Decimotercer y último fragmento del artículo de Robert Spaemann titulado ¿Es la emancipación un objetivo de la educación? Publicado con el título Emanzipation – ein Bildungsziel? en la revista Merkur, número 320, enero de 1975, páginas 11 a 24. Incluido en el libro Robert Spaemann: Límites. Acerca de la dimensión ética del actuar, capítulo 41.
Enseñar y potenciar
...a los jóvenes no se les puede reprochar que se aparten de los maestros cuando estos, en vez de las cosas que uno quisiera aprender de ellos, enseñan el hastío por esas cosas y preprograman futuras frustraciones.
continuación
La nostalgia es la necesaria consecuencia de la ideología de la emancipación, e igualmente estéril. La crítica sólo tiene sentido como «negación determinada» que surge de una intensa observación de una estructura dada. Cuando a los aprendices de actor se les machaca durante años con que el teatro que más adelante les espera es una mierda, no habrá manera de que mejoren el teatro, sino que sólo harán lo viejo con repugnancia, es decir, lo harán peor. Cuando la crítica a la Iglesia es el primer acceso que se tiene a la religión, en vez de partir de un conocimiento más profundo de su esencia, a saber, de la oración, lo único que se conseguirá es reproducir todavía peor el mal que se combate, el clericalismo.
|
Theodor Litt |
He dicho ya que la ideología de la emancipación ha contribuido a salir del desconcierto en la búsqueda de un ideal de la educación. Pero si la emancipación no es un objetivo posible de la educación, el desconcierto aparece de nuevo. Quizá podría ser aquí de ayuda un pequeño libro con el que Theodor Litt, hace casi 50 años, terció en una viva discusión pedagógica en Alemania. Su título es
Guiar o dejar crecer. Por entonces eran más bien los teóricos de la emancipación los que abogaban por el dejar crecer, por el guiar estaban los que en general daban mucho valor al mundo. Pensaban que toda educación ha de estar orientada por un objetivo. Litt mostró ya entonces que la alternativa es falsa.
En el mundo moderno la educación no necesita ningún objetivo.
Sería más bien una indebida arrogación del pedagogo querer preprogramar el objetivo de la educación, la individualidad del joven y la orientación de su actuar. Pero tampoco puede tratarse de un mero dejar crecer lo que por sí solo crece. La tarea del educador sería más bien, por una parte, preparar para las exigencias del mundo laboral moderno, y por otra, poner de relieve los contenidos científicos, artísticos, políticos y religiosos de nuestra civilización, con su estructura y pretensiones propias, y acercar a los jóvenes a ellos, de tal modo que éstos puedan desplegar su fuerza creativa. Un ideal educativo no haría más que disminuir esa fuerza. Sometería los contenidos a una perspectiva externa y al alumno a la heterodeterminación.
Litt fue expresamente en contra de cualquier pretensión de poder ideológica del educador que quiera asegurarse del resultado. Se puede controlar la consecución de objetivos del aprendizaje, la adquisición de determinadas competencias, pero no someter «objetivos de la educación» a un control de resultados. Éste llegaría siempre demasiado tarde. Naturalmente, con ello ha de abandonarse la idea de que a partir de un objetivo unitario de la educación podría extraerse un currículo, por así decirlo de manera deductiva. La discusión sobre la elección de contenidos que deberían determinar el plan educativo de nuestras escuelas –una discusión que está aún en sus inicios- no debería caer de nuevo en la pretensión de bosquejar ideales de la educación. La pedagogía de la emancipación es una recaída de ese tipo. Contra los argumentos del libro de Litt nunca en realidad se ha aducido nada serio. La corriente pedagógica tecnológica de los años 60 simplemente lo ha dejado caer en el olvido. Y ahora, cuando está de nuevo de máxima actualidad, deberíamos rescatarlo de ese hundimiento en el olvido. Pues el progreso depende esencialmente de que no olvidemos sin más lo que una vez se supo.