Los albores de la Ética
Para hacer algo, debemos quererlo. Si tenemos un deber, entonces eso quiere decir que debemos quererlo... A quien nada quiere no se le puede plantear ninguna exigencia. Si uno se encuentra en un estado de apatía, de falta de voluntad, entonces cualquier deber cae en el vacío.(continuación)

Cuando, hace 2.500 años, comenzó la reflexión filosófica sobre la Ética -es decir, sobre la vida recta-, no se inició con la pregunta sobre lo que debemos hacer, sino con la pregunta sobre lo que propiamente y en el fondo queremos, pues la mayor parte de lo que queremos no lo queremos propiamente en sí ni por sí mismo, sino que gracias a eso pretendemos lograr una cosa distinta; es lo que muestran los ejemplos del atracador y del médico.
Todo deber tiene que fundarse en un querer previo, de otro modo no tendríamos razón alguna para hacer propio ese deber. Si supiésemos lo que queremos verdaderamente y en el fondo -pensaban los griegos-, entonces sabríamos lo que tenemos que hacer, y sabríamos en qué consiste la auténtica vida. Lo que verdaderamente y en el fondo queremos, causa de cualquier otro deseo y acción, lo denominaron los griegos "el bien" o "bien supremo".
La pregunta: "¿cuál es el supremo bien?", sobre la que giraba toda la Ética antigua, no significa: "¿qué es lo moralmente justificado?", sino: "¿cuál es propiamente el último fin de nuestras tendencias?". Si se conociese, entonces se podrían diferenciar también las morales atendiendo a si son naturales o no-naturales y represivas. Naturales serán aquellas que nos ayuden a alcanzar lo que de verdad y en el fondo queremos; y serán no-naturales las que no lo hacen. Los sistemas normativos pueden ser antinaturales de dos maneras: por entregar al hombre en manos de otro, o por hacerlo al propio capricho.
También la heterodeterminación se apoya en la propia voluntad; pero quien tiene la fuerza puede hacer depender el logro de nuestros deseos del previo cumplimiento de los suyos, aunque éstos se opongan a aquéllos; lo mismo que en el caso del atracador que nos permite vivir a condición de que le entreguemos nuestra cartera.
En este sentido, se nos pueden inculcar normas morales que, en sí mismas, no sirven en absoluto a nuestros intereses, precisamente en cuanto que tan sólo podemos alcanzar lo que queremos si cumplimos esas normas. Tales morales son "dominación interiorizada". Pero también es no-natural una moral que nos entregue en manos de nuestro capricho, es decir, en manos de nuestros deseos y gustos del momento, que nos hacen errar sobre lo que propiamente queremos por falta de conocimiento o de autodominio.
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Uno de los diálogos entre Bastián y el león Graógraman de La Historia Interminable puede ilustrar el texto expuesto de Spaemann:
Bastián le enseñó al león la inscripción del reverso de la Alhaja.
¿Qué significa -preguntó- “HAZ LO QUE QUIERAS”? Eso quiere decir que puedo hacer lo que me dé la gana, ¿no crees?
El rostro de Graógraman pareció de pronto terriblemente serio y sus ojos comenzaron a arder.
No -dijo con voz profunda y retumbante-. Quiere decir que debes hacer tu Verdadera Voluntad. Y no hay nada más difícil.
¿Mi Verdadera Voluntad? -repitió Bastián impresionado- ¿qué es eso?
Es tu secreto más profundo que no conoces.
¿Cómo puedo descubrirlo entonces?
Siguiendo el camino de los deseos, de uno a otro, hasta llegar al último. Este camino te conducirá a tu Verdadera Voluntad.
No me parece muy difícil -opinó Bastián-.
Es el más peligroso de todos los caminos -dijo el león-.
¿Por qué? -pregunto Bastián-. Yo no tengo miedo.
No se trata de eso -retumbó Graógraman-. Ese camino exige la mayor autenticidad y atención, porque en ningún otro es tan fácil perderse para siempre."
(Michael Ende: La historia interminable. Capítulo O)
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