En el cristianismo el culto ritual es símbolo de la vida ética del cristiano como «culto interno», y la Transustanciación representa el más profundo punto de partida para la trascendencia y la humanización de la naturaleza. Sobre ello descansa, por otro lado, toda cultura. El sacrum commercium del mundo divino y del humano tiene su correspondiente análogo en el sacrum commercium de espíritu y naturaleza en el hombre mismo. La moderna civilización cientifista contrapone la res cogitans y la res extensa, siguiendo a Descartes. De un lado hay un sujeto abstracto llamado «la ciencia», y de otro el mundo natural en su conjunto, que queda reducido a mero objeto de esa ciencia. Pero ya no puede hablarse de cultura cuando el espíritu carece de la dimensión natural, y cuando la naturaleza está desprovista de espíritu. Cultura quiere decir originariamente agricultura, es decir, ennoblecimiento de la naturaleza. La civilización cientifista acusa una tendencia tanto al espiritualismo como al materialismo, enemigos ambos de la cultura. La lucha de la Iglesia católica por una concepción espiritual de la naturaleza humana y una concepción natural de la personalidad humana, contrarresta esa descomposición y representa la más importante contribución práctica del cristianismo a la conservación de la cultura humana.
Esa resistencia se manifiesta por igual en la batalla contra el aborto y en la batalla contra la eutanasia, la contracepción y la fecundación in vitro. La unidad de naturaleza y personalidad en el hombre vivo tiene su comienzo en el nexo entre unión sexual y procreación. Como la resistencia contra la artificial separación de ambos, así como la resistencia contra la fabricación de seres humanos, se basa en el genitum non factum (engendrado, no hecho), (1) que debe ser válido para todo hombre. Por desgracia, en esa resistencia la Iglesia continuamente ha de renunciar a la ayuda de quienes están llamados a anunciar e interpretar las razones de su oposición. En mi país hay academias católicas sufragadas por los fieles creyentes, aunque controladas por los obispos, que ponen su organización al servicio de la propaganda contra la enseñanza de la Iglesia en esas cuestiones. Si los obispos callan en esto, ese silencio será interpretado por los creyentes, de manera natural, según la máxima qui tacet consentire videtur (el que calla otorga).
Justamente lo que hoy a muchos se antoja como estúpida estrechez de miras de la Iglesia, y como sujeción a las pautas de conducta tradicionales, ha de contemplarse bajo una nueva luz: como resistencia contra lo que C.S. Lewis ha denominado «la abolición del hombre». (2) La civilización cientifista representa la tendencia a esa abolición en su deriva hacia el espiritualismo, el materialismo y la fractura de la naturaleza humana. Si Europa no vuelve a encontrar la perla preciosa que constituía su núcleo central, acabará convirtiéndose en el lugar más privilegiado del planeta para asistir a la desaparición del hombre.
(1) Tomado de la profesión de fe (credo) de los cristianos, referido al Hijo de Dios. (nota del traductor ).
(2) C. S. Lewis: La abolición del hombre, Madrid, Ediciones Encuentro, 1990 («Abolition of man»).
(2) C. S. Lewis: La abolición del hombre, Madrid, Ediciones Encuentro, 1990 («Abolition of man»).
Texto completo en español: http://www.dfists.ua.es/~gil/seleccion-de-articulos.pdf (artículo 5, páginas 43 a 51)
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