domingo, 4 de septiembre de 2016

El culto cristiano

Fragmento de la conferencia pronunciada por Robert Spaemann en Roma con el título: La cultura europea y el nihilismo banal, o la unidad de mito, culto y ética, en noviembre del 1991, en el Simposio Presinodal sobre Cristianismo y Cultura. Traducción del alemán: José María Barrio Maestre.

El culto cristiano es la representación de un sacrificio. La víctima representa la real y violenta negación de la autoafirmación de lo finito frente a Dios. «No se haga mi voluntad, sino la tuya», dice Cristo al comienzo de su Pasión. La víctima del Gólgota cancela, así, todos los altares y víctimas propiciatorias de la historia, ya que supone el cumplimiento del propósito de esos altares. En el centro preciso de la ofrenda cultual de la Iglesia se sitúa la Transustanciación, el paradigma de todo el arte europeo que iba más allá del mero entretenimiento. Durante más de mil años la celebración de este culto -núcleo central de la cultura artística y del continente- fue incesante fuente de inspiración para las artes plásticas, la poesía y la música hasta mitad del siglo pasado. Habría que meditar por qué esa fuente de inspiración se ha secado repentina y completamente desde los años 60.

Que la renovación interior de la Iglesia tenga auténtica relevancia cultural depende, en primer término, del restablecimiento de una celebración de la Misa en que se destaque de forma inequívoca el carácter del misterio, el del sacrificio y el de la plegaria. Para eso es preciso que de esa celebración puedan expurgarse muchas arbitrariedades. Una gran obra de arte nunca es arbitraria. (1)

A ello también contribuiría que se descarte la posibilidad de transformar la celebración de la Misa en un evento socio-pedagógico. Esto podría lograrse, ante todo, restableciendo la orientación común de la plegaria del sacerdote y el pueblo. La generalización de los altares coram populo (orientados de cara al pueblo) anula la diferencia entre altar y púlpito. Y si el micrófono llega hasta el altar, casi inevitablemente se produce la impresión física de que el sacerdote es un animador que desea llevarnos a la oración mediante algo distinto de aquello que a él mismo le lleva a rezar . (2)

Por otro lado, la lengua latina -la que exige el Concilio Vaticano II como verdadera lengua litúrgica- supone para Europa occidental y central una contribución esencial para la unidad de la Iglesia europea y para la unidad de nuestra cultura. En mi ciudad sólo se encuentran juntos los domingos, como católicos, alemanes, franceses, polacos, rumanos e italianos donde se celebra una Misa en latín, mientras los paisanos del lugar se desperdigan por todas partes para la celebración litúrgica. Sólo menciono algunos detalles para subrayar que algo habría de cambiar para que la celebración del misterio de nuestra salvación vuelva a ser el centro de la vida cultural de Europa.
(1) He aquí un extracto del ensayo que Robert Spaemann ha publicado en el cuaderno 2 de la serie de escritos del Christkönigsjugend (CKJ): ”¿Qué significa el progreso?”.
Llamamos bello a lo que de una manera abstracta e inefable nos atrae internamente. La Santa Misa -la Liturgia divina, como la denomina la Iglesia Oriental- constituye el lugar de la belleza celeste precisamente como adoración y ofrenda dirigida por entero al Padre.
En Europa figuró durante miles de años como el centro de todas las artes. Puesto que es en cierto modo el prototipo de la obra de arte, no le está permitido nada arbitrario. Cada detalle es importante. Por eso la misa ha inspirado siempre a grandes poetas y músicos, y por ello han sido también artistas los que reiteradamente han considerado fracasada la reforma litúrgica experimentada en la Iglesia católica después del Concilio Vaticano II, ya que a causa de ella se ha introducido la arbitrariedad, y con ello la banalidad en la Liturgia. Nuestra espontaneidad no se parece en nada a la de las primeras generaciones de cristianos; la «vida en el espíritu» hace posible que aquello que formula el sacerdote o la asamblea litúrgica pueda ser acogido por el resto de los cristianos con un «Amén»
(...). Arbitrariedad es lo contrario de legalidad inmanente a cada obra de arte. Sólo como consecuencia de esa legalidad se sentirá la secreta atracción de lo bello. Si se empieza por «configurar» la Liturgia desde la óptica del cambio, de lo interesante e innovador, inevitablemente se llega al aburrimiento. La permanente expectación de lo nuevo sólo puede acabar cansando. A largo plazo, la Misa en modo alguno podrá resultar interesante. En un mundo a la caza de novedades y de permanente logomaquia, de año en año se hará más fascinante la celebración de la adoración, del sacrificio y del ágape siempre en la misma forma sacral. Hoy se lamenta a menudo la pérdida del nexo entre fe, Iglesia y cultura. Ese nexo no se restablecerá por medio de congresos ni de eventos, sino poniendo nuevamente cada cosa en su sitio, y restableciendo en su lugar lo que ha de constituir el centro de cada cultura cristiana, a saber, el culto cristiano.
(2) Las palabras que dirige a Dios no son las mismas que dirige al pueblo fiel. El lenguaje de la plegaria no es el mismo que el de la predicación: catequesis y exhortación. (nota del traductor ).

Texto completo en español: http://www.dfists.ua.es/~gil/seleccion-de-articulos.pdf (artículo 5, páginas 43 a 51)

1 comentario:


  1. Spaemann no es católico ni un gran filósofo. Él es un sensualista filosofico. Él piensa que la sustancia es accesible a los sentidos. Peor aún, que se limita a lo que está disponible para los sentidos.

    Spaemann alejándose así del núcleo de la Metafísica de Aristóteles, que está tratando de probar todo lo contrario, y alejándose así de toda la Philosophia Perennis, incluyendo la escolástica.

    Lo peor es que este concepto de sustancia contradice la fe directamente, en los misterios básicos de la fe de la Santa Trinidad, la unión hipostática y la transubstanciación. Además, María no puede explicarse como la Madre de Dios con su falso concepto de sustancia.

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