La pugna con la autoconservación
Epicuro... no afirmaba que todos los hombres fueran hedonistas, sino que les recomendaba serlo. Debían aprender que el bien supremo no está en las cosas ni en el hombre, sino tan sólo en el placer que en ellos encontramos.(continuación)
Dos variantes podemos distinguir en este hedonismo: positiva una y negativa la otra. Mientras que una trata sobre todo de lograr un máximo de placer, la otra se ocupa de evitar el dolor. La primera es a menudo propia de las clases dominantes de una sociedad, que pueden permitirse el lujo de alargar sus deseos, ya que piensan tener los medios para lograr su satisfacción. La otra variante tiene más bien un corte ascético: tiene pocos apetitos, para reducir al máximo, desde el principio, las posibles frustraciones. Esta última fue la postura de Epicuro, y por lo general va unida al cuidado de la salud: el logro del placer a largo plazo supone la salud.
Todavía una tercera reflexión. El grado de la sensación de felicidad que se experimenta depende, y no en último lugar, del horizonte de la esperanza. Quien se ha acostumbrado a la satisfacción de múltiples y variadas necesidades, no logra a la larga más placer que quien tiene unas necesidades más modestas, siendo su placer más difícil de conseguir. Su preparación requiere más tiempo de vida del que tampoco un hombre rico dispone en mayor cuantía; y además están expuestos a más peligros. Por eso es razonable, al parecer de Epicuro, reducir los deseos.
Finalmente, para Epicuro, también las virtudes de la benevolencia, liberalidad y amistad, pertenecen a la buena vida, ya que estas cualidades son una fuente de alegría para quien las posee. La frase de Jesús: "dar es mejor que recibir" se puede fundamentar también hedonísticamente. El hedonismo contiene bastantes ideas que pertenecen a la ciencia de la vida; pero, a la vez, las echa a perder porque, como veremos, al centrarse en la obtención del propio placer estorba a la verdadera felicidad.
Pero, en primer lugar, conviene aclarar lo siguiente: incluso si partimos de que el hombre desea ante todo el placer, muy pronto en el desarrollo de cada hombre otro impulso sustituye a aquel: el apetito de la autoconservación. En los animales el instinto de conservación, propio y de la especie, va unido al de satisfacción y al de obviar las situaciones de malestar. Entre las condiciones del medio ambiente al animal le gustan las que son necesarias para su conservación. Y tampoco necesita pensar en la conservación de la especie. El mismo se cuida de satisfacer el instinto sexual.
También el hombre posee los instintos del hambre y de la sed, y el instinto sexual. Pero reflexionando expresamente sobre la satisfacción de esos impulsos puede separarlos de su fin natural, que es la conservación propia y de la especie. El mundo no nos sitúa frente al ambiente de una manera determinada ya por el instinto, sino frente a un reino abierto a innumerables posibilidades de satisfacción y también a innumerables amenazas, ya que no podemos realizar sin castigo todos nuestros deseos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario