viernes, 2 de septiembre de 2016

Cristianismo y cultura europea

Fragmento de la conferencia pronunciada por Robert Spaemann en Roma con el título: La cultura europea y el nihilismo banal, o la unidad de mito, culto y ética, en noviembre del 1991, en el Simposio Presinodal sobre Cristianismo y Cultura. Traducción del alemán: José María Barrio Maestre.

El último hombre de Nietzsche: la encarnación del nihilismo banal. A esto hoy se le llama «liberalismo», y este liberalismo tiene dispuesto un vocablo intimidatorio para todo aquello que no se le somete: «fundamentalismo». Un fundamentalista, en este sentido, es todo aquel que toma en serio algo que le parece no estar completamente a su disposición. Para el liberalismo banal, la libertad es multiplicar las posibilidades de opción, pero sin admitir que una de ellas valga realmente la pena de manera que obligue a renunciar a las demás. El Evangelio, en cambio, habla de una opción de este tipo: el tesoro escondido en el campo, o la perla preciosa, por la que quien la encuentra vende todo lo demás.

Ese tesoro fue el que nutrió la cultura europea. Quienes para obtenerlo vendieron todo lo que tenían fueron los santos. De todos modos, la Europa cristiana no se componía predominantemente de santos. Más bien al contrario. Sin embargo, mientras existió esa Europa cristiana no había duda de que los santos habían escogido la mejor parte. Ellos eran quienes al fin y al cabo mejor representaban los parámetros de valor vigentes. Al perder ese tesoro, a Europa sólo le queda el nihilismo banal, es decir, el final de toda cultura que merezca ese nombre.

No obstante, si estuviera previsto en el plan de Dios que la Iglesia vuelva a constituir en Europa una fuerza cultural determinante, sólo entonces se haría visible como refugio de quienes huyen de la banalidad, como la auténtica alternativa, como lo realmente otro que la civilización banal, esto es, como la Iglesia de los Santos. La renovación cristiana de Europa no saldrá de simposios ni de congresos, ni siquiera de oficinas de planificación, academias católicas o facultades de teología, ni tampoco de instituciones de carácter socio-pedagógico, que ya desde hace bastante tiempo carecen de suficientes cristianos creyentes para poder trabajar con auténtico espíritu cristiano. Una Iglesia adaptada al espíritu de los tiempos interesará cada vez menos en el futuro. Los momentos de mayor auge cristiano siempre han ido precedidos de períodos de repliegue, de tomar distancia y de volver al discernimiento. Sin el repliegue de San Benito en la soledad de Subíaco no se habría convertido este santo en el patrón de Europa. La renovación católica que produjo, a comienzos del siglo XX, el retorno masivo a la Iglesia de intelectuales y artistas, no fue resultado del catolicismo ilustrado del siglo XVIII; fue más bien consecuencia del Syllabus de Pío IX, que desafió al liberalismo religioso del siglo XIX que pretendía arrojar temporalmente a la Iglesia en una especie de guetto. En cualquier caso, el destierro temporal en el llamado guetto es patentemente un punto de partida menos inoportuno para la evangelización que el acomodo al espíritu de los tiempos, actitud en la que la sal se va volviendo insípida.

Si la presencia de lo divino en la sociedad representa el núcleo central de toda cultura auténtica, en ese caso el servicio cultural de la Iglesia en Europa consistirá, en primer término y antes que nada, en exponer dicha presencia. Que la Iglesia tenga para la cultura europea un significado decisivo dependerá entonces de que sea ella misma por entero, y de que tanto en la doctrina como en el culto y en la ética conserve su identidad, o la recupere. Esta presencia tiene una doble forma, una de carácter cognitivo y otra práctica: el mito y el ethos. La fuente en la que ambos beben es el culto, la ofrenda cultual, es decir, el sacrum commercium, el sagrado intercambio entre mundo divino y humano.

Texto completo en español: http://www.dfists.ua.es/~gil/seleccion-de-articulos.pdf (artículo 5, páginas 43 a 51)

No hay comentarios:

Publicar un comentario