Irrupción del hedonismo
...se nos pueden inculcar normas morales que, en sí mismas, no sirven en absoluto a nuestros intereses... Pero también es no-natural una moral que nos entregue en manos de nuestro capricho, es decir, en manos de nuestros deseos y gustos del momento, que nos hacen errar sobre lo que propiamente queremos por falta de conocimiento o de autodominio.(continuación)
Ahora bien, ¿existe un deseo fundamental del ser humano, un deseo tal que se puedan medir con él todos los deseos particulares y todas las aspiraciones, lo mismo que las normas vigentes en una sociedad? Si es así, ¿en qué consiste?
La respuesta más antigua a esta pregunta, y aún hoy muy extendida, dice así: lo que nosotros queremos de verdad en el fondo, y aquello por lo que queremos todo lo demás, es lograr el placer y evitar el dolor, o dicho de otro modo más simple: sentirnos a gusto. Lo que contribuya al logro de ese objetivo será bueno, y malo lo que lo dificulte.
Esta concepción se denomina "hedonismo", de la voz griega "hedoné", placer. El hedonismo fue la primera explicación de la razón de nuestra actividad y, a la vez, el primer principio de una moral sistemática. Más adelante veremos que este principio no es suficiente. Pero es bueno aclarar que contiene un descubrimiento, el descubrimiento del que hablábamos al comienzo: antes de tener el deber de hacer algo, debemos desearlo. Si tengo que hacer algo que es bueno en sí mismo, eso debe ser, en algún sentido, bueno para mí, ya que debe ser un motivo de mi actuación, y debo encontrar en él, de algún modo, una satisfacción; de lo contrario, no lo podría querer en absoluto.
Pero el hedonismo interpreta a la vez falsamente este descubrimiento: del hecho de que todo logro de un objetivo de la voluntad vaya unido a una satisfacción, concluye que el verdadero fin de nuestra actividad es esa satisfacción. Todo lo demás se quiere sólo en razón de ese fin. Ahora bien, tal afirmación carece de cualquier fundamento.
Naturalmente que me alegra el poder salvar la vida a un hombre, o mostrar mi agradecimiento a quien me ha ayudado, ya que le doy una alegría. Pero es totalmente falso afirmar que lo haya hecho sólo para conseguir una satisfacción. Esta es más bien una interpretación posterior hecha por un espectador ajeno, o fruto de una reflexión en la que, por decirlo así, nos hacemos espectadores de nuestros propios deseos, en lugar sencillamente de desear o hacer algo.
No siempre cayeron en este error los filósofos hedonistas. Muchos de ellos, por ejemplo Epicuro, sabían muy bien que el hombre no se mueve en general por estados de placer, sino por múltiples cosas de la vida, importantes y poco importantes, buenas y malas. Pero Epicuro tenía esto por un estado de autoalienación del hombre, por una situación, además, en la que uno se hace permanentemente desgraciado al no alcanzar nunca lo que desea. Por eso no afirmaba que todos los hombres fueran hedonistas, sino que les recomendaba serlo. Debían aprender que el bien supremo no está en las cosas ni en el hombre, sino tan sólo en el placer que en ellos encontramos.
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