Influencias coyunturales
De hecho, fuera de un contexto teológico no tiene sentido reducir la ética a una teoría de la justicia, en vez de entenderla como reflexión sobre la perfección humana.
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Pero una vez aceptada -supposito, non concesso- esa reducción, la concreción de lo ético sólo puede ser asunto de aquellos que actúan. El peligro que implica el establecimiento de una especialidad de «ética aplicada» es, en primer lugar, el traslado de la responsabilidad a los llamados especialistas en ética, pero en segundo lugar, el enmascaramiento de las controversias éticas fundamentales. El especialista en «ética aplicada» o «práctica», de cara al público puede utilizar la competencia en la materia que ha adquirido en determinados campos de la praxis para encubrir sus decisiones éticas fundamentales a la vez que las hace prevalecer de manera efectiva. Y resulta interesante que los conceptos «ética práctica» y «aplicada», de suyo por completo neutrales, se liguen hoy en general a posiciones con contenidos muy concretos: en primer término, a posiciones utilitaristas o consecuencialistas, en segundo término, a las de la ética del diálogo.
En el marco de la ética aplicada siempre es posible eludir mediante el argumento de la división del trabajo la confrontación con la universal y autorizada crítica a estas posiciones. «Éste no es el lugar ni el momento para esa discusión. Nosotros vamos al grano». Pero «se va al grano» apoyándose precisamente en aquellos supuestos que se elude tratar a fondo, cuando, no obstante, se recurre a la vez al prestigio de un filósofo moral general. La ética aplicada debería darse únicamente en relación a un ámbito específico, por ejemplo como ética de la economía o ética médica, y ello en estrecha colaboración con las facultades correspondientes y con gente que, por su formación, pertenece a la vez al estamento profesional cuyo ethos es ahí objeto de reflexión. Por lo general, se tratará de personas que no sólo dispongan de los necesarios conocimientos en la materia, sino ante todo de personas a las que mueva el ethos que deja su impronta en el estamento profesional correspondiente.
Los filósofos puros, en cuanto intelectuales que van a su aire, pueden ser ahí extremadamente peligrosos. Como paciente, antes me confiaría a cualquier médico mediocre que a un médico que en un momento crítico delegara el juicio en una comisión ética cuyo miembro más influyente fuera un utilitarista radical. Cuando se trata de cuestiones teóricas, o también de cuestiones éticas de principio, la universidad ha de permanecer abierta como espacio para la discusión libre y sin límites en la que todos son admitidos. Pero cuando se entra en el terreno de la aplicación todo depende de quién defiende qué.
Hay buenas razones para que, ante un tribunal, las posiciones enfrentadas sean defendidas por abogados, que son especialistas en la argumentación jurídica. Pero ninguna de esas posiciones será ni un ápice más justa por el hecho de que sea un abogado quien la defienda. Y ninguna postura ética será mejor porque la defienda un profesor de filosofía o de ética aplicada. La competencia formal no puede aquí llevar al enmascaramiento del lado fundamentalmente político de las controversias. Quien dice que es lícito matar personas por razones de raza debería estar autorizado a decirlo en el plano de abstracción de la filosofía pura, porque de ese modo da ocasión a formular mejor y con más profundidad las razones por las que eso no es lícito. En cuanto «especialista en ética aplicada» no debería en ningún caso poder decirlo. Y quien puede impedir que le sea lícito hacerlo es sólo el Estado. Donde los especialistas en ética aplicada se hallan involucrados en determinadas ramas profesionales marcadas por responsabilidades específicas, hay ahí entre el Estado y el profesor académico una instancia intermedia que desde el principio hace visible qué «queda fuera del marco», mientras que para la filosofía pura no hay ningún marco fuera del cual ella pudiera quedar.
El hecho de que hoy en día, por lo general, por «ética aplicada» se entienda fundamentalmente las posiciones utilitaristas no tiene nada de casual. Max Scheler escribió en una ocasión que un ethos social dominante que no estuviera dirigido a la perfección personal, siempre daría preferencia al utilitarismo (1). El utilitarismo o consecuencialismo será siempre el punto de vista esencial del político. Un utilitarismo limitado, sin embargo. Pues a los gobernantes de un país el juramento les obliga a velar por el bien del país, no por el de todos los hombres. En lo posible, deben unir este bien al del mayor número de países posible y al menor daño posible a otras personas, pero la responsabilidad tiene grados claramente marcados. Esto contradice el utilitarismo radical, que quiere adoptar una perspectiva divina y, por tanto, no permite ningún ordo amoris, el cual se funda en relaciones de proximidad y lejanía finitas.
(1) Cfr. Scheler, M., Der Formalismus in der Ethik and die materiale Wertethik. Bern. 1966, p. 188.
*Terminología:
Supposito, non concesso: suposición, no concesión
*Terminología:
Supposito, non concesso: suposición, no concesión
Ethos es una palabra griega que significa mi "costumbre y conducta" y, a partir de ahí, "conducta, carácter, personalidad". Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Ethos
Ordo amoris: tener el amor ordenado
Ordo amoris: tener el amor ordenado
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