Causas concomitantes
El estado último tiene que poseer propiedades en común con otros estados. Lo orgánico se distingue de lo inorgánico en que el estado último no es distinguido por nosotros arbitrariamente, sino que lo presuponemos, a él y a la concatenación de estados iniciales y últimos, en calidad de algo que es «por naturaleza». Y esto significa teleología natural.
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Pero no sólo mediante la fijación de estados últimos es el actuar condición de la regularidad causal. Von Wright ha mostrado que un antecedens sólo se convierte en causa cuando pensamos un actuar que interviene en el proceso global y después suponemos que la modificación de A también iría seguida por una modificación de B (20). Sin la idea de una acción que interviniese de ese modo no podríamos pensar en modo alguno la idea de causa, es decir, no podríamos distinguirla de un antecedente regular cualquiera. Pues que un acontecimiento siga regularmente a otro siempre puede ser también la consecuencia de que ambos se sigan de un tercero independientemente el uno del otro. De lo contrario, serían los gallos los que harían salir el sol.
Si así son las cosas, ¿por qué dejamos fuera este contexto? ¿Cuál es el interés que nos guía en aquella objetivación que hace que olvidemos la estructura fundamental teleológica? El interés es: dominar la naturaleza. El saber causal es saber de dominio. ¿Cuál es el interés opuesto? El interés por poder entendernos a nosotros mismos simultáneamente como seres naturales y seres que actúan. Cuando el hombre se entiende a sí mismo desde una naturaleza que él, a la inversa, no entiende por analogía con el hombre, se está convirtiendo a sí mismo, junto con la naturaleza, en el objeto de una manipulación sin sujeto. Un ejemplo de ello lo tenemos ante nosotros en Skinner.
La naturaleza «en sí», considerada desde un punto de vista meramente teórico, deja abierto el problema de la teleología, especialmente porque una teleología referida solamente a la autoconservación siempre mantiene en sí el momento de la contingencia. El ser que se autoconserva tiende a conservar su ser sólo porque ya existe. La contingencia -o la necesidad ateleológica- que lo ha llevado al ser puede haber suscitado también el mecanismo de reproducción. La teleología invertida de la autoconservación fue vista por Schopenhauer como un indicio de lo absurdo del mundo. Sólo cuando entramos en el área de la intermediación simbólica de sentido, lo fáctico se trasciende a un telos que no es meramente lo fáctico una vez más. Por ello, sólo en el área del actuar referido al sentido tiene lugar la decisión acerca de cómo tenemos que ver la naturaleza.
Al final, la teleología es un postulado de una razón dotada de la capacidad de entender el sentido. Está plenamente justificada -me parece- la objeción planteada por el marxismo ortodoxo contra la teoría de la sociedad neomarxista de la Escuela de Francfort: esta última no puede conciliar la inmanencia de su planteamiento hermenéutico con nuestros conocimientos de historia natural (21). Con todo, no veo qué aspecto podría tener esa conciliación sin categorías teleológicas. Hacer que la categoría de fin penetre repentinamente con el hombre en una naturaleza entendida por lo demás en términos meramente causales, es algo que exige una mayor fe en los milagros que cuanto se diga de los procesos naturales en términos teleológicos.
(21)Cfr. Henrich von Heiseler, Robert Steigerwald, Josef Schleifstein: Die «Frankfurter Schule» im Lichte des Marxismus, Frankfurt am Main, 1970, p. 91, entre otras.
*Conferencia pronunciada en Hannover el 12 de noviembre de 1977 para inaugurar el III Congreso Internacional sobre Leibniz y publicada en Zeitschrift für philosophische Forschung, 32 (1978). pp. 481-493. Artículo completo en https://www.unav.edu/publicaciones/revistas/index.php/anuario-filosofico/article/download/29974/25870
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