martes, 13 de abril de 2021

Utopías devastadoras

Sexto fragmento del discurso pronunciado por Robert Spaemann con el título Der Haß des Sarastro (El odio de Sarastro) en la «Conferencia Wiesenthal acerca de las fuentes del odio», en diciembre de 1998, en el Palacio Hofburg de Viena. Publicada por primera vez en: Transit Europäische Revue, nº 16, Frankfurt am Main, 1999. Reproducida en español en Límites: Acerca de la dimensión ética del actuar, capítulo 13

Estandarización del individuo

Uno de los mayores logros de la Modernidad europea, más en concreto de los siglos XVII y XVIII, es haber atenuado el fenómeno de la enemistad política eliminando su carácter moral. El enemigo dejó de ser el malvado y en vez de ello se lo reconocía como iustus hostis, relativizándose de ese modo la convicción propia de tener la razón. También el otro tiene derecho a una convicción análoga. Y toda guerra ha de ser conducida, dice Kant, de tal modo que se vea ya en el adversario al futuro cofirmante del tratado de paz...

continuación


Se levantan protestas contra esto. «Así se minimizan las matanzas en masa», se dice. ¿De qué le sirve al soldado recibir el pastel de Pascua de quien al día siguiente lo va a matar? La protesta probablemente fue expresada por primera vez por León Tolstoi. Tolstoi era pacifista. Para él la guerra era una atrocidad; pero sobre todo la guerra formalizada, ya que se funda en el reconocimiento de la guerra como un estado legal. Para él, contra esta guerra cualquier medio es justo. Y, así, su novela Guerra y paz se convierte en una glorificación de la guerra popular conducida con un odio pasional y sin atención a ninguna norma bélica, en la cual los soldados del poder enemigo son derribados a golpe de guadañas y hachas. No hay perdón y no se hacen prisioneros. Se impone la iusta causa, y hace desaparecer la idea de un iustus hostis, de un enemigo justo. Tras ello se encuentra siempre la utopía de la «batalla última», es decir, la guerra que pone fin a todas las guerras y cuya atrocidad no puede por tanto servir de precedente, mientras que la «regularización de la guerra» vela por salvar para las futuras guerras al menos un mínimo de humanidad. La noble idea del pacifismo justifica el decir: a quien tales enseñanzas no alegran, no merece ser un hombre. Y si a esto se une el odio de los oprimidos, entonces todo está dispuesto para que el obstinado pronto deje de ser realmente un hombre. Pero un hombre, y esto también lo sabe Sarastro, sólo puede dejar de ser un hombre dejando de ser. «A quien tales enseñanzas no alegran», así hay que traducir el verso, «no es realmente un hombre, sino un ser infrahumano, y por tanto no merece existir».
 
Nos encontramos aquí con una singular dialéctica: los poderes arcaicos no domesticados se ponen al servicio de una visión utópica de la vida buena. En La flauta mágica estos poderes se encuentran todavía en una relación de antagonismo. En Sarastro es la madre, la Reina de la Noche, la bruja, la diosa vengadora, la que no acepta que se le arrebate a la hija con el fin de darle una educación mejor, ilustrada. Las relaciones particulares, meramente naturales, deben ceder ante el sol de la racionalidad. Que alguien sea la madre de alguien tiene que quedar anulado, al igual que el hecho de que exista un niño que no ha sido planificado. O el hecho de que alguien tenga una patria, al igual que convicciones religiosas que no puedan transmitirse a cualquiera por medio de un discurso concluyente.
 
No «el hombre tal como es», escribe Marx, es el ser supremo que merece ser respetado, sino el hombre del futuro, ya liberado, y que los judíos se emancipen no puede significar que el judaísmo se emancipe, sino que los judíos, y con ellos la humanidad, se libere del judaísmo. Sólo cuando hayan dejado de ser judíos, serán los judíos hombres (1). ¿Qué son entonces hasta ese momento? Es claro que seres infrahumanos. «La tierra por completo ilustrada», se dice en la Dialéctica de la Ilustración de Horkheimer y Adorno, «resplandece bajo el signo de la calamidad triunfal» (2).

La guillotina, la delirante degollación de masas, el primer genocidio planificado de mujeres y niños en la Vendée, se produjeron en nombre de las ideas universalistas de libertad, igualdad y fraternidad
. La hecatombe de los asesinados en los años del poder soviético, los millones de víctimas de la revolución cultural china, unidos a las indescriptibles humillaciones de personas, tuvieron lugar en nombre de una concepción científica del mundo, de la liberación respecto del mundo de la procedencia.


 

(1) Karl Marx, Zur Judenfrage, en Marx/Engels, Werke, volúmen 1
(2) M. Horkheimer y T. W. Adorno, Dialektic der Aufklärung. Philosophische Fragmente.



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