lunes, 17 de febrero de 2020

Conciencia ecológica

Noveno fragmento de la Conferencia pronunciada por Robert Spaemann en Hannover, el 12 de noviembre de 1977 titulada: Naturteleologie und Handlung *. Publicada en el libro de la editorial Eiunsa Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar con el título Teleología natural y acción.

Acción sobre la naturaleza


Hacer que la categoría de fin penetre repentinamente con el hombre en una naturaleza entendida por lo demás en términos meramente causales, es algo que exige una mayor fe en los milagros que cuanto se diga de los procesos naturales en términos teleológicos.


continuación



Que este conocimiento esté volviendo a abrirse paso precisamente hoy, es algo que probablemente guarda una estrecha relación con el fenómeno de que el proceso de expansión ciega del dominio sobre la naturaleza está llegando a su fin. La conciencia del peligro mortal que corre nuestro entorno nos fuerza a repensar la relación actuar-naturaleza. Durante siglos nos hemos acostumbrado a entender los fines solamente como fines humanos, es decir, como modos de privilegiar subjetivamente determinadas consecuencias de la acción. Hoy vemos que ya no nos podemos seguir permitiendo dejar a un lado los efectos secundarios objetivos. De improviso pasan de ser efectos secundarios a convertirse en los auténticos efectos principales. Así pues, tenemos que incluirlos en nuestros objetivos.

Friedrich H. Tenbruck
El pez cogido en la red produce con sus convulsiones lo contrario de lo que le gustaría obtener. También nosotros hacemos lo mismo cuando destruimos el nicho ecológico en el que estamos asentados. Por ello, el regreso a un pensamiento simbiótico resulta inevitable. Tampoco es posible neutralizar los efectos secundarios de nuestro actuar mediante planificaciones a gran escala y de espectro cada vez más amplio, pero sin cambiar el ethos. Antes bien, la teoría moderna de la planificación muestra que con cada ampliación de la planificación los efectos secundarios de esa planificación toman dimensiones más gigantescas (22). Es el modo de pensar antropocéntrico mismo el que amenaza con destruir al hombre.

Como es natural, podemos considerar qué partes de la naturaleza, qué paisajes, qué fauna y qué flora nos gustaría conservar porque los hombres se alegran con ellas. Pero si, de ese modo, referimos la naturaleza directamente a lo que resulta útil para el hombre, vamos ya por un camino equivocado. Carece de todo fundamento la pretensión de la generación que vive ahora de tomar de sus necesidades de tipo técnico o estético el criterio de lo que quiere dejar en herencia a los milenios venideros (23). No puede crear un equivalente artificial al proceso de surgimiento y evolución de la vida, que ha durado millones de años. Y ya estamos en el camino equivocado cuando definimos las cosas de cuya existencia nos alegramos por referencia a lo que se ha dado en llamar «necesidades estéticas». Ello tiene tan poco sentido como definir la religión por una necesidad religiosa. Las denominadas necesidades estéticas y religiosas son necesidades elementales que experimenta el hombre de que exista algo que precisamente no esté definido por una necesidad humana.


¿De dónde procede la tristeza que se apodera de nosotros cuando nos enteramos de que en una región inhabitada del planeta una especie animal ha sido exterminada? Esa noticia nos entristece, por más que sepamos que nosotros mismos nunca hubiésemos podido disfrutar del espectáculo de esos animales. Hay una trascendencia natural del pensamiento antropocéntrico. Sólo para el pensamiento antiteleológico de los últimos siglos, por ejemplo para Hobbes, toda medida de las necesidades humanas es exterior a ellas. En el futuro todo dependerá de que consigamos ver en el límite que la ecología pone a la expansión de nuestro dominio de la naturaleza algo así como un límite dotado de sentido, esto es, un telos: un límite cuyo respeto nos lleva a la realización de aquello que realmente somos en cuanto hombres. Sólo si se cumple esa condición será posible hacer de la conciencia ecológica parte integrante de la vida buena, y no una justificación ideológica de la dictadura.


(22)Cfr. Friedrich H. Tenbruck: Kritik der planenden vernunft, Freiburg/München. 1972.
(23)En este contexto merece atención una sentencia judicial estadounidense que prohibió la puesta en funcionamiento de una central hidroeléctrica ya construida porque supondría el final de una determinada especie de peces que sólo existía en ese lugar.


*Conferencia pronunciada en Hannover el 12 de noviembre de 1977 para inaugurar el III Congreso Internacional sobre Leibniz y publicada en Zeitschrift für philosophische Forschung, 32 (1978). pp. 481-493. Artículo completo en https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/anuario-filosofico/article/download/29974/25870

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