Voluntad y exigencia
En el primer capítulo * se trató de algo que todos sabemos: que existe una diferencia entre lo mejor y lo peor, entre lo bueno y lo malo; una diferencia que hace relación no sólo a las necesidades de un individuo, de una persona determinada, sino que expresa una valoración absoluta, totalmente independiente de la correspondiente referencia.Y lo que todos sabemos ya de modo espontáneo es que esta diferencia tiene un valor general, a pesar de todas las diferencias históricas y culturales que se dan en un individuo. Ciertamente podemos comparar una vez más los comportamientos estándar de las diversas culturas. Y podemos además dar una mejor calificación a los estándares morales de otras culturas que a los nuestros.
Se trataba ante todo de defender ese conocimiento primario frente a las objeciones escépticas y relativistas. Una mejor comprensión de lo que entendemos exactamente por una vida auténtica o falsa, por bien o mal, bueno o malo, supone alguna reflexión más, que ahora iniciamos.
Tenemos costumbre de unir las susodichas cuestiones morales con la palabra deber, con la idea de exigencia, mandato. Las exigencias se dirigen a nuestra voluntad. Para hacer algo, debemos quererlo. Si tenemos un deber, entonces eso quiere decir que debemos quererlo.
"Yo hago lo que quiero"; como tal, es una manera de hablar completamente banal, pues como vimos en el capítulo primero, cada uno hace lo que quiere. La pregunta es: “¿por qué yo quiero algo?". El que obedece al médico que le prohíbe el placer de comer carne asada, lo hace porque quiere curarse o porque quiere continuar sano. Quien entrega su cartera a un asaltante, lo hace porque quiere salvar su vida o sus huesos. A quien nada quiere no se le puede plantear ninguna exigencia. Si uno se encuentra en un estado de apatía, de falta de voluntad, entonces cualquier deber cae en el vacío.
*Desarrollado en las entradas precedentes con el título Sobre el bien y el mal
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