Es verdad que tenemos, como dice Kant, una idea pura de este altísimo ser, un “concepto que contiene y corona toda la experiencia humana”; pero ¿por qué tenemos que creer que esa noción se corresponde con una “realidad objetiva”, como dice también Kant? ¿Qué razón tenemos para creer que Dios es algo más que una idea, y en qué nos fundamos para creer que existe?

Respuestas se han dado varias, desde la negación atea hasta la postura agnóstica -que niega la posibilidad de dar respuesta a la cuestión de Dios-, pasando por la afirmación de quienes piensan que hasta ahora no se ha encontrado ninguna respuesta suficientemente satisfactoria. Todas estas posturas, aunque erróneas, merecen respeto, pues ante todo responden a convicciones humanas -no porque sean verdaderas sino porque hay personas que con ellas se identifican-.

Sin embargo, no merece respeto alguno la opinión -hoy extendida, y en gran parte no articulada con claridad- de que la respuesta a esta cuestión no es demasiado importante, sino que, muy al contrario, hay otras inquietudes más relevantes que son las que realmente nos mueven, de manera que no vale la pena dedicar nuestro tiempo a reflexionar sobre Dios. A su tiempo –cuando éste se nos acabe- podremos confirmar si existe Dios y si hay una vida después de la muerte. Que una persona sea decente en ningún caso depende de que crea en Dios o no -continúa esa argumentación-. En definitiva, también los suicidas islámicos creen en Dios, y justamente esa fe les lleva a cometer su atrocidad.

Pues bien, yo afirmo que este modo de pensar no merece de ningún modo nuestro respeto porque, como decía Sócrates, delata a un hombre miserable. ¿Qué diríamos de alguien que ha sido rescatado de una situación desesperada, a quien se le ha devuelto a la vida, y que recibe multitud de favores, que a la postre se debatiera en la duda de atribuir todo eso a una casualidad o al secreto regalo de una persona llena de amor? Y si ese hombre dijera: “Esa cuestión no me interesa; lo que tengo ya lo tengo; y si detrás de ese don hubiera amor, ahora ya me es indiferente, pues en todo caso no se lo voy a agradecer”. Un hombre digno de nuestro respeto, tendría en esa situación el deseo de dar las gracias, si pudiera encontrar a quien debe recibirlas; y haría todo lo que estuviera en su mano, para descubrirlo.

De modo similar, querría ese hombre respetable lamentarse si hubiese alguien a quien dirigir sus quejas.

Texto completo en el enlace: http://arvo.net/dios-existe/por-que-si-dios-no-existe-no-podemos-pensar-en-absoluto/gmx-niv588-con17008.htm

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